Hubo un ganador: la derecha; hubo un perdedor: la izquierda. Aquí terminan las simplificaciones y empiezan las complicaciones. Ni la derecha es tan derecha como la pintan y mucho menos tan homogénea, ni la izquierda es tan de izquierda como se presenta y mucho menos honesta, si vamos a atender las denuncias y las conductas del electorado.
Estas son las primeras elecciones que se celebran en Polonia luego de su ingreso a la Unión Europea, y si bien son elecciones parlamentarias, ya que la presidenciales se realizarán dentro de dos semanas, los alineamientos de fuerzas más o menos se han definido este domingo. Por lo pronto, la coalición de derecha (Ley y Justicia y Plataforma Cívica) dispondrá de una cómoda mayoría parlamentaria con casi el setenta por ciento de las bancas. También en estas elecciones ha quedado claro que la coalición de izquierda socialdemócrata que venía gobernando desde hacía cinco años no podrá retener el poder, con lo que se verifica, además, que en Polonia ningún partido dura en el poder más de un período.
Con estos resultado, entonces, el oficialismo se queda sin alternativas para las presidenciales, en tanto su candidato más prestigiado, el ex comunista Wodzimierz Cinoszewicz, es muy probable que no se presente, entre otras cosas porque no está dispuesto a ser sacrificado por un gobierno contaminado por la corrupción. Asimismo tampoco está dispuesto a hacerse cargo políticamente de una administración que no redujo la desocupación que sigue siendo la más alta de la Unión Europea y que, en nombre de la izquierda, apoyó, con el envío de tropas, la intervención de George Bush en Irak.
Con la izquierda fuera de circulación, la gran disputa para la presidencia se va a dar entre la derecha, es decir, entre los conservadores católicos de «Ley y Justicia» y los liberales de «Plataforma Cívica». En los comicios del pasado domingo fueron juntos porque los unía el antiizquierdismo, pero durante la campaña electoral no lograron disimular sus diferencias, al punto que en algún momento las polémicas más encendidas no fueron entre derecha e izquierda sino entre liberales y conservadores.
«Ley y Justicia» cuenta con dos dirigentes que además de católicos y conservadores son hermanos gemelos, para ser más preciso. Lew Kaczynski es el actual alcalde de Varsovia y probablemente sea el candidato a presidente dentro de dos semanas; Jaroslaw Kaczynski aspirará a primer ministro o jefe de gobierno. Por su parte, el candidato de «Plataforma Cívica» será el historiador Donald Tusk y, si se respetaran los resultados del domingo, puede que sea el nuevo presidente, aunque atendiendo a la conflictividad existente se hace muy difícil hacer pronósticos.
En Polonia, desde hace tiempo, las elecciones son particularmente agresivas. En este caso la mayor cuota de agresividad estuvo expresada entre los partidos de la coalición ganadora, y esto fue tan evidente que los principales dirigentes liberales llamaron a sus aliados conservadores y católicos a moderar el lenguaje, porque por ese camino la gobernabilidad hacia el futuro iba a estar seriamente amenazada.
Si bien ambos partidos se reconocen en la tradición de «Solidaridad», el sindicato que lideró la resistencia al comunismo, las divergencias entre ambos no son para subestimar. Los conservadores le otorgan un rol importante al Estado, no defienden con tanto entusiasmo la economía del mercado y hacen de la religión una cuestión de principios. No terminan allí las diferencias: estos caballeros no piensan lo mismo que los liberales respecto de la Unión Europea, del ingreso de Turquía a la UE y de la alianza con Estados Unidos. Estas diferencias, diferencias que mientras estuvieron unidos contra el enemigo izquierdista se disimulaban, ahora emergen con mucha fuerza, estimuladas, además, por la disputa de la presidencia de la nación.
Los liberales advirtieron a la opinión pública que los conservadores estaban dispuestos a hacer una alianza con corrientes populistas y con los extremistas fanáticos nucleados en la Liga de Familia. El sacerdote católico de extrema derecha, Tadeusz Rydzyk, convocó al electorado desde su programa de radio, «María Santísima», a hundir a los liberales agnósticos de Plataforma Cívica. Como nos gusta decir a los argentinos: con aliados como ésos no hacen falta enemigos.
El oficialismo, que había llegado al poder hace cinco años con más del cuarenta por ciento de los votos, redujo su caudal electoral al once por ciento. Los escándalos de corrupción fueron los que más lo desgastaron. Ni lerdos ni perezosos sus rivales prometieron una profunda reforma moral de corte católico, aunque, a decir verdad, esa cruzada moral está dejando mucho que desear, ya que se hace muy difícil sostener una plataforma ética cuando las candidaturas a cargos parlamentarios se venden al mejor postor.
¿Cómo es eso? Así como suena. Quienes quieren ser candidatos participan de una suerte de subasta o remate y el que pone más se queda con la banca. La justificación moral de semejante procedimiento es que ese sistema no hace más que sincerar el principio que sostiene que los afiliados deben contribuir para financiar a su partido. A decir verdad, los polacos no han sido los creadores de esta particular feria electoral, pero convengamos que han sido los que la están implementando con más desparpajo.
Digamos que la transición del comunismo al capitalismo en Polonia está plagada de problemas y transita por un camino minado por trampas. Las dificultades económicas son grandes y los conflictos políticos son intensos. Algunos viejos polacos recuerdan con algo de nostalgia los tiempos del comunismo en donde no había libertad pero existía un mínimo de seguridad social.
Lo que se olvidan de recordar, es que en los últimos tiempos del régimen comunista esa supuesta seguridad social se caía a pedazos acosada por la ineficiencia económica, la corrupción y la resistencia política. No es cierto ni es justo decir que los problemas de Polonia se deben a que abandonó el comunismo; más correcto sería postular, con los matices del caso, que muchos de los problemas que aquejan a los polacos se deben a la herencia que el comunismo dejó en su cultura, en sus hábitos cotidianos, en su corruptela y en ese estilo faccioso, intolerante y violento de concebir la política.