De Buenos Aires a Chicago

6 de abril 2001

Si el gobierno federal norteamericano y el célebre Elliot Ness hubieran tenido en cuenta los escrúpulos, reparos y prevenciones de la derecha argentina y de sus operadores menemistas, jamás se habrían decidido a investigar a Al Capone.

Para esta lógica de razonamiento, la sanción al célebre Scarface desestabilizaría a las instituciones de Chicago, ya que la red de poder de la mafia no se expresaba solamente en los gángsters, ajustando cuentas a bandas rivales. En todo caso, ése era su lado clandestino, debidamente aprovechado luego por la industria del cine. Pero Al Capone era, antes que nada, un hombre público y un talentoso empresario al que le respondían verticalmente jueces, políticos y funcionarios.

Dos años antes de su caída, el Concejo Deliberante de Chicago lo consideró un gran benefactor, y para el día del aniversario de la ciudad desfilaron los chicos de los principales colegios para obsequiarle flores al «buenazo de Al».

Sus empresas daban trabajo a mucha gente y, desde ese punto de vista, era considerado un ejemplar empresario de riesgo. Las escuelas primarias y secundarias sabían que Al Capone era su principal contribuyente y las sociedades benéficas lo contaban como su más distinguido aportista. Muchos conocían o sospechaban de sus costados oscuros, pero como suele ocurrir en estos casos, la mayoría callaba por complicidad, miedo o indiferencia.

Hasta que llegaron «Los Intocables». Scarface era el personaje más popular y probablemente más querido de Chicago. Los periodistas que cobraban de su abultada billetera atribuyeron a la envidia y al centralismo de Washington los afanes de pretender sancionar a un hombre tan correcto.

No faltaron los escribas que hablaron de una conspiración comunista, ya que -bueno es recordarlo- las únicas manifestaciones políticas que Al Capone hizo en vida fueron en contra del comunismo y en defensa de la libre empresa. Ya en su retiro en Miami, ponderó las ventajas de la economía capitalista. Sin embargo, cuando le preguntaron por la democracia, respondió: «Es el nuevo nombre que adquirirá el fascismo en el futuro».

Queda claro que no fueron los comunistas los que terminaron con su reinado, sino los gobiernos norteamericanos que en algún momento se convencieron de que, si querían hacer creíble la democracia y la libre empresa, tenían que empezar por terminar con la mafia, de la cual Al Capone era su fiel exponente.

La Argentina no es la Chicago de los años treinta. Es probable que sea un poco peor. Después de todo, el buenazo de Al nunca salió de su ciudad y los dineros que manejó fueron «chirolas» al lado de las sumas de dinero que acaba de denunciar la subcomisión de Senado norteamericano, presidida por Carl Levin e integrada por cinco senadores demócratas y cinco republicanos. (La aclaración es necesaria, porque no faltan los macartistas locales que suponen que los demócratas norteamericanos son peligrosos comunistas liderados por ese otro marxista rabioso que se llama Bill Clinton).

Pero volvamos a los hechos. El primer efecto que provocó el informe fue el asombro. Que el dinero comprometido en operaciones ilícitas haya superado los 4.500 millones de dólares es algo que excedió la imaginación del escritor barroco más atrevido. Pensar que Carl Levin consideró, en su momento, que Raúl Salinas de Gortari era un peligroso delincuente porque había lavado unos 28 millones de dólares. A juzgar por las cifras, queda claro que al lado de los operadores criollos, el hermano del ex presidente de México no es más que un modesto e improvisado ladrón de gallinas.

El otro dato fuerte a tener en cuenta es que todas las operaciones se realizaron entre 1991 y mayo de 2000. Dejo librado a la memoria histórica de mis lectores para que recuerden quién era presidente de la Nación entonces. No faltará quien refute mi pregunta por malintencionada, ya que un presidente no tiene por qué ser responsable de las operaciones mafiosas de los privados.

Para no entrar en polémicas bizantinas, plantearía entonces estas dos preguntas: ¿de quién eran amigos Raúl Moneta y Aldo Ducler? ¿Y a quiénes habrán votado en las últimas elecciones estos dos caballeros? Para ayudar a la respuesta, agregaría que Moneta no es igual que Yabrán, pero se parece al cartero en una sola cosa: ambos trabajaron para un mismo jefe. ¿Saben el nombre y apellido de ese jefe?

