De todas las aberraciones sexuales que conozco, la castidad es la más dañina». Bernard Shaw.
Para el tribunal de la Iglesia Católica es probable que el obispo Juan Carlos Maccarone haya cometido un delito; para el estado de derecho Maccarone es inocente. ¿A qué legislación responde el obispo, a la de la Iglesia o a la del Estado nacional? Creo que responde ante las dos, razón por la cual ha dejado de ser obispo, pero no está detenido y nadie le ha abierto una causa penal.
La Iglesia Católica exige a los religiosos el celibato y condena la homosexualidad. Maccarone, ante los ojos de la Iglesia, habría cometido una falta por partida doble y, además, en todo momento ha sido consciente de lo que estaba haciendo, a tal punto que, al instante de desatarse el escándalo, elevó la renuncia al Vaticano y el Papa la aceptó en el acto, con una rapidez que, se me ocurre, no habría sido tan veloz si se hubiera tratado de un obispo conservador.
En la iglesia católica el debate acerca de las bondades o los perjuicios del celibato está abierto desde hace rato y, en algún momento, se me ocurre, esta prohibición va a desaparecer o quedará reducida al celibato voluntario o algo parecido. Con la homosexualidad, el tema es más complicado, pero también, en algún momento, los sacerdotes se harán cargo del problema o se darán cuenta de que nada se gana con condenar o demonizar a quienes practican ese tipo de sexualidad.
Se dice que Maccarone fue víctima de una venganza política por su prédica social y sus críticas al poder corrupto del juarismo. Yo diría, para ser más preciso, que, en primer lugar, fue víctima de una venganza religiosa, ya que la denuncia jamás se habría podido montar si no se hubiera contado con un apoyo decisivo por parte de algunos emisarios ligados a los sectores más reaccionarios y conservadores del clero local. ¿O alguien supone que un pobre infeliz como Alfredo Serrano puede llegar al Vaticano con un video, ingresar al despacho del Papa y convencer a Su Santidad de que en Santiago del Estero hay un obispo homosexual?
Queda claro que a Maccarone le tendieron una cama y que esa cama fue tendida por los sectores más reaccionarios de la Iglesia Católica y de la política santiagueña. También queda claro que lamentablemente Maccarone se acostó en esa cama. Por último, queda claro que, a diferencia de otros casos que conocemos, Maccarone se hizo cargo de su falta, presentó la renuncia en serio y, además, declinó el cobro de su jubilación.
Este aspecto merece destacarse, porque en la Argentina a más de un político, juez o funcionario lo han sorprendido con las manos en la masa y se hicieron los estúpidos, miraron para otro lado o se las arreglaron para seguir haciendo lo mismo como si nada hubiera pasado. En la Argentina de la impunidad y del cinismo, la actitud del obispo debe reconocerse.
La Iglesia Católica podrá condenar la debilidad o el pecado de Maccarone, pero yo como ciudadano manifestaré siempre mi respeto hacia el sacerdote que tuve la oportunidad de conocer en 1994: un hombre lúcido, progresista y solidario. Jamás se me ocurrió preguntarme, en ese momento, qué hacía el obispo cuando se quedaba solo en su cuarto, ocurrencia que, dicho sea de paso, no se me plantea con nadie, religioso o laico, porque respeto la vida privada de los hombres y mis juicios acerca de las personas tienen que ver con cosas mucho más importantes que fisgonear sobre lo que hace una persona en la cama.
Como ciudadano, me preocupa mucho más el hecho de que algunos obispos hayan legitimado las torturas o hayan convocado al exterminio de los disidentes o hayan avalado planes económicos que hambrearon a los más débiles, antes que un obispo que haya cedido a la tentación de la carne -como les gusta decir a los religiosos-. Mucho más que el pecado del sexo me preocupa el pecado de la corrupción y el pecado de la impunidad que durante décadas se practicó y se practica en Santiago del Estero. Más importante que saber lo que hacía Maccarone con su sexo es saber qué pasó con la muerte del obispo Gerardo Sueldo, o cómo funciona la gestapo juarista montada por Musa Azar, o cómo se condena a los pobres a la miseria, al hambre y al analfabetismo, preocupaciones que fueron centrales en Maccarone y por las cuales está pagando el precio que paga.
