La «tinellización» de la política

Néstor Kirchner asistió al programa de Marcelo Tinelli con el objetivo de diferenciarse de Fernando de la Rúa y en realidad lo que hizo fue probar que se parece a De la Rúa más de lo que él mismo estaría dispuesto a aceptar. En la política, como en el amor, a los hombres les suelen pasar estas cosas: cuanto más quieren diferenciarse de su rival más se le parecen; cuanto más se esfuerzan por pegarse codazos para seducir a la cortesana, más se desmerecen ante sus ojos.

En esta suerte de triángulo amoroso establecido entre dos presidentes y un animador televisivo de la farándula, el único ganador fue Marcelo Tinelli, quien se dio el lujo de que dos jefes del Estado se sometiesen a su capricho. Aparentemente De la Rúa fue la víctima de ese encuentro y Kirchner, por el momento, el ganador. Pero esa conclusión sólo puede establecerla quien juzga los hechos por sus apariencias, porque en la vida real los dos fueron víctimas de Tinelli o, para decirlo con otras palabras, del espejismo fatuo y consumista de la farándula. «Creíamos que como teníamos poder también teníamos sabiduría» dijo un conocido político inglés, dispuesto a aprender de sus propios errores.

Es probable que Kirchner crea que fue el ganador de la jornada porque Tinelli lo recibió con sonrisas y abrazos, le confesó que lo había votado y luego entre los dos se ocuparon de burlarse de Fernando De la Rúa. Si así piensa, lamento decirle que está muy equivocado. Tinelli logró que un presidente se burle de otro presidente en su programa, por lo que, más allá de De la Rúa y Kirchner, la única afectada en todo este juego de villanos ha sido la investidura presidencial, sometida al escarnio y a la humillación de un clown y de una platea decidida a devorar con hambre de caníbal la merienda que le presentan en cada jornada. Mark Twain aconsejaba que «cada vez que una persona inteligente se encuentra del lado de ciertas mayorías, es necesario hacer una pausa para reflexionar».

De la Rúa y Kirchner tienen en común haber ido al pie de Tinelli. Que uno haya salido mal parado y que el otro crea que las cosas le fueron bien, es un dato menor, porque lo que importa es que en esta Argentina del siglo XXI un personaje frívolo y vulgar como Tinelli, una expresión supina del arribismo estético, del vacío intelectual y de la televisión con mucho ruido y pocas ideas, logró que dos presidentes se sometieran a su juego. Como le gustaba decir a Groucho Marx, «disculpen que los llame caballeros, pero es que no los conozco muy bien».

Ni De la Rúa ni Kirchner deberían haber asistido a un programa de esas características, ni deberían haberse prestado a que la investidura presidencial fuera manoseada por semejante personaje. No me importa que Tinelli salga todos los días por televisión y que cada vez haya más gente que se dedique a enriquecerse culturalmente con su sabiduría adquirida en los arrabales de la cultura; siempre he defendido la libertad y creo que en una democracia sólida todos deben expresarse sin censuras ni presiones, pero también creo que un presidente debe darse su lugar. Como decía el viejo Horacio, «sólo es libre el político que sabe dominar sus pasiones».

Es que en una república democrática seria un presidente no se junta con los payasos del circo y mucho menos se somete a sus juegos, entre otras cosas porque no puede permitirse el lujo de que la gente lo confunda. Un presidente serio no corre detrás del rating, porque fue elegido para cumplir tareas más precisas. Un presidente serio es aquel que en cada uno de sus actos se propone respetar al pueblo soberano y no burlarse de él a través de torpes recursos demagógicos. Un presidente serio es el que entiende que el respeto en política no pasa por hacer de monigote, sino en hacer lo que debe, exigencia que a veces está reñida con el prejuicio de quien cree que los presidentes están para ganarse el aplauso fácil de la gente.

Kirchner se ha preocupado en los últimos meses por diferenciarse de Menem. Sin embargo, su asistencia al programa de Videomatch no lo acercó a Tinelli, sino a su detestado rival. Si en la próxima visita juega al fútbol y baila un tango con alguna odalisca, el círculo se habrá cerrado.

No digo que de aquí en adelante Kirchner y Menem sean lo mismo; no voy a reducir sus diferencias a los límites de la gestualidad pública, lo que digo simplemente es que Kirchner debe prestar más atención a los detalles, porque así como la verdaderas intenciones del rufián con la señorita no se denuncia en sus palabras ni en sus modales, sino en el brevísimo resplandor morboso de la mirada, la verdadera personalidad política se revela en los detalles y no en las grandes puestas en escena.

La pertenencia al peronismo de Kirchner y Menem explica tal vez estas celebraciones populistas y estos homenajes a la cultura del balcón, la plaza y la farándula. El festival de feriados lanzados con motivo de las fiestas, también recuerdan al célebre «San Perón» de los tiempos de las saturnales populistas en Plaza de Mayo.

No es casual que la única voz seria de la semana haya sido la de monseñor Jorge Casaretto, planteando la confección de una tarjeta electrónica que ponga punto final al desenfrenado clientelismo de punteros y jefes piqueteros. No deja de sorprender que sea un sacerdote quien recuerde a laicos y religiosos las funciones insoslayables del Estado en materia social, un principio que la modernidad en su momento afirmó en contra del despotismo clerical y que ahora, por otra de las ironías de la historia, un sacerdote es quien recuerda a izquierdistas y derechistas que no se puede regresar a la Edad Media, a los tiempos en que las necesidades de los siervos eran atendidas por el señor, la dama de caridad o el cura.

No hay sociedad sin Estado, como no hay Estado moderno sin sociedad. No se trata de jugar con las palabras, sino de entender que la sociedad no es un amontonamiento de gente, sino una red de relaciones con un nivel de comunicación solidaria de alta calidad. Pero para que ello acontezca es importante la existencia de una estructura de poder que se llama Estado, la institución que dispone de los dispositivos necesarios para afianzar el orden, garantizar las libertades y asegurar que la educación, la salud y el alimento no le falten a nadie.

No sé si el Estado es la idea moral de la sociedad, el punto final de realización de la Idea, el sistema de dominación política de una clase por otra o el espacio de negociación entre diversas facciones, lo que sé es que en las sociedades modernas el Estado es indispensable, en principio porque con la caridad, la buena voluntad y los esfuerzos individuales se pueden hacer muchas cosas, pero la única institución capaz de construir consensos, ejercer autoridad y planificar a gran escala es el Estado.

Monseñor Casaretto siempre me pareció un sacerdote inteligente, abierto, progresista y lúcido. Sus intervenciones públicas y sus actos han estado iluminados por la luz del Evangelio y la sabiduría de un hombre comprometido con su pueblo. Digo esto de Casaretto porque lo merece, porque como le gustaba decir a Tolstoi «Dios mira las manos limpias, no las llenas» y porque, lamentablemente, por el momento no puedo decir lo mismo de muchos políticos que juran por Dios, la Patria y los Santos Evangelios, pero después se olvidan de sus enseñanzas o creen que el compromiso cristiano se reduce a ir a misa, casarse por la iglesia y bautizar a los hijos o suponen que Jesús vino al mundo para que los 25 de diciembre las comilonas estén a la orden del día.

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