Por el buen camino

Toda luna de mil tiene dos condiciones: son encantadoras y duran poco. Néstor Kirchner por el momento está cumpliendo con la primera; nosotros tenemos derecho a pensar que más temprano que tarde se va a cumplir con la segunda. Por lo pronto es bueno que después de tantos años de rigores, mentiras y desencantos, ahora estemos participando de una luna de miel que, aunque modesta, no por eso deja de disfrutarse. También tenemos derecho a pensar que cuando la luna de miel concluya, el regreso a la rutina no será tan duro y que, a su manera, los amores vividos en los primeros días continuarán aunque más no sea en versión moderada.

A juzgar por las decisiones tomadas en la primera semana, Kirchner es de los políticos que sabe que lo que no se hace de entrada, después cuesta mucho más realizar. La máxima debería valer para cualquier presidente, pero vale mucho más para un presidente que además se propone cambiar la lógica de poder y acumulación económica que estuvo presente -por lo menos- en los últimos doce años.

La fórmula de golpear rápido y bien, vale particularmente para un presidente que debido a la maniobra sucia de Menem llegó al poder con el veintidós por ciento de los votos. Hoy Kirchner tiene un nivel de aceptación que supera el sesenta por ciento, es decir, que más o menos está a la altura de los votos que hubiera obtenido si hubiese competido con la «comadreja de Anillaco».

No obstante ello, el presidente debe saber que cada vez que quiera tomar una decisión que afecte a determinados intereses, no faltarán las voces que le recuerden que llegó con pocos votos y que, por lo tanto, no puede pretender hacer nada importante.

El discurso del 25 de mayo fue sobrio, moderado y tan racional que hasta se privó de nombrar a Perón y Evita, pero se dio el gusto de decir lo que quería decir. Kirchner no sólo se expresó con precisión y demostró desde el primer día que no es Duhalde el que le escribe los discursos, sino que lo hizo en un marco de informalidad y gracia que -estudiada o no- cautivó a la platea.

Es verdad que más de una vez hemos sido engañados por discursos bonitos, pero ello no impide que hasta tanto alguien demuestre lo contrario, los discursos siguen siendo la pieza más importante para conocer las intenciones de un gobierno que aún no se hizo cargo del poder. En todos los casos, el desenlace es simple: si después lo cumple hay un buen motivo para apoyarlo; y si lo traiciona, existe una buena razón para criticarlo.

Pero lo cierto es que a juzgar por los primeros días de gobierno, Kirchner es de los políticos que está interesado en cumplir con lo que dijo y en hacerse cargo de sus palabras y asumir sus consecuencias. Atendiendo la experiencia que hemos vivido los argentinos, queda claro que la actitud de esforzarse por cumplir con la palabra, ya representa un cambio revolucionario con relación a lo que hemos vivido con Carlos Menem y Fernando de la Rúa, dos ex presidentes que cada vez se parecen más, sobre todo cuando de lo que se trata es de cumplir con la palabra.

Un amigo me decía que no convenía entusiasmarme demasiado con un gobierno que recién está dando sus primeros pasos y que encima es peronista. Los amigos prudentes en estos casos siempre tiene un poco de razón, pero no está de más de vez en cuando decir que uno está satisfecho con un gobierno, como no está mal reírse con ganas cuando uno tiene ganas de hacerlo, o decir que la vida es linda, aunque sea un lugar común y haya poderosos motivos para sospechar lo contrario.

Respecto de la filiación peronista del gobierno, habría que decir que sin pretender negarle su identidad es, desde el punto de vista simbólico, el gobierno menos peronista que yo recuerde. Ni por la catadura física, ni por la gestualidad, ni por la puesta en escena hay motivos para desconfiar. Es más, creo que no es arriesgado decir que, como en 1973, uno de los principales enemigos de Kirchner será ese peronismo corrupto, mafioso y fascista que debilitado y desprestigiado todavía palpita en los repliegues sórdidos de la sociedad y el poder.

También hay derecho a pensar que estamos asistiendo al inicio de un nuevo período histórico, o a la despedida de contradicciones que en su momento fueron decisivas, pero que ahora están perdiendo razón de ser. Este peronismo por lo menos, no tiene nada que ver con el que habíamos conocido en tiempos de Menem o en la época de Isabel, del mismo modo que luego de Menem, los llamados «gorilas» dividieron sus aguas entre quienes estaban dispuestos a aceptar incluso lo siniestro en nombre de los buenos negocios, y los que prefirieron o preferimos optar por la coherencia de defender los ideales de libertad y decencia más allá de banderías y tradiciones.

