¿Qué hacer con el Estado?

Vivir del Estado o saquear al Estado parece ser una de las consignas preferidas de los argentinos. Desde los piqueteros hasta Macri, pasando por Amelita Fortabat y los burócratas sindicales, todos están convencidos de que el Estado existe para satisfacer sus exigencias o pretensiones.

En nuestra provincia, el señor Reutemann -popularmente conocido como «el filósofo de Guadalupe», por su notable capacidad para desarrollar un pensamiento complejo, intelectualmente exquisito, espiritualmente sensible y de un alto nivel de abstracción- parece haber llegado a la conclusión de que él es el exclusivo patrón del Estado y que los cargos públicos existen para acomodar amigos, parientes y amigos de los parientes.

La austeridad existe para los trabajadores, los maestros, los jubilados y los empleados públicos, pero la misma regla no se aplica para la corte íntima del gobernador. Para unos son los rigores, las exigencias y hasta las amenazas, mientras que para los otros lo que abundan son las promesas efectivas de vivir en el reino de Jauja.

Los memoriosos recuerdan que algo parecido sucedió en 1995, por lo que se deduce que la conducta de Reutemann no es azarosa, sino la consecuencia de una concepción que entiende al Estado como un patrimonio personal. Como Luis XIV, nuestro filósofo bien podría decir «L’état c’est moi», lo que traducido a un lenguaje más campechano se debería interpretar como «los juzgados de paz son todos míos».

Mientras tanto designa en el Ministerio de Educación a un señor que parece más interesado en ser monaguillo del obispo que en preocuparse por el destino de los chicos, o propone para el Enress a un señor que alguna vez dijo estar interesado en ser gobernador de la provincia y ahora descubrimos que su exclusivo interés era ganar un buen sueldo.

Algo parecido, a otro nivel y en otra escala, parece ocurrir con el señor Néstor Kirchner. El mandatario parece que se ha olvidado que es el presidente de todos los argentinos y en las últimas semanas recorre las provincias levantándole la mano a candidatos que en más de un caso es mejor perderlos que encontrarlos.

Así fue como viajó a Formosa para darle un abrazo a un peronista de lo último como es Gildo Insfrán, sobreviviente del peor pasado menemista y uno de los responsables del atraso y la miseria de esa sufrida provincia. Los amigos del presidente justifican estos actos por la necesidad de acumular poder, una consigna peligrosa, ya que en su nombre pueden cometerse tropelías de todo tipo.

No es malo que un político quiera construir poder, pero lo que diferencia a un demócrata de un autoritario en este tema, no es tanto el objetivo como la metodología. La sociedad argentina respeta el Kirchner creativo, popular, el hombre decidido a representar los intereses populares y al político capaz de ponerle el cascabel al gato más nervioso, pero no está obligada a seguir al peronista con arrebatos autoritarios y hegemónicos y al caudillo cesarista que no alcanza a dominar su temperamento y estalla en rabietas inmaduras y peligrosas.

Es verdad que la política exige concesiones, pero ya se sabe que también en este terreno hay un límite que debe respetarse. Kirchner debe muchos favores políticos y la visita a Insfrán debe computarse como un pago por el apoyo dado en tiempos difíciles. Se sabe que el presidente debe manejarse atendiendo la contradicción que representa proponer un proyecto de cambio en nombre de una fuerza política cuyos principales exponentes han sido los representantes de la catástrofe nacional, pero ninguna de esas consideraciones justifica su actitud de transformarse en el principal puntero del oficialismo.

Hay dos temas que el presidente debe saber que van a estar presentes a la hora de la evaluación periódica: la salud de las instituciones y la calidad de vida de la población. Ambos están relacionados y un buen gobierno será aquél que sea capaz de fortalecer a las instituciones y sacar al país del estancamiento y la pobreza.

La orientación que el gobierno le ha dado a su gestión ha despertado buenas expectativas en la sociedad. El juicio a los señores de la Corte Suprema, la defensa de los consumidores ante las pretensiones de las compañías de servicios públicos, son datos positivos pero hasta el oficialista más convencido sabe que estos gestos son necesarios y correctos, pero que aún falta un largo trecho para saber si el gobierno podrá ampliar y profundizar ese rumbo o, por el contrario, capitulará a la presión de los intereses creados, muchos de los cuales hoy integran el staff oficial.

Ortega y Gasset decía que hacer política significaba saber lo que se debe hacer con el Estado. En Santa Fe, después de las masacres en Rosario, de la inundación con su saldo de miseria y muertes y del jubileo con los juzgados de Paz, ya sabemos lo que piensa Reutemann. En el orden nacional, Kirchner se ha esforzado por recuperar para el Estado capacidad de decisión e intervención a favor de intereses populares, pero la tarea que queda por delante es tan ardua y compleja que sería irresponsable decir que ya estamos en el mejor de los mundos o creer que el gobierno solo podrá asumir los desafíos que se abren.

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