¿Hacia un país normal?

Hay buenas razones para estar satisfecho con este gobierno, pero también hay buenos motivos para encender algunas lucecitas rojas. La batalla contra la Corte Suprema de Justicia me parece que la está llevando como corresponde, es decir, en el marco de la ley, pero sin renunciar a las atribuciones que le brinda la política.

Estos actos del presidente han alarmado a ciertos constitucionalistas y políticos que nunca dijeron una palabra sobre una Corte obscena, extorsionadora y corrupta, pero ahora ponen el grito en el cielo porque el presidente, o alguno de sus ministros, dicen lo que la mayoría de la población quiere escuchar. íCuriosa conducta la de estos señores, que consintieron métodos de democracias bananeras para elegir a la actual Corte, pero a la hora de removerlos se rasgan las vestiduras y reclaman una pureza en los procedimientos como si estuviéramos en Noruega!

Es verdad que conociendo los antecedentes de Kirchner en Santa Cruz, todos tenemos derecho a estar alertas. En el futuro inmediato se sabrá si la renovación de la Corte es un simple cambio de nombres para obtener otra Corte adicta al poder o si se decide, de una vez por todas, imitar el ejemplo de Bartolomé Mitre, quien a la hora de decidir la conformación de la Corte, designó a sus opositores, empezando por Salvador María del Carril, el ex vicepresidente de Urquiza.

Si una objeción seria hay que hacerle al actual presidente, es su viaje a Formosa para levantarle la mano y asegurar la reelección indefinida de Gildo Insfrán, un gobernador que expresa desde todo punto de vista exactamente lo opuesto a lo enunciado por Kirchner el 25 de mayo.

El mandatario podrá disculparse diciendo que se vio obligado a cumplir con un compromiso electoral, pero si de aquí en más decide seguir por esa línea, en el futuro deberá viajar a Santiago del Estero, Tucumán y Jujuy para levantarles la mano a Juárez, Miranda y Fellner. Creo que no hace falta abundar en demasiadas consideraciones para evaluar las consecuencias políticas de semejantes alianzas.

La acelerada actividad política del presidente ha impresionado favorablemente a una población harta del consensualismo capitulador de Alfonsín, las roscas mafiosas del menemismo, el idiotismo político de De la Rúa y los límites institucionales de Duhalde.

La decisión de atacar los problemas en varios frentes, no sólo demuestra que estamos ante un presidente con voltaje propio, sino que confirma el principio de sabiduría política que señala que, en los momentos de crisis, un presidente debe aprovechar las primeras semanas de poder para establecer las propias reglas de juego y definir para sus aliados y adversarios cómo va a actuar de aquí en más.

Si ése fue el objetivo que se propuso Kirchner, hay que admitir que lo está cumpliendo al pie de la letra. Queda claro que en poco tiempo las redes invisibles, pero consistentes del poder, se van a esforzar por enredarlo y más allá de que lo logren o no, lo seguro es que esta relación idílica, en donde todos parecen estar de acuerdo con todo, se va a terminar, y, la política adquirirá el tono de lucha, conflicto y disputa que la caracteriza y a la que no hay por qué temerle.

Algunos dirigentes opositores han criticado este tono decisionista de Kirchner y advierten sobre las trampas que esa metodología dejará sembradas hacia el futuro. La disputa está abierta, pero queda claro que si un presidente con el 22 por ciento de los votos no se decide de entrada a ganar la legitimidad de ejercicio, antes de fin de año es muy probable que salga disparando por los techos de la Casa Rosada.

Admito que los conservadores desconfíen sobre esta metodología; lo que me parece por lo menos absurdo, es que Elisa Carrió se sume al mismo coro. Puede que sus consejos a favor de la prudencia hayan sido hechos con la mejor de las intenciones, pero convengamos que la tarea de reclamar prudencia le corresponde a López Murphy, y no a quien pretende ocupar el espacio político del centro izquierda.

En la Patagonia se dice que los hombres no pueden pasarse las horas contemplando los temporales de nieve, y que en algún momento deben decidirse a salir al descampado, sabiendo de antemano que deberán caminar con prudencia y firmeza para luchar contra los embates del viento, la nieve y el frío.

Algo parecido se me ocurre que está haciendo Kirchner. Veremos cómo le va y veremos cómo lo acompaña el pueblo argentino. Por lo pronto, el grueso de las decisiones tomadas no se contradicen con el discurso del 25 de mayo. A diferencia con lo que estábamos acostumbrados, Kirchner parece ser un hombre que cumple con su palabra.

Es probable que en el futuro haya que negociar, y es necesario estar preparados para saber que en algunas de esas negociaciones el resultado no siempre será el que todos esperamos. Lo importante es la decisión de la sociedad y la empecinada voluntad de un gobierno para sostener un tipo de relación más transparente con los representados.

Decíamos la semana pasada que este gobierno no se propone la revolución social ni terminar con el capitalismo; sus propuestas son más bien modestas y podrían sintetizarse en la consigna: «un país normal». Ello quiere decir una economía que privilegia la actividad productiva y no la timba financiera; una estructura económica que integre; un orden económico que le dé al mercado lo que reclama, pero que le otorgue al Estado lo que le corresponde; un Estado que no sea ni grande ni chico, sino eficiente y capaz de representar los intereses de la sociedad; una policía bien paga y con capacidad para prevenir los delitos; un Estado de Derecho con instituciones fuertes y creíbles; una relación abierta con el mundo, pero con dirigentes decididos a defender el interés nacional; un sistema educativo que capacita a los recursos humanos y trate como a personas honorables a los docentes; una Justicia independiente de los corruptos y de los poderes invisibles que conspiran contra la democracia; una clase empresaria que haga buenos negocios, pero que pague impuestos y se haga cargo de todas sus responsabilidades sociales; un movimiento obrero con dirigentes decentes, capaces de luchar por sus derechos cuando es necesario, pero también capaces de colaborar cuando las circunstancias lo exigen; un orden democrático con partidos políticos representativos y ciudadanos dispuestos a controlarlos y no a desertar de la democracia ante las primeras dificultades; un tipo de ciudadano decidido a participar, decidido a vivir su mundo privado, pero en todas las circunstancias, decidido a defender un orden social más justo y más libre para todos.

Se pueden seguir enumerando las condiciones de normalidad, pero en definitiva de lo que se trata es de gobernar atendiendo la complejidad del mundo moderno, pero sin perder de vista el sentido común mayoritario de la sociedad a favor de relaciones sociales y políticas normales.

En el siglo veinte el mundo debió soportar las llamadas revoluciones de izquierda, con sus cantos de rebeldía y su sórdida realidad de opresión, hambre y campos de concentración; en la última década del siglo debimos soportar la llamadas revoluciones conservadoras de derecha, con sus secuelas de miseria e injusticia.

Creo que ha llegado la hora de la normalidad, es decir, de la construcción de sistemas políticos previsibles, democráticos en serio y razonablemente justos. La propuesta no tendrá el tono épico de las grandes revoluciones sociales, ni estimulará el voraz espíritu de lucro de las devastadoras contrarrevoluciones conservadoras.

Tampoco se propondrá el Paraíso en la Tierra porque, sin dejar de creer en el hombre, admitirá la imperfección del ser humano y sin pretender que el hombre reemplace a Dios, convocará a nuestras mejores reservas morales e intelectuales para cumplir -hasta donde sea posible- con esas aspiraciones de justicia y libertad que sueñan todos los hombres.

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