Nueva Orléans, ¿quién es el responsable?

Se calcula que los costos van a superar los cien mil millones de dólares y se estima que el número de muertos triplicará al de los de las Torres Gemelas. El huracán Katrina pasó, las aguas desbordadas es probable que regresen a su cauce, pero no se puede decir lo mismo de los efectos de la tragedia y del debate acerca de las responsabilidades.

Cuando ocurren estas desgracias los gobernantes suelen culpar a la naturaleza, hasta que alguien les recuerda que ellos están en el gobierno precisamente para proteger a los ciudadanos y no para lloriquear acerca de las estampidas naturales. Dicho con otras palabras: la naturaleza es inimputable, los gobernantes, no. Esto no quiere decir que la tragedia no se cobra sus víctimas, pero lo que se evalúa en estos casos, es qué es lo que hicieron o dejaron de hacer quienes tenían la responsabilidad de velar por la seguridad de los ciudadanos.

En el caso de Nueva Orleans, a ninguno de los gobernantes, locales o federales, se les ocurrió decir, «a mí nadie me avisó», frase que, daría la impresión, que sólo se puede pronunciar en republiquetas bananeras gobernadas por gobernantes bananeros. El alcalde Ray Nagin y la gobernadora del Estado, Kathlenn Blanco, estuvieron en la primera línea y hasta el momento no se conocen críticas sobre su actitud.

Lo mismo no se puede decir de George Bush. Es verdad que él no es el responsable del paso del huracán, pero sí puede ser el responsable de no haber tomado los recaudos necesarios para que los diques no se rompan. Desde hace por lo menos tres años funcionarios y técnicos venían advirtiendo sobre los deterioros de las defensas, y la única respuesta que tuvieron de Bush fue la reducción de recursos. También se escucharon voces que reclamaban no desmantelar la Guardia Nacional, pero para Washington parecía mucho más importante mandar a los muchachos a Irak que dejarlos en Lousiana.

En Nueva Orleans viven más de un millón de personas. El 67 por ciento de la población es negra y el treinta por ciento está por debajo de la línea de la pobreza. No hay informaciones precisas todavía, pero se presume que la mayoría de los muertos son negros y pobres; la raza y la clase pagan el precio en un mundo que asegura que las ideologías han muerto y que las clases sociales no existen.

Lousiana es considerado un Estado pobre, pero su renta no lo es. Las cifras disponibles hablan de un ingreso per cápita de 26.000 dólares anuales, una cifra que coloca al Estado por encima de la mayoría de los países de la Unión Europea. Sin embargo, apenas se levanta la vista de los números puede contemplarse el paisaje de la pobreza y, en algunos casos, la miseria. Ocurre que en Louisiana, como en muchos lados, la producción de riquezas es buena, pero lo que no es buena es su distribución. En el primer mundo, en el corazón del imperio, los pobres parecen ser tratados con la misma inmesiricordia con la que son tratados en los países periféricos.

Lo que resulta más chocante, por lo menos a primera vista, es que este desastre ocurra en Estados Unidos. Es verdad que las fuerzas de la naturaleza se manifestaron de manera brutal, pero se sabía que el Katrina llegaba y si bien no se preveía la inundación, nada de ello alcanza a justificar el derrumbe de todo el sistema de asistencia y seguridad.

Se dice que si esto hubiera ocurrido en un país del tercer mundo, las víctimas se habrían multiplicado en escala geométrica. Este argumento pretende sostener que, a pesar de todo, fue la presencia de un sistema eficiente de seguridad lo que redujo de manera sensible los costos humanos. Esta hipótesis puede ser entendible, siempre y cuando se la pruebe, sobre todo porque los principales diarios de Estados Unidos no ahorran críticas a un gobierno federal que, al decir de uno de sus editorialistas, está más preocupado por lo que sucede en Bagdad que por la seguridad de sus propios habitantes en Nueva Orleans.

Lo que está fuera de discusión es que los reflejos del presidente fueron lentos, muy lentos. El hombre no tiene la culpa de que sus vacaciones hayan coincidido con el Katrina, pero ello no puede ser una coartada para justificar que, recién a las 72 horas, el señor George Bush se dignó a darse una vueltita en avión para ver lo que estaba pasando. Como un síntoma de lo que para un gobierno es o no importante, conviene saber que el vice, Dick Cheney también estaba de vacaciones, y que de la canciller Condoleezza Rice la última noticia que se tenía es que había estado comprándose zapatos en un conocido local de Nueva York. No es que los funcionarios no tengan derecho a las vacaciones o no puedan disfrutar, sobre todo si se trata de una mujer, de un día de compras, pero admitamos que cuando se participa en política los ejemplos y los símbolos también son elocuentes, algo que aprendió el virrey Sobremonte cuando llegaron los ingleses y él estaba presenciando una obra de teatro, o que empezó a saberlo María Antonieta cuando arribaron los «saint coulottes» y ella se estaba maquillando.

Los voceros de prensa de Bush hoy se defienden con el argumento de todos los gobiernos de que no han hecho las cosas bien: no traten de politizar la tragedia, dicen, cuando por el contrario, lo que sería deseable es que se politice al máximo, es decir, que los ciudadanos sean capaces de expresarse y sacar sus conclusiones respecto de la relación que existe entre las buenas o malas políticas y su seguridad y estilo de vida, entre otras cosas porque para eso existe la democracia, para politizar cada uno de los actos que impactan sobre la sociedad

Bush fue el primero en politizar el atentado terrorista contra las Torres Gemelas, al punto de que en algunos ambientes se dice, o se sospecha, que el principal beneficiario de lo ocurrido fue el presidente, al encontrar en las Torres Gemelas una causa para desarrollar las líneas fundamentales de su estrategia política. Pues bien, en Nueva Orleans los diarios hablan de diez mil muertos y alguien debe responder por lo ocurrido. Nagin, el alcalde, es considerado casi como un héroe, la gobernadora dice que supo estar a la altura de las circunstancias. Bush por su parte, asegura que la culpa de todo la tiene la naturaleza: al respecto, el presidente debería saber que jurídicamente la naturaleza es inimputable, pero él sí lo es.

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