María Julia Alsogaray, derecho y justicia

Voy a tratar de ser objetivo en un tema en el que es imposible serlo. No viene al caso reiterar cuál es mi opinión sobre María Julia Alsogaray, porque ya la he dado infinidad de veces y porque la mayoría de la sociedad ya tiene un juicio formado sobre esta mujer. Por otro lado, nunca me gustaron los lugares comunes; por lo tanto, no me interesa repetir lo que todo el mundo sabe.

María Julia recuperó la libertad en nombre del principio jurídico de presunción de inocencia. El otro argumento de peso es el que hoy defienden todas las instituciones de derechos humanos y que en las últimas semanas reiteró Verbitsky: la prisión preventiva no es una decisión aconsejable.

La mayoría de los juristas consultados ha dicho que lo resuelto está de acuerdo con la ley. Al respecto, haría simplemente una observación: la prisión preventiva no es aconsejable, pero esto no quiere decir que nunca se puede aplicar. ¿Qué pasa con una mujer que tiene veinte causas? ¿Qué pasa con una mujer que, considerada el paradigma de la corrupción menemista, recupera la libertad sin siquiera pagar fianza?

El argumento de que María Julia sale en libertad porque pertenece a las familias dirigentes puede llegar a ser opinable. En muchos casos, la exposición pública y las relaciones con el poder suelen operar como un factor adverso. En condiciones normales, la riqueza y el poder generan impunidad. No obstante, cuando quienes disfrutan de esos privilegios caen en desgracia, esa misma fama los transforma en el blanco de todas los resentimientos populares y lo que durante años fue un beneficio se transforma exactamente en su contrario.

Los jueces que autorizaron la libertad de María Julia no están mal conceptuados. Podemos trabajar la hipótesis de que un telefonazo decidió la libertad. Pero, en ese caso, habría que hablar de varios telefonazos, lo cual transformaría la operación en una tarea mucho más compleja que la que aparece a simple vista.

Recordemos que los vicios en la Justicia se manifiestan por partida doble: los jueces que se someten a los dictados del poder y hacen lo que el poder les pide y los jueces que consideran que enfrentarse con el poder, sobre todo con aquellos representantes del poder que han caído en desgracia, les otorga un excelente marketing ante la opinión pública y les permite limpiarse de sus anteriores pecados. Tensionados por estos dos extremos, hay jueces que tratan de hacer las cosas de la mejor manera posible. Quisiera creer que son muchos porque, si no fuera así, el presente y el futuro de la República valdrían menos que un trapo viejo.

La libertad de la señora Alsogaray no borra sus causas ni asegura que en el futuro no vuelva a la cárcel. Estuvo casi dos años presa y, por más que haya vivido su prisión con ciertas comodidades, no debemos perder de vista que, cuando se está preso, las comodidades son detalles que no disimulan lo principal. Y mucho menos cuando quienes la padecen son personas que nunca en su vida se imaginaron estar en esa situación.

María Julia sufrió la muerte de sus padres en la cárcel. Ese destino no se lo deseo a nadie. Ocurra lo que ocurra, siempre tendrá el sabor amargo de saber que sus padres murieron con la hija entre rejas. La Justicia mañana podrá declararla inocente, pero sus padres no lo sabrán. La Justicia mañana podrá indemnizarla por los daños ocasionados, pero sus padres no lo sabrán.

Nobleza obliga, hay que reconocer que a la prisión la soportó con entereza, con estilo, con esa particular dignidad que a veces los exponentes de las clases altas observan ante la adversidad. El que escribe esto tiene el peor de los conceptos políticos de la señora Alsogaray. Considera que ella fue el paradigma de un liberalismo autoritario responsable en muchos aspectos de la tragedia de la Argentina. Pero, como le gustaba decir a Borges, nada se pierde con ser un enemigo generoso.

María Julia, ¿es inocente? No lo creo. La Justicia tiene su palabra, pero no es la única palabra válida. Si así fuera, Al Capone, por ejemplo, sería un simple evasor de impuestos y no el jefe de la mafia de Chicago. En una sociedad civilizada tenemos la obligación de respetar los fallos de los jueces, pero no estamos obligados a creer que a la vida social y a la verdad de una sociedad la definen los jueces.

Se dice que María Julia fue un chivo expiatorio. La metáfora es más oportunista que oportuna y la usan los que pretenden disculparla. La realidad política no se entiende con metáforas y María Julia es una persona, no un chivo. Es verdad que, gracias a su pedantería, a sus relaciones carnales con Menem y a la portación del apellido fue considerada el modelo de la cultura menemista de los años noventa. Sin embargo, ella no estuvo presa por haber sido antipática o por ser liberal, sino por los delitos que se le imputan.

Para el ciudadano común, María Julia es culpable. Se dirá que en un estado de derecho el hombre común no dicta los fallos, y está bien que así sea. Pero en un estado de derecho, los fallos de los jueces, si bien no deben regirse por el sentido común de la sociedad, tampoco están obligados a violentar lo que la sociedad considera válido.

Las pasiones del pueblo respecto de sus gobernantes no son criterio de verdad para los juristas, pero esto no quiere decir que estas pasiones sean injustificadas. Un juez no debe decidir por lo que piense el hombre de la calle, pero no está obligado a decidir en contra de lo que piensa el hombre de la calle.

Tampoco se pueden desconocer las influencias invisibles que ejerce el poder en cuestiones que comprometen la libertad de los poderosos. Un orden jurídico es una ficción legal que nos involucra a todos y que todos debemos tratar de respetar, porque la otra alternativa sería la ley de la selva, la de las muchedumbres linchando en la plaza a quienes suponen que son sus enemigos. Pero de allí a creer que esa ficción legal es la verdad revelada hay una enorme distancia, una distancia que los hombres intentamos zanjar por la vía de la política y de la prédica moral.

María Julia, ¿recuperó su libertad porque habló? En realidad, habría que decir que no habló, sino que amenazó con hablar y, a juzgar por los resultados, eso fue más que suficiente. Sus declaraciones a los diarios de Buenos Aires fueron apenas la punta del iceberg que disimula la mugre menemista protegida por los peronistas de ayer y los peronistas de hoy.

Yo no creo que el menemismo tenga hoy tanto poder como para manipular las decisiones de los jueces, por lo que habría que pensar que los magistrados decidieron de acuerdo con su conciencia o que recibieron presiones que son mucho más efectivas que las que podría ejercer el menemismo.

No me preocupa que María Julia haya recuperado la libertad o, por lo menos, no me preocupa tanto. Lo que me preocupa es la sospecha acerca de pactos mafiosos que deciden la libertad o la cárcel de los personas según su soberana voluntad; no me preocupan los delitos de los poderosos, me preocupa la impunidad; no me preocupan sus ideas liberales, me preocupa que esas ideas sean la coartada para enriquecerse.

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