Un gobierno más o menos para un país más o menos

«Escuchen con qué falta de convicción dicen los hombres palabras convincentes». A. Chéjov

La señora Danielle Miterrand admitió que la empresa Suez no cumplió lo pactado con el gobierno nacional. La tradición criolla que se funda en el principio de que para que una verdad sea creíble en la Argentina es necesario que la diga un francés, se cumple una vez más. Si le vamos a creer a algunos colegas de Buenos Aires, la empresa Suez se va porque el presidente es un hombre de mal carácter, un irascible que disfruta peleándose con todo el mundo, un enemigo de los capitales extranjeros o, lo peor de todo, una suerte de coimero profesional que despide a empresas extranjeras para convocar a otros y cobrarles una buena comisión.

Ahora, después de las palabras de Danielle Miterrand, nos enteramos lo que se sospechaba y se escribía con mucha discreción en algunos lados: la empresa incumplió pautas fundamentales del contrato y en los años que actuó en la Argentina cuadruplicó sus ganancias con relación a Europa y Estados Unidos. Como periodistas o como ciudadanos podemos discutir los modales o las intenciones de Kirchner, pero lo que no podemos hacer es resignarnos a mirar la realidad con un solo ojo o de acuerdo con el informe que la propia empresa brinda para justificar sus actos.

De todos modos, no comparto en sus líneas generales la mirada conspirativa que la señora del presidente tiene sobre los medios de comunicación y que la manifestó en una conferencia que dio en los Estados Unidos de Norteamérica luego de sus habituales recorridos por las casas de modas. La señora Cristina plantea, como si estuviera descubriendo la pólvora, que los periodistas representan o expresan intereses. Acostumbrada a hacer política en Santa Cruz, y habituada por lo tanto a disponer de una prensa cómplice o sometida, la señora no termina de digerir una prensa crítica que cuestiona los actos de su marido, incluso equivocándose.

Si es una verdad incompleta interpretar el conflicto con la empresa Suez a partir del mal carácter del presidente, también lo es decir que los periodistas responden a intereses, sobre todo cuando quien lo dice lo que desea es que los periodistas dejen de responder a esos supuestos intereses difusos para responder a su particular interés político. Digamos que con quienes el gobierno tiene problemas es con los periodistas que lo critican, porque con los que se subordinan a su voluntad no hay ningún problema y todos son elogios, lisonjas y algo más.

El gobierno se enoja, por ejemplo, con Morales Solá porque lo critica, pero mantiene relaciones carnales con Horacio Verbitski. Un observador ingenuo deduciría de esta relación que el gobierno apoya a periodistas supuestamente progresistas y enfrenta a periodistas supuestamente conservadores. Nada más falso. Para el gobierno la categoría derecha-izquierda está subordinada a la categoría superior que se llama «poder», y en nombre de ese ícono no tiene ni contemplaciones ni escrúpulos para arreglar con Frankestein si fuera necesario con tal de contar con su apoyo o su silencio.

La señora Cristina no critica a ciertos periodistas porque le preocupen la verdad o la libertad de prensa, sino porque la cuestionan a ella o a su marido, lo que vendría a ser exactamente lo mismo. En ese sentido, su argumento acerca de que los periodistas responden a intereses espurios se parece a los argumentos de todos los gobiernos autoritarios y totalitarios que no soportaron un régimen con libertad de prensa o, para ser más precisos, con pluralismo de prensa, ya que lo que importa no es que un diario diga o no la verdad, sino que existan muchos diarios para que cada uno diga su verdad que, como se sabe, nunca es total, definitiva y absoluta.

Importa saber que los periodistas, me refiero a los periodistas que tienen algo que decir sobre la realidad, siempre hablan desde algún lugar y ese lugar está siempre relacionado con un interés político, ideológico y, en más de un caso económico. Lo que digo debería ser una verdad de Perogrullo, pero el pensamiento políticamente correcto parte de la ficción de creer que los periodistas son «objetivos» y que sus opiniones son como las de Dios: ecuánimes, sensatas y desprendidas de todo interés temporal.

