Los riesgos del verticalismo y los peligros de la libertad

Cuando desde su condición de peronista Agustín Rossi argumenta sobre las razones de su bloque para exigir la destitución de la legisladora Alarcón de la presidencia de la Comisión de Agricultura y Ganadería de la Cámara de Diputados de la Nación, no puede menos que admitirse que su punto de vista es legítimo y coherente.

La señora Alarcón está en ese lugar porque la instalaron los peronistas y si ella está en desacuerdo con la política de su gobierno lo que debe hacer es dar un paso al costado. Ése fue el argumento básico del oficialismo y es el argumento de cualquier institución u organización que debe decidir atendiendo a los intereses del grupo y su lógica de poder. No se puede estar en la comisión directiva de Boca y jugar en River; o ser obispo y trabajar a favor de los musulmanes.

Lo que ocurre es que la realidad no puede abordarse sólo desde la estricta mirada partidaria como lo hace Rossi. Un ciudadano de Santa Fe podría responderle que entiende muy bien sus razones, pero como él no es peronista no tiene por qué solidarizarse con ellas, en tanto que como ciudadano le importa más la defensa de los intereses de la provincia que la defensa del interés del Partido Justicialista; o que prefiere a los ganaderos de Santa Fe y no a los ganadores de la Casa Rosada.

Otro ciudadano podría decir que el razonamiento de Rossi le da mala espina, porque si ése es el criterio que utilizaría en el futuro en caso de ser elegido gobernador de la provincia, los santafesinos nos encontraríamos con un mandatario más interesado en quedar bien con Kirchner que con los ciudadanos de Santa Fe.

O para expresarlo en términos más políticos: con ese mecanismo de razonamiento, que privilegia la lealtad al presidente por sobre la lealtad a los electores, Rossi vulneraría los principios del federalismo, ya que el gobernador pasaría a ser un empleado o un amanuense del presidente y no el ciudadano elegido por los santafesinos para dirigir los destinos de una provincia que en algún momento puede llegar a tener contradicciones con el Poder Ejecutivo.

Esta última aclaración es pertinente, porque un peronista podría decir que defendiendo a Kirchner se defiende a Santa Fe, ya que las políticas del presidente son tan acertadas que si le va bien a él nos va a ir bien a todos. Rossi podría decir, por lo tanto, que la mejor manera de estar con los santafesinos es estar con Kirchner.

Semejantes argumentos son refutables desde distintos puntos de vista, pero en principio habría que recordar que en las sociedades complejas, donde lo que decide no es el carisma o la simpatía de un hombre, los intereses suelen, en más de un caso, ser contradictorios. Y lo que importa es que cada sector, cada región o cada grupo de interés pueda estar bien representado para hacer valer sus derechos o defenderse de decisiones que le causan perjuicios.

Sólo las dictaduras funcionan con incondicionales y no admiten la diversidad de intereses; las sociedades abiertas se constituyen reconociendo y representando esa diversidad, que es lo que le da vida y progreso a un sistema.

Rossi se presenta como incondicional del presidente y ésa es su virtud, el motivo por el cual hoy es el titular del bloque oficialista en la Cámara Baja, pero ése es también su límite. Muchas veces los incondicionales y los obsecuentes suelen merodear los espacios altos y helados del poder, pero no se conoce el caso de que un incondicional u obsecuente haya ido más allá de esa condición.

También habría que decir, a favor de Rossi, que lo que está haciendo no es nada extraño, porque eso fue exactamente lo que dijo que haría durante la campaña electoral. Los santafesinos que lo votaron sabían que votaban a quien prometía ser el hombre del presidente en la Cámara de Diputados. Como dice el refrán «el que avisa no es traidor».

Ocurre que la vida política no empieza ni termina en el peronismo por más importante que sea, por más votos que tenga y por más chances que disponga Kirchner con vistas a su reelección presidencial. Rossi no puede ignorar que la obsecuencia con el poder nunca ha sido bien vista, aunque en algún momento fue considerada algo así como una virtud en el peronismo, al punto de que Cámpora, por ejemplo, se jactó no de ser consecuente sino obsecuente. Gracias a esas virtudes fue presidente y gracias también a eso su presidencia duró algo más de un mes.

Más de un dirigente del peronismo alardeó de su condición de vertical y hasta de alcahuete del jefe, líder o conductor, sin ponerse colorado por semejante confesión de servilismo. Estas actitudes pueden justificarse en el interior del peronismo, pero está claro que no pueden ser un criterio de verdad para toda la sociedad.

La decisión de la diputada Alarcón también es opinable. Hay ciertas reglas de juego de la política que no se pueden romper y si se rompen se paga un precio. Ella ahora lo sabe, y si no lo sabía tenía la obligación de saberlo. En todo caso, ahora lo está aprendiendo. Es meritorio que en nombre de la independencia de criterio un legislador haga valer sus propias convicciones. De todos modos, un político no puede ignorar las consecuencias de sus actos.

Nadie en política toma una decisión sin reflexionar. Mi sensación es que Alarcón hizo sus cálculos, pero en algún punto algo falló o alguien no se comportó como ella esperaba. Seguramente pensó que defendiendo el interés de los ganaderos, su padrino político, Carlos Alberto Reutemann, la iba a sostener, entre otras cosas porque en el tema ganadero es muy probable que Reutemann piense lo mismo que la señora Alarcón.

Pues bien, la diputada se equivocó. Por un motivo o por otro, Reutemann la desmintió y entonces la diputada sólo pudo contar con el apoyo de Alchourrón, Miguens, la señora