¿Aborto terapéutico?

No es necesario ser un doctor en teología ni se necesitan grandes conocimientos de medicina para saber que, obligado a escoger entre la vida de una madre y la de un feto, debo elegir por la vida de la madre. No es una decisión fácil, claro está, pero en la vida, muchas veces, estamos colocados ante dilemas donde decidirse por una posición o por otra compromete valores trascendentales.

El fallo de la Corte de Buenos Aires parece estar de acuerdo con la ley que autoriza a interrumpir un embarazo cuando está en peligro la vida de la madre, o cuando es el producto de una violación a una discapacitada. Pero, más allá de las cuestiones jurídicas, cuya importancia no desconozco, lo que importa discutir es el drama humano.

Como le gustaba decir a un amigo, en una situación límite me interesa más el sufrimiento que la ley, lo que se puede o debe hacer antes que los fallos judiciales y todas esas cuestiones en las que nunca se decide nada porque, cuando el tema importa en serio, la biblioteca jurídica está dividida y la verdad de las formas jurídicas, al decir de Foucault, está sometida a los rigores del poder, es decir, a las exigencias de quienes disponen de más dispositivos para decidir que otros.

El debate está planteado entre quienes se oponen a la penalización del aborto y quienes consideran que el aborto es un crimen y como tal debe ser sancionado. No es verdad, o por lo menos, no es una verdad completa, decir que la discusión está planteada entre abortistas y antiabortistas. Nadie, ni la mujer más casquivana y frívola está a favor del aborto o toma a la ligera el tema. He conocido mujeres muy independientes, muy libres en materia sexual, que al momento de decidir por la interrupción de un embarazo se sintieron dominadas por la angustia, la culpa y el miedo.

La mujer que decide interrumpir un embarazo lo hace porque no le ha quedado otra alternativa y, a mi criterio, a esa decisión hay que respetarla y esforzarse por comprenderla. La mujer que aborta pasa por un momento crítico, un momento que dejará una huella más o menos profunda en su vida: ¿es justo, además, acusarla de asesina?

Insisto, una vez más, en la obligación de solidarizarnos con el sufrimiento. Antes que las leyes, los dogmas o las hipótesis científicas está el dolor humano, palpitante, vital, exigente. Siempre ha sido más humano y, si se me permite, más cristiano, comprender que castigar, asistir que condenar. Una mujer que interrumpe su embarazo podrá estar confundida, pero nunca puede ser considerada una criminal, una asesina. No es justo ni es piadoso agregar sal a las llagas y mucho menos con mujeres indefensas, con mujeres acorraladas por la necesidad, el dolor o el miedo.

Los opositores al aborto dirán que esa culpa o ese miedo que siente una mujer que ha decidido dar ese paso expresa en el fondo ese llamado que viene de Dios o del fondo de las tradiciones, un llamado que le está diciendo que procede mal, que está cometiendo un crimen. Puede que haya algo de verdad en ese razonamiento. Está claro que lo ideal sería que toda mujer embarazada diera a luz, pero convengamos que la vida es algo demasiado complejo para pensarla sólo sobre la base de situaciones ideales.

La vida no sería vida y el mundo no sería lo que sabemos que es si siempre estuviésemos colocados ante situaciones ideales. Por el contrario, porque en la vida nos podemos equivocar, porque en la vida están presentes la injusticia, el error, lo imprevisto, es que existen los dilemas, la posibilidad de equivocarse y la alternativa de corregir.

Somos libres, ésta es una verdad que aceptan un religioso y un agnóstico; somos libres por decisión propia o porque Dios así lo quiso, y en nombre de esa libertad debemos elegir muchas veces en situaciones límite. En toda discusión honesta corresponde ir hasta las últimas consecuencias. Entre los opositores al aborto puede que haya algunos hipócritas y algunos reaccionarios a los que jamás les ha importado la vida. Pero no sería honesto si no admitiese que, también en este campo, hay personas decentes que consideran seriamente al aborto como un crimen.

Para que la discusión no se distraiga en anécdotas o prejuicios, lo que importa es ir al meollo de la cuestión. El debate de fondo no es si hay o no vida humana en el feto, ya que está demostrado que la hay, sino si hay persona a partir de la concepción o a partir del nacimiento, es decir, desde que se separó del seno materno.

Los que consideran que la persona existe desde que el óvulo se fecunda con el espermatozoide estiman que es lógico considerar que interrumpir un embarazo es matar a alguien, con el agravante, en este caso, de que se trata de una persona indefensa. Los que en nombre de valores también humanistas postulan la despenalización del aborto no lo hacen porque sean asesinos seriales o porque se sientan felices matando niños indefensos, sino porque creen que no hay persona y que lo que se suprime en ese caso es un proyecto, decisión siempre dolorosa y traumática, pero que se toma para evitar males que se consideran mayores. Quien habla de la despenalización del aborto es alguien que está convencido de que está obrando bien, alguien que cree que la persona es tal cuando nace, es decir, cuando se separa de la madre.

Está claro que los partidarios de la despenalización consideran, en primer lugar, que el aborto es algo no deseable, pero creen que, planteado el tema, es necesario privilegiar el deseo profundo de la madre por sobre la vida del feto. Salvo, claro está, que la madre decida la contrario, una observación que merece hacerse, ya que los partidarios de la despenalización no están planteando que una patrulla de abortistas salga casa por casa todas las noches para obligar a las mujeres a abortar. De lo que se habla es de las mujeres que han decidido dar ese paso. ¿Las entendemos o las condenamos? ¿Las concebimos como una incubadora o como una persona?

Se sabe que en los países avanzados, por lo menos en su mayoría, existe una legislación a favor de la despenalización del aborto. Que una mayoría de países decida esto no es un criterio absoluto de verdad, pero admitamos que algo dice. Los que practican estas políticas de salud no son los antropófagos del Congo, sino las democracias que exhiben los niveles de calidad de vida más altos del mundo.

A un pensamiento hay que evaluarlo por las consecuencias que produce. Si el feto es una persona y el aborto es un crimen provocado por la madre, la primera observación que se plantearía en este caso es que estaríamos ante la presencia de una asesina algo original, ya que el crimen se estaría cometiendo a través de una agresión a su propio cuerpo.

Se podría decir, además, que atendiendo a que en la Argentina cientos de miles de mujeres han dado este paso, y que esta decisión ha sido acompañada por médicos, enfermeras, novios, maridos, padres y hermanos, si somos rigurosos con el precepto «el aborto es un crimen contra niños indefensos», deberíamos hacernos cargo de que se ha triplicado o cuadruplicado la población carcelaria, cifra que adquiriría dimensiones escatológicas si sumamos a todos aquellos que en el mundo ponen en práctica esta decisión.

Reitero, el tema de la interrupción del embarazo no es de fácil abordaje. Creo que no es lo mismo abortar que operarse las amígdalas. Toda mujer sabe cuando queda embarazada que le ha pasado algo importante, esa importancia podrá tener raíz religiosa o no, pero es siempre trascendente. Es más, consideraría que es bueno que en estos temas que lindan con el misterio de la vida haya voces que adviertan contra los peligros de tomar a la ligera cuestiones que los hombres aún no hemos sido capaces de desentrañar.

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