Viajero perdido

7 de abril 2001

«En la historia, la apariencia siempre ha desempeñado un papel más importante que la verdad». Gustave Le Bon

No está mal que De la Rúa se reúna con dos jugadores de fútbol famosos, ni que mantenga una amable tertulia con Valeria Mazza, que visite al Papa, que intercambie regalos con el presidente de Italia o que la acompañe a su mujer en un tour de compras; no está mal, en definitiva, que haga relaciones públicas. Lo que está mal es que sea eso lo único que haga cuando la Argentina, según sus propias palabras, está al borde de la quiebra, viene soportando una recesión de casi tres años y Cavallo viaja a Estados Unidos para discutir los problemas que realmente importan.

No sé si todos los argentinos quieren que Cavallo sea el que manda y que De la Rúa se porte como un rey. Sospecho que a una gran mayoría le gustaría ver al presidente tomando decisiones, ejerciendo efectivamente su autoridad y transmitiendo a la sociedad esa sensación de seguridad que hoy parece transmitir Cavallo. Eso es lo que yo sospecho, pero daría la impresión de que De la Rúa está más cómodo de rey que de presidente.

Sin embargo, tal como se presentan los hechos, pareciera que al presidente lo asesoran sus enemigos. Pero lo más grave de todo no es que lo asesoren mal; lo más grave es que él les hace caso. Sólo un opositor encarnizado puede aconsejarle que viaje a Roma a visitar al Papa en medio de una crisis económica fenomenal. Sólo un enemigo despiadado puede sugerirle que debe viajar a Italia en el famoso Tango, acompañado por su mujer, su hija, su hijo y su yerno.

En la vida como en la política, un hombre, a cierta edad, tiene la obligación de saber quién es y dónde está parado. Si no lo sabe, va a vivir rodeado de problemas, y es probable que en algún momento quede en ridículo. De la Rúa debería saber a esta altura del partido que no es Menem, que la gente no lo votó para que se pareciera a Menem, y que, lo que al riojano le quedaba bien a él le queda como la mona.

Su imagen de hombre gris y austero no se compatibiliza con el personaje que visita a Tinelli y a Susana Giménez, se reúne con Balbo y Batistuta y declara que de joven fue un extraordinario half derecho (cualquiera sabe que con la izquierda fue siempre un patadura). Cuando esto sucede, hasta el circunspecto y moderado diario La Nación se puede dar el lujo de tomarle el pelo abriendo una página con el título:0 «De la Rúa lo eclipsó a Cavallo».

«Y qué… ¿mi papá no puede reunirse con dos exitosos?», dice su hijo, transformado en vocero de prensa y empleando un inequívoco lenguaje menemista. Sí, señor Aíto, su padre puede reunirse con Batistuta y Balbo; pero lo que no puede es hacernos creer que ésa es la tarea de un presidente, cuando la Argentina está como está y el ministro de Economía discute con los banqueros y los operadores de Wall Street.

Insisto: no está mal representar escenas, pero hay que saber hacerlo, con el tono y en el momento adecuado. Y así como no me imagino a John Wayne vestido de bailarín español, tampoco me lo puedo imaginar a De la Rúa posando de «gambeteador de potrero» o de «galán de barrio desfachatado y rudo».

En política, las imágenes son importantes porque ellas refuerzan -en el plano de lo simbólico- la capacidad de un dirigente para representar a sus representados. Un presidente no gobierna con imágenes; no obstante, a la hora de construirlas, éstas se deben parecer lo más posible a las expectativas sociales. Un presidente no gobierna con imágenes; pero la sociedad juzga a través de imágenes.

El problema con De la Rúa es que las imágenes que trabajan sus asesores no son las que la gente espera. Entre otras cosas, porque no son sinceras; pero, fundamentalmente, porque lo que la Argentina espera de su presidente es que se ponga al frente de la crisis y decida en consecuencia.

La predisposición favorable de la opinión pública hacia Cavallo no deviene sólo de su saber económico, sus buenas relaciones o sus antecedentes, sino también porque su hiperactividad sintonizó con lo que la sociedad estaba pidiendo de un dirigente.

Porque existía la sensación de que se carecía de energía y de ideas para gobernar es que la presencia de un funcionario enérgico y con ideas fue bien recibida. En tal sentido, el apoyo de la gente hacia Cavallo es, por omisión, un reproche concreto al presidente.

Queda claro que, cuando se habla de personalidad para gobernar, ello no debe confundirse con ponerse a golpear la mesa, empezar a los gritos como un hincha de fútbol o aferrarse caprichosamente al error. El carácter en política no se puede confundir con la histeria o la necedad; es algo que tiene que ver con el carisma, la capacidad de aprender de la vida y con el talento, es decir, con la capacidad de generar ideas, de definir objetivos, de sostenerlos hasta donde sea posible y de cambiar cuando haya que cambiar.

Como los actores, a los políticos se los juzga por lo que son capaces de generar en escena; pero en el teatro, como en la política, lo que distingue a un actor bueno de otro malo es «dar con el tipo justo», algo que sólo logran los grandes o los que saben lo que deben hacer y cómo.

Se puede ser extrovertido o introvertido, silencioso o locuaz, simpático o reservado; la historia ofrece una galería variada de líderes. No obstante, ninguno de esos rasgos vale si no están sostenidos por el talento, una condición que no se hereda, que está más acá y más allá de los votos, pero que distingue al lúcido del mediocre, al estadista del puntero.

Entonces, no es la mala fe de los periodistas la que coloca a Cavallo por encima de Fernando de la Rúa. Son los hechos y la trama de los acontecimientos de la última semana los que insisten en demostrarnos dónde está el poder real y efectivo.

Tal como se desarrollaron los hechos, Cavallo llega al ministerio no por la convocatoria de un presidente, sino porque no le quedó otra alternativa. Cavallo es el producto de la debilidad de De la Rúa, no de su fortaleza; y es esa relación la que se transmite.

En política hay que tener razón en el momento exacto, pues el tiempo es una categoría decisiva de la política. Convocarlo a Cavallo hace seis meses habría sido la decisión de un presidente con personalidad y temperamento. Convocarlo seis meses después es exactamente lo contrario. Y los resultados están a la vista.

Pero lo más grave en política no es equivocarse, sino persistir en el error, algo que sucede cuando no se ve más allá de la nariz o cuando se es porfiado o necio. En tal sentido, el viaje a Italia importa porque demuestra que De la Rúa sigue sin entender lo que está ocurriendo. Que sus hijos brinden conferencias de prensa para ponderar la capacidad de trabajo del padre prueba que no sólo no entiende ni atiende, sino que -además- no maneja ni la interna de su casa.

Los amigos de De la Rúa dirán que un viaje a Italia no es tan importante como para criticarlo de esa manera. Precisamente, porque en el país estamos transitando por la cornisa, porque nos estamos peleando con Brasil, porque tenemos a las vacas con fiebre aftosa, porque se está por decidir si ingresamos o no al Alca, porque no sabemos a ciencia cierta qué podrá pasar el próximo mes, es que -efectivamente- el viaje a Italia fue inoportuno. Entre otras cosas, porque -aunque le cueste asumirlo- De la Rúa no es un rey, sino el presidente votado por la mayoría de los argentinos.

 


 

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