Estoy convencido de que Maccarone fue víctima de una conspiración. Pero no estoy dispuesto a creer con tanta facilidad en la denuncia que la mujer de Kirchner hizo en Rosario acerca de una campaña de desestabilización, denuncia que luego fue confirmada por su marido y que involucra a Patti, Menem y Duhalde. Según leímos esta semana, Kirchner lo acusa a Duhalde de pagar a los piqueteros para hacerle la vida imposible y Duhalde, a Kirchner, exactamente por lo mismo. Lo más curioso del caso es que los dos tienen razón.
La experiencia histórica enseña que las peleas entre peronistas son fingidas, salvo en algunos casos excepcionales, en que los peronistas deciden liquidarse entre ellos alegremente y, entretenidos en la faena, no vacilan, de paso, en liquidar el propio estado de derecho, como lo hicieron con tanta eficacia en los tiempos de Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel y López Rega.
También la experiencia histórica enseña que denuncias como las que hizo la mujer de Kirchner están más relacionadas con campañas electorales que con campañas de desestabilización. El recurso de la denuncia al boleo esconde, además, una matriz autoritaria, en tanto quienes hacen esta acusación disponen de tribunas pero no de pruebas y lo más grave de todo es que si, en algún momento nos decidiéramos a hacerles caso, sentaríamos un precedente gravísimo, ya que, de aquí en más todo partido, grupo o persona a los que se le ocurriera molestar al gobierno sería acusado de lo mismo.
Hay muchas cosas de Kirchner que me resultan interesantes. No creo que sea progresista ni, mucho menos, marxista, pero admitamos que algunas cosas buenas ha hecho. En más de una ocasión le he reconocido aciertos y, al decir de Halperin Donghi, he debido admitir que ha conjurado en su contra a la mayoría de la gente desagradable que circula en la Argentina, lo cual es una señal que no se debe desdeñar.
Sé que la derecha peronista lo acusa de montonero, imputación que no es cierta, entre otras cosas, porque Montoneros no existe; porque, cuando existió, el último apoyo formal que dio fue a Menem y lo que hoy existe son ex montoneros reciclados, tarea que no la iniciaron con Kirchner, sino con Menem y mañana la continuarán con Santa Claus, si es necesario, en tanto Santa Claus les permita seguir bebiendo de las ubres del poder. Recuerdo, por último, que Montoneros nunca fue marxista; tampoco fue una corriente interna del Partido Liberal de Finlandia, sino que fue peronista, por lo que Kirchner no traiciona a nadie si decide beber de una tradición a la que nunca perteneció, pero de la que le gusta dejar que crean que alguna vez fue un activo dirigente.
Sé que la derecha peronista lo acusa de haber traicionado las banderas del peronismo en el altar del marxismo internacional. Estas imputaciones hoy parecen graciosas, pero no hay que olvidar que, en otros tiempos, en nombre de estas consideraciones se mató mucha gente. Sin embargo, lo que a mí me preocupa de Kirchner no es su supuesto antiperonismo, sino su efectivo peronismo. Creo que los aspectos más positivos de la gestión de Kirchner poco y nada tienen que ver con la tradición peronista: me refiero concretamente a temas tales como la independencia del Poder Judicial o la defensa de los Derechos Humanos. Asimismo, creo que sus cuestiones más irritantes pertenecen a la más genuina tradición peronista, en tanto, como se sabe, no hay nada más peronista que la práctica autoritaria, la tentación hegemónica, la pulsión por el poder y la invención de un pasado inexistente.
Me agradan y comparto las críticas que Kirchner y los kirchneristas le hacen a Menem y a la década de la corrupción y la entrega, liderada por la Comadreja de Anillaco. Pero, sin ánimo de ser aguafiestas, me gustaría saber -discretamente, con educación y en voz baja- dónde estaban Kirchner y los kirchneristas en los años en que Menem era el mandamás de la Argentina.