A tres años de las inundaciones

Se cumplen tres años de la inundación a Santa Fe y el debate sigue abierto. Las discusiones son jurídicas y políticas, y no está mal que así sea. Para eso estamos en democracia y los errores -o los aciertos- se pagan o se cobran políticamente. A un político no se lo puede acusar de especular políticamente; es como acusar a un jugador de fútbol por querer hacer un gol o a un boxeador por intentar golpear a su rival. Lo que se les debe exigir a todos es que lo hagan respetando el reglamento o las leyes; después, todo lo demás está permitido.

Por supuesto que, cuando se habla de la inundación, el debate incluye las elecciones de 2007. También es una verdad de rigor que la oposición enfila las baterías contra Reutemann porque considera que es el responsable de lo ocurrido y porque estima que es el candidato interno que sigue siendo el que más votos tiene. Habría que decir, por último, que el problema del peronismo en la provincia no se llama Reutemann o Rossi, el problema se llama veinticinco años en el gobierno. Nadie, ni el mago Mandrake podría estar tanto tiempo en el poder sin desgastarse.

Desde hace tres años, cuando se habla de la inundación se habla de las supuestas responsabilidades de Reutemann. Es previsible que así sea: él era el gobernador de la provincia y, por lo tanto, la máxima autoridad política. El gobernador, ¿es responsable de todo lo que ocurre en su territorio?

Ni tan poco, ni tan mucho. Creería que debe responder por aquellas cuestiones que afectan la vida de la sociedad. A un gobernador no se lo puede acusar porque un automovilista atropelló a un peatón en la esquina, pero sí se lo debe interrogar por las consecuencias de una inundación durante la que murieron 23 personas, se inundaron más de cien mil santafesinos y se perdieron miles de millones de pesos.

Lo que en un debate de estas características debe estar fuera de discusión son las intenciones íntimas. A nadie se le ocurriría decir que Reutemann propició la inundación de Santa Fe. No es eso lo que se discute; lo que se discute es si hizo o no lo necesario para impedir que la tragedia ocurriera.

Los gobernantes suelen responder por sus acciones ante el tribunal de los jueces y ante el tribunal de la opinión pública. A veces, estos fallos coinciden; a veces, no. A veces, el político imputado no va a la cárcel, pero se va a su casa; aunque también se han dado casos de políticos que terminaron en la cárcel y fueron sacados de allí por la opinión pública.

Cantoni, uno de los grandes gobernadores que tuvo la provincia de San Juan ganó las elecciones desde la cárcel. La Justicia lo había condenado, pero el pueblo lo consideraba un héroe. En la ciudad de Buenos Aires Ibarra no fue depuesto por razones penales, sino por motivos políticos.

Yo no creo sinceramente que Reutemann sea responsable penal por lo sucedido en Santa Fe. Mi impresión es que no es posible una condena penal a quien no tuvo intenciones de inundar ni de matar a nadie. Por el contrario, creo que sufrió la tragedia por partida doble: como ciudadano y como gobernante. En todo caso, de lo que hay que hablar es de las responsabilidades políticas de Reutemann, preguntándonos si, con las informaciones disponibles, hizo todo lo posible para proteger a sus gobernados.

Al respecto, algunas consideraciones son necesarias. En principio, se trata de una tragedia que intentó definirse como «natural», algo que obviamente es cierto. Sin embargo, lo que se discute no es la inclemencia del agua, sino la capacidad de los gobiernos para prever o poner límites a esa inclemencia.

En el caso de Reutemann, no se sabe hasta ahora si fue más torpe por lo que no hizo o dejó de hacer, que por lo que dijo. Manifestar, por ejemplo, «A mí nadie me avisó» es un argumento más propio de un niño que de un gobernador. Reutemann sabía que la inundación se venía y debía saber que era grave porque para eso era el gobernador. A él nadie le tenía que avisar porque quien debía avisar era él.