La otra señal curiosa de todo este proceso es que las denuncias sobre el lavado de dinero adquirieron estado público, porque los legisladores Carrió y Gutiérrez tuvieron el buen tino de llevar la documentación al Senado norteamericano. No es por ser ave de mal agüero o militar en las causas antinacionales y antipopulares, pero me animaría a decir que, si hubiésemos esperado una reacción local de nuestras instituciones, es probable que, a esta altura del partido, los sancionados habrían sido Carrió y Gutiérrez.

Por fatalidad, o como una lección actualizada de nuestros niveles de subdesarrollo, una vez más se verifica que, como los menores de edad, seguimos necesitando del apoyo y el respaldo del llamado Primer Mundo. Hace apenas unas semanas tuvo que intervenir un jurado de Nueva Jersey, para avanzar en la investigación sobre el negociado del oro. Recordemos que cuando este tema intentó investigarse en la Argentina, el fiscal Lanusse y su familia sufrieron reiteradas agresiones físicas, sin que la Justicia pudiera determinar quiénes eran los responsables.

Recordemos también que en el negociado del oro, por esa implacable lógica de la casualidad permanente, las pistas conducen a esa provincia del noroeste argentino, célebre por sus buenos vinos y sus caudillos bárbaros.

A nadie se le escapa que, si no fuera por la decidida intervención norteamericana, el mafioso de Noriega aún estaría en libertad, y hasta es probable que siguiera mandando en Panamá. Queda claro que sin la decisión del juez Garzón y de los funcionarios judiciales ingleses, Pinochet seguiría siendo el hombre fuerte de Chile; del mismo modo que el único límite que en su momento hallaron los militares durante la última dictadura se llamó James Carter.

Están los que dicen que el Primer Mundo no hace nada por limpiar sus lacras y que hoy castigan a los mismos que ayer apoyaron. El tema merece debatirse; pero lo que está en discusión en este caso no es lo que hace el Primer Mundo, sino lo que no hacemos nosotros.

Por último, y con el permiso de Erasmo, quisiera hacer mi propio elogio a la locura. Hoy, desde el gobierno se admite que Pou no puede estar al frente del Banco Central y que es necesario seguir las investigaciones. Nobleza obliga, hay que admitir que no es esta gestión la comprometida en las operaciones mafiosas y que, si bien no hicieron mucho para investigar, tampoco hicieron demasiado para impedir que se investigara, lo cual ya es bastante importante.

Pero, regresando a la locura, queda claro que sin algunos «locos» decididos a ir más allá de lo que aconseja el sentido común dominante, no es posible asegurar que la verdad brille con toda su nobleza. Carrió y Gutiérrez fueron acusados de las peores cosas. A una, por mujer, y al otro, por hombre. No obstante, lo cierto es que «cobraron como en bolsa». Sin embargo, continuaron trabajando su obsesión, y ahora todos se desayunan sobre cosas que se sabían o se sospechaban desde hace tiempo, pero que nadie se animaba a nombrar en voz alta.

Es bueno saber que en democracia no se descubren verdades, sino que se nombra en voz alta cosas que todos conocemos, pero que no nos animamos o no nos interesa repetir. ¿O alguien se sorprendió por las revelaciones de Carl Levin? ¿O alguien suponía que Moneta o Ducler eran dos empresarios schumpeterianos?

La «locura» de Carrió y Gutiérrez le ha hecho un gran favor a la democracia argentina. Del mismo modo que veinticinco años atrás, las locas de Plaza de Mayo representaron la dignidad avasallada, cuando comenzaron a advertirles a los sensatos que estábamos siendo gobernados por una banda de criminales. O cuando las adolescentes del colegio de monjas de Catamarca, lideradas por esa otra loca que se llama Martha Pelloni, comenzaron a denunciar con sus alocadas marchas del silencio a la casta mafiosa de los Saadi.

Ultimo momento

Cuando esta nota ya estaba en página (viernes a la tarde) nos enteramos de la renuncia de José Luis Machinea. Para ser sinceros habría que decir «la previsible» renuncia del ministro que se inició respaldado por Alfonsín y Chacho Alvarez y concluyó cobijado bajo el ala de De la Rúa.

Ironías del destino. Machinea, que nada tiene que ver con las operaciones mafiosas conocidas, renuncia antes que Pedro Pou. Es probable que su sucesor sea López Murphy, Colombo o el mismísimo Cavallo. En cualquiera de los casos, la pantalla gira unos cuantos grados más hacia la derecha, con lo que se confirma la hipótesis de que en las actuales condiciones la tendencia de los cambios es con esa dirección, no porque los gobiernos sean malos e insensibles, sino porque ésa parece ser la lógica implacable del actual devenir histórico.

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