Se ha conocido el nombre del mítico Garganta Profunda. La revelación puso en evidencia, una vez más, el profesionalismo de Woodward y Bernstein, los dos periodistas que prometieron guardar el secreto y lo cumplieron. Marx Felt ahora será famoso, pero la verdadera fama, aquella que no se compra con dinero, queda para Woodward y Bernstein.
Los méritos de estos dos periodistas están fuera de discusión y sus estaturas profesionales seguirán siendo un ejemplo para todos los colegas que quieran iniciarse en el periodismo de investigación sin vender el alma al diablo o sin caer el la tentación del chantaje o la extorsión.
Es que en Estados Unidos hay muchos problemas, pero también muchas virtudes. Una de ellas es la existencia de periodistas con coraje civil y rigor profesional, capaces de honrar las mejores tradiciones en la materia. Woodward y Bernstein son un ejemplo, por no el único. Antes que ellos hubo otros y, compartiendo en más de un caso los mismos temas, siguen en actividad periodistas tan talentosos, brillantes y valientes como ellos.
Me importa hoy hablar de Seymour Hersh, nacido en Chicago hace sesenta y siete años y que en la actualidad trabaja en un modesto departamento de dos ambientes en la avenida Connecticut de Washington. Hersh es respetado por muchos de sus colegas, también es envidiado y, como todo periodista de raza, cuenta con numerosos enemigos, entre los que habría que señalar al propio George Bush, quien le ha prohibido el ingreso a la Casa Blanca y le ha dado orden a todos sus colaboradores, desde el ministro al último portero, de que no le den entrevistas.
No obstante ello, Hersh se las arregla para seguir trabajando. La última revelación que promovió le costó la cabeza al ministro Richard Perle y puso en jaque a Donald Rumsfeld. La denuncia de Hersh fue, y es comentada, en todo el mundo y se refiere a las torturas que los soldados norteamericanos cometían contra los presos en la cárcel de Abu Ghraib.
No es la primera vez que Hersh es noticia en el mundo. En 1968 el hombre publicó la masacre cometidas por los soldados yanquis en la aldea vietnamita de My Lai. Según las cifras estimadas, esa mañana del 16 de marzo de 1968 los soldados -al mando del teniente William Calley y el capitán Ernest Medina- asesinaron en menos de cuatro horas a más de quinientas personas. Entre los muertos había mujeres, niños y ancianos. En el «combate» los norteamericanos sólo sufrieron la herida de un soldado que se lastimó el pie al tropezar con un tronco.
Sin duda que Woodward y Bernstein tuvieron un protagonismo de primer orden en el caso Watergate, pero el rol de Hersh fue muy importante escribiendo sus columnas desde el New York Times. Lo que sucede es que la diferencia entre uno y otro más que profesional fue mediática: sobre Hersh no se hizo una película en la que el actor que lo interprete se llame Robert Redford.
Otras investigaciones de Hersh no son menos importantes. Una de sus «víctimas» favoritas fue Henry Kissinger, a quien lo denunció por su participación en el golpe de Estado contra Salvador Allende, los bombardeos a Camboya y, por supuesto, la guerra de Vietnam. A decir verdad, las denuncias se divulgaron pero su efecto no provocaron grandes consecuencias, ya que Henry Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz en esos años y hasta ahora no se sabe si este reconocimiento no fue más que una humorada un tanto macabra de los suecos.
En los últimos años nuestro investigador cumplió un rol importante en temas tales como el atentado terrorista contra las Torres Gemelas, la guerra en Irak y los negociados que perpetran los jefes musulmanes de Pakistán o Arabia Saudita con los empresarios y políticos adictos a la Casa Blanca. En esa línea ha publicado varios libros y su columna en el The New Yorker sigue siendo una pesadilla para el gobierno de Bush.
¿Cómo trabaja Hersh? Fundamentalmente cumple con los principios básicos del periodismo de investigación: no subestimar ningún dato, controlar la información recibida y, sobre todo, respetar y proteger la identidad de sus fuentes de información. Lo demás es talento, olfato y honestidad intelectual. Habría que agregar que los grandes periodistas de investigación de todos los tiempos son personas cultas, que conocen el mundo en el que viven. No están identificados partidariamente, pero son hombres formados políticamente y disponen de una determinada visión del mundo. Hersh, por ejemplo, es acusado de «liberal», por los halcones de la casa Blanca.
Hay otros méritos, además. Un periodista de investigación sabe escribir, algo que parece obvio pero que muchos aspirantes a periodistas subestiman, como lo demuestra el caso de algunos periodistas lugareños que no saben escribir «Viva Boca» en la puerta de un baño público y, además, se jactan de su ignorancia.
Está, por último, o en primer lugar, la integridad moral. Un periodista de investigación no es un denunciero, no es un operador del sensacionalismo, tampoco establece con sus informantes relaciones perversas, no los cita -por ejemplo- en algún bar público para recibir sobres de dinero. Dicho con otras palabras, un periodista de investigación busca la verdad y el bien público, no es un chantajista ni un extorsionador.
Hersh ha dicho en sus entrevistas que las fuentes de sus informaciones provienen del poder, Son los mismos postergados en sus carreras burocráticas, o quienes han sido desplazados del poder, los que en determinado momento pasan informes o dan a conocer papeles secretos que son el punto de partida -y nada más que el punto de partida- de toda investigación.
Lo sucedido con «Garganta Profunda » se inscribe en este contexto. Felt no era un patriota ni un hombre virtuoso; era un sabueso del FBI que esperaba reemplazar a Hoover, pero cuando se enteró que para ese puesto había otro nombre empezó a trabajar de Garganta Profunda. Hersh es un especialista en conectarse con este tipo de gente y ha demostrado ser un excelente y discreto interlocutor. Queda claro que este trabajo exige inevitablemente ensuciarse las manos (diría Sartre) y lidiar con gente difícil.
Hersh también se equivocó en su carrera y fue entrampado por las intrigas del poder. Ese riesgo existe y Hersh en algún momento pisó el palito. En una oportunidad recibió información «confiable» en la que le aseguraban que John Kennedy había pagado para silenciar a Marilyn Monroe. Nuestro investigador trabajó sus fuentes, les parecieron correctas, y escribió el libro «El lado oscuro de Camelot». Apenas salió el libro a la calle se demostró que la información era falsa y sus enemigos se aprestaron a despellejar al antiguo despellejador.
Lo que hizo Hersh en esa ocasión fue también un ejemplo de conducta periodística: inmediatamente ordenó sacar el libro de circulación y pidió disculpas a la opinión pública. Con todo, no salió bien parado del episodio, pero los que pretendieron liquidarlo se quedaron con las ganas.
Hace dos años Hersh fue invitado por los estudiantes de periodismo de la universidad de Columbia para cerrar el ciclo lectivo. En esa ocasión dijo, entre otras cosas: «Me gustaría ver a los periodistas controlando gobiernos, me gustaría que criticaran a una administración capaz de llevarnos a una guerra por unas armas que no existen y me gustaría que escribieran que no hay armas de destrucción masiva en Irak».