¿Esto quiere decir que los periodistas son intrigantes, conspiradores, agentes encubiertos de algún poder perverso? Para nada. Partiendo de la base de que hay de todo en la viña del Señor, lo que vale es saber desde qué lugar se habla. Ningún periodista debe ser descalificado porque hable desde un inevitable lugar ideológico o político, del mismo modo que ningún periodista puede pretender que su verdad sea imparcial, incontaminada y absoluta. El compromiso del periodista, como el del cualquier persona que intente reflexionar honestamente, es con la verdad, y ese camino lo debe recorrer con argumentos, con pruebas y con precisiones fácticas y teóricas.

Kirchner debe saber o no puede ignorar que es uno de los presidentes que mejor ha sido tratado por la prensa en los últimos años. Comparado con lo que se escribía en los tiempos de Menem o de De la Rúa, o del propio Duhalde, lo que se dice de él, las opiniones más duras o más caústicas, son apenas caricias hechas con el pétalo de una rosa bendecida por Storni o Maccarone.

¿El gobierno puede discutir las opiniones de los periodistas? No sé si debe hacerlo, pero puede hacerlo. La verdad de los periodistas no es más importante ni brilla más en el firmamento estrellado que la modesta verdad de cualquier ciudadano. El gobierno no puede meter preso a un periodista porque sus opiniones no le gusten, ni puede cerrar un diario porque no le agrade una editorial, pero nadie le puede negar el derecho a un presidente a discutir o defender su propia verdad. Así como es una conducta corporativa decir que todos los periodistas, por el solo hecho de serlo, son honestos y angelicales, también es una conducta corporativa no aceptar que una editorial o una opinión escrita o dicha en algún medio, pueda ser discutida por un presidente, un gobernador o un ministro.

Lo que vale para el gobierno vale también para los políticos, por más que en estos últimos años están muy desprestigiados y la culpa no la tienen precisamente los periodistas. También en este tema no sólo no conviene meter a todos los políticos en la misma bolsa, sino que es necesario distinguir en qué momento la crítica a los políticos es justa y en qué momento se transforma en histeria o en arrebato autoritario.

Es verdad que la sociedad no confía en los políticos, pero habría que interrogarse hasta dónde esa sociedad está dispuesta a mejorar la calidad de sus representantes. Es una falacia o algo peor creer que en la Argentina existe una sociedad justa con políticos injustos. Ocurre que también en el caso de la sociedad no es bueno meter a todos en la misma bolsa porque así como existen ciudadanos dignos, justos y solidarios, existen personas que expresan las pasiones más egoístas y sórdidas. ¿O alguien se preguntó -por ejemplo- de dónde salen los votos que van a obtener Zulma Faiad o Moria Casán?.

Me he cansado de escuchar a ciudadanos dominados por una santa indignación contra los políticos dirigentes que después hacen amansadoras en la Legislatura, en Casa de Gobierno o en cualquier despacho para pedirle al político que acomode a su hijo o a su amante. No estoy contando una anécdota, estoy describiendo un comportamiento bastante generalizado, motivo por el cual llega un momento en que uno no sabe si las críticas a los políticos provienen de un deseo de justicia o del oscuro resentimiento de quien si estuviera en el lugar que hoy critica haría exactamente lo mismo.

Digamos para terminar que, para bien o para mal, éstos son los políticos que tenemos en el país que nos tocó vivir que no es precisamente Atenas en tiempos de Pericles o Florencia en tiempos de Lorenzo «el magnífico». Con todo, conviene no exagerar: no somos Noruega o Finlandia pero tampoco somos Haití o Sudán. Es más: hay que aceptar que en algo hemos mejorado. En lo personal, el gobierno de De la Rúa me daba lástima y el de Menem, vergüenza. Con Kirchner no me pasa lo mismo: hay muchas cosas que criticarle, hay muchos errores que imputarle, pero hay muchos aciertos que reconocerle. Como le gusta decir a Juan Carlos Portantiero: «Tenemos un gobierno más o menos en un país que es más o menos».

 

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