Kirchner en Santa Fe

Néstor Kirchner pasó por Santa Fe. Trajo dinero y promesas. Públicamente no bendijo candidatos, pero se ocupó de bendecirse a sí mismo. La ciudad y sobre todo la zona de la Costanera, lució de punta en blanco. No hubo milagros en esta visita, aunque sí pertenece a la genealogía del milagro que el intendente Martín Balbarrey se haya puesto a trabajar para que el presidente no se lleve una mala impresión de Santa Fe. Tan notable ha sido el trabajo en la Costanera que, muy bien podría decirse, si de acá a fin de año Kirchner visitase nuestra ciudad tres o cuatro veces y realiza sus actos en lugares diferentes, los santafesinos podríamos asistir a la revelación o el milagro de ver al intendente trabajando y a la ciudad transformada en pocos meses en un lugar civilizado.

Se calcula que hubo más de cinco mil personas en el estadio de la UTN. También hubo largas colas de colectivos y, seguramente, no deben de haber faltado los choripanes y alguna que otra bebida espirituosa. En su momento la reunión pensaba celebrase en el camping de UPCN. No se sabe lo que pasó, pero en la UTN, quien estuvo en el palco fue Jorge Hoffmann y quien se quedó en la tribuna, participando como un inquieto y activo militante de base, fue Alberto Maguid.

Todo el peronismo estuvo presente en el acto, pero el presidente ordenó que no se escuchen los acordes de la marchita y que la única bandera que los representase fuera la celeste y blanca. Su discurso fue más o menos el de siempre: un proyecto de Nación fundado en el crecimiento del mercado interno y la adhesión de las clases populares, más la inevitable retórica sentimental que suelen estar presentes en estos actos.

Sería un error por partida doble suponer que Kirchner no es peronista por prohibir que se cante la marcha o creer que han sido sus escrúpulos republicanos y democráticos los que predominaron. En estos temas hay que ser claros: al presidente no le interesa ser el líder del peronismo, le importa ser el líder de la Nación. Kirchner sabe que, mientras ejerza el poder el peronismo va a estar a su lado. Pero también sabe que para consolidar su estrategia necesita del apoyo y la neutralidad de quienes no son peronistas. Dicho con otras palabras: a los peronistas los gana ostentando poder. No se los conquista demostrando amplitud y que no se parece a la imagen que el antiperonismo suele hacerse del peronismo.

La «marchita» identifica solamente a los peronistas y provoca escozor entre quienes no lo son. ¿Por qué, entonces, reducir la audiencia en nombre del folclore partidario, si existe la posibilidad de convocar una audiencia más amplia en nombre del realismo político? ¿Por qué quedarse con menos si se puede aspirar a más?

A Juan Domingo Perón siempre le importó más Perón que el peronismo; Kirchner en estos temas es un buen discípulo del maestro. La transversalidad es una convocatoria amplia y permite que se discutan muchas cosas, menos una: el liderazgo de Kirchner y el de su señora esposa. No de otra manera procedió Perón, convocando a socialistas, anarquistas, comunistas, conservadores y radicales. Para todos había juego, todo se podía discutir, menos, claro está, su liderazgo.

Perón lo convocó en su momento a Amadeo Sabattini, pero el caudillo radical le pidió que antes de seguir hablando se afilie a la UCR. Allí terminaron las conversaciones. Sabattini regresó a Villa María y Perón empezó a conversar con Hortensio Quijano, un radical correntino con más fama que votos y más ambiciones que inteligencia.

En el acto de la UTN los dirigentes que subieron al palco fueron todos aplaudidos, pero el que recibió adhesiones más unánimes fue Carlos Reutemann. Kirchner, seguramente, debe de haber anotado el dato y si no es necio se dará cuenta de que el principal puntero del peronismo santafesino, el que concita más voluntades a favor, es Reutemann.

Las diferencias entre Kirchner y Reutemann son visibles y ellos mismos en algún momento se encargaron de hacerlas visibles. Kirchner, allá lejos y hace tiempo, lo trató con dureza y lo amenazó con los peores castigos; Reutemann no dijo nada, pero el que habló fue su hermano, la persona que suele verbalizar lo que Reutemann no se anima a decir o no sabe decirlo.

Las diferencias entre ambos son visibles, pero en política es mucho más importante el poder que la ideología. Para Reutemann, el presidente se parece mucho a un montonero o a un comunista -o, por lo menos, a la imagen que sus prejuicios y su ignorancia identifican con el comunismo y los montoneros-. Para Kirchner, Reutemann es un exponente de ese gorilismo conservador que vivió su gran fiesta en las jornadas de setiembre de 1955. Aunque hoy los rivales que podrían expresar esa línea se llaman López Murphy y Macri. Mientras que Reutemann no sólo es un compañero, sino que está más cerca de él que de Duhalde y, además, es el dirigente que puede asegurarle la victoria en la provincia de Santa Fe.

Kirchner y Reutemann van a tener problemas el día que al santafesino se le ocurra disputar el sillón de Rivadavia o al patagónico se le ocurra apoyar en la provincia a otro candidato. Como nada de eso está previsto por el momento, las relaciones entre los dos son políticamente correctas y utilitarias: ambos se necesitan, por más que en el fondo predominen más las diferencias que las coincidencias.

Por otro lado, el estilo de Reutemann nunca ha sido el de forzar situaciones; por lo tanto jamás se va a oponer a Kirchner, no es su estilo luchar contra lo inevitable; su talento o su astucia consiste en no forzar situaciones, sino en esperar que la situación lo instale a él en el centro de la escena. Si eso no ocurre, espera. Está acostumbrado a hacerlo y nunca le ha ido mal aplicando esa táctica.

El Lole aprendió política corriendo con el auto; allí ejercitó la resistencia, la paciencia; allí aprendió a evaluar las posibilidades, a calcular las relaciones de fuerza. Sus maestros políticos no fueron Weber, Croce, Pareto o Habermas, sino Ferrari, Lotus. Brabahm y Williams. A juzgar por los resultados, mal no le ha ido.

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