Conociendo Santa Fe, creo sinceramente que a cualquiera que hubiese estado gobernando la provincia le habría pasado algo semejante porque contamos con un Estado deplorable que, dicho sea de paso, Reutemann no hizo nada para reformar. Ahora bien, esto que digo es sólo una impresión, cualquiera me la puede refutar porque yo no puedo probar lo que no ocurrió. La verdad en este sentido es despojada e inclemente, ya que le pudo haber pasado a cualquiera, pero le pasó a Reutemann.

Se dice que hasta los caracoles y las hormigas se prepararon para afrontar la inundación, pero los únicos incapaces de hacer algo fuimos los humanos. Sobre esta paradoja, Ray Bradbury escribiría un excelente cuento. Dejando de lado la literatura y yendo a ejemplos más pedestres y rurales, se sabe que, cuando se avecina el agua, lo primero que hace cualquier tambero es proteger el campo o poner a salvo las vacas. Se me ocurre que Reutemann no hubiera permitido que su campo se inundara y sus vacas se ahogasen.

Nada de eso se hizo en Santa Fe. Es más, las instrucciones que se dieron desde el poder político fueron exactamente las contrarias. Lo que se les dijo a las «vacas» fue que siguieran pastando tranquilas y descansando bajo la sombra de los paraísos porque todo estaba bajo control.

Sin embargo, cinco o seis meses después de la tragedia, un sector importante de la sociedad votó a Reutemann. Alguien dirá que muchos votaron en blanco o se abstuvieron. Los felicito por su inteligencia y su astucia, pero lo concreto es que, gracias a esa genial actitud, el candidato que sacó más votos fue Reutemann.

Desde el punto de vista de las instituciones, ya sabemos que no hubo ni interpelación política ni indagatoria judicial. Reutemann no es Ibarra, los jueces eran sus amigos y los legisladores oficialistas estaban dispuestos a defenderlo con uñas y dientes. La oposición, por su parte, no hizo mucho; tampoco tenía demasiada fuerza.

Daría la impresión, por lo tanto, de que Reutemann no pagó ningún precio político por sus errores. Pero lo que sucede es que, a veces, la política cobra al contado y, a veces, se le ocurre cobrar las facturas en cuotas. Algo de eso le está ocurriendo al «filósofo de Guadalupe».

Se sabe que la mitad de la provincia nunca votó a Reutemann. Pero, hasta no hace mucho, esa gente que no lo votaba lo respetaba. Hoy, ese respeto entre los opositores se ha perdido y es muy probable que también se haya perdido el respeto o, por lo menos, se haya abierto una grieta importante en la fe de los independientes.

Lo que creo es que, como persona, Reutemann no es ni más ni menos virtuoso que cualquier ciudadano. Lo que yo pondría en duda es su capacidad como gobernante, ya que la inundación vino a demostrar que en tiempos tranquilos puede ser un administrador más o menos pasable. Sin embargo, en momentos de crisis, en esos momentos en los que se pone a prueba un gobernante, el hombre hace agua; una metáfora que me parece demasiado realista, pero es la que tengo más a mano.

Si a mí me dan un auto de carrera para manejarlo en una carretera desierta, puedo animarme a ir a más de doscientos kilómetros por hora. El problema se me va a presentar cuando el terreno se haga más accidentado y tenga que demostrar mi pericia en el volante. Allí se descubrirá, entonces, que a lo sumo sabré manejar un auto para ir de paseo desde Santa Fe a Rincón, pero nunca pretender ser un campeón de Fórmula Uno.

Creo que a Reutemann le sucede lo mismo en términos políticos. Mientras las cosas andan bien, una provincia se puede manejar hasta por control remoto, pero todo se pone difícil cuando se presentan los problemas serios. Es entonces, en la manera de abordarlos, cuando se registra la diferencia entre un político y un diletante, entre un estadista y un corredor de autos.

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