El gobierno de Kirchner no se propone hacer la revolución social y en ningún momento prometió algo parecido. Yo ya me consideraría hecho si lograse promover algunas reformas económicas y políticas que permitiera que la sociedad sea un poco más justa y más libre. Las promesas que ha expresado son muy modestas, pero nosotros en la Argentina sabemos que los cambios más modestos, esos que en Europa son considerados hechos habituales, en nuestro país impactan como si fuera una revolución, sobre todo porque existe una élite de poder que no vacila en poner el grito en el cielo y acusar de comunista al primero que se atreve a hablar, por ejemplo, de construir un capitalismo nacional.

Los pasos dados en la primera semana parecen orientarse en la dirección correcta, aunque algunas observaciones merezcan hacerse. Habrá que ver lo que sucederá cuando concluya la tregua que se le da a todo presidente o cuando los sectores afectados por los cambios o molestos porque no son ellos los que ocupan los espacios de poder, inicien su tarea de desgaste.

También habrá que ver cómo resuelve el nuevo gobierno su relación con los opositores, porque el gran desafío de los tiempos que corren consiste en trabajar por los cambios sin vulnerar libertades y soportando -y admitiendo- la legitimidad de la oposición para hacer oír sus reclamos. Habrá que ver cómo reaccionará cierta prensa contra el gobierno, pero también habrá que verlo al gobierno cómo se las ingeniará para gobernar en una sociedad pluralista, con libertad de prensa y oposición política.

Pero no sólo el gobierno debe proponerse ser coherente con su origen; el compromiso también alcanza a la sociedad. En este tema no se admiten coartadas morales. No hay gobierno que pueda cumplir con objetivos de cambio si la sociedad no está decidida a cambiar. La tradición presidencialista argentina y el peso de los caudillos en nuestra historia han alentado la ilusión de que nuestra felicidad depende de la llegada de algún Mesías o Salvador que nos dé trabajo, educación, buenos sueldos, casa cómoda, vacaciones pagas y le consiga marido a las mujeres tristes y les presente una novia a los muchachos solitarios.

Es necesario hacerse cargo de que no hay salida progresista en la Argentina si los argentinos no nos decidimos a ser progresistas en serio. La democracia no se hizo para votar una vez cada cuatro años y después volver a casa a ver «El gran hermano» o entretenerse con Mauro Viale; la democracia se hizo para que cada ciudadano se sienta partícipe de la construcción del poder y para que los hombres y mujeres de una nación decidan cómo quieren vivir y quién quiere que los mande durante un período de tiempo; la democracia se hizo para participar, para controlar al gobierno y para apoyarlo cada vez que se lo merezca; la democracia se hizo porque se llegó a la conclusión de que es preferible que gobiernen las mayorías y no las minorías, que es preferible que las sociedades sean más justas y no cada vez más injustas y porque es preferible que nosotros nos hagamos cargo de nuestro destino y no que desde algún lugar invisible del poder, alguien o algunos decidan en nuestro nombre y nos hagan pagar el precio de sus privilegios; la democracia se hizo para que las sociedades sean lo más transparente posible, para que los que nos gobiernan sean los mejores y los más honestos y para que cada persona sepa que no es posible, no es justo ni hay salvación en una sociedad con desocupados, excluidos y niños con hambre merodeando por los basurales.

Hoy hasta el ciudadano más escéptico desea que a Kirchner le vaya bien porque sospecha que un fracaso del actual gobierno representará un fracaso para todos. Pero es necesario hacerse cargo de que ningún gobierno puede construir una sociedad más solidaria si no existe una sociedad que cotidianamente milite a favor de la solidaridad; no hay gobierno que pueda proponerse objetivos éticos si existe una sociedad que practica la estafa, el robo y la corrupción todos los días; no hay gobierno sano con una sociedad enferma; no hay gobierno serio con una sociedad frívola.

En la Argentina hay buenas razones para tener esperanzas. Más del setenta por cuento de la sociedad se pronunció en contra de lo que fue el paradigma de la corrupción y la devaluación moral, es decir, contra el menemismo. Haber rechazado los cantos de sirena de un señor que embruteció al pueblo y lo empobreció a niveles nunca vistos, es una señal de salud moral y madurez política.

Ahora queda pendiente la formidable tarea de empezar a recorrer un camino difícil, cargado de acechanzas, sinuoso e inseguro, pero iluminado por los valores de la justicia, la equidad y el verdadero orgullo nacional, ese orgullo que no viene de la mano de la mitología, sino de la satisfacción de ver una patria más justa para cada uno de nosotros y para cada uno de nuestro hijos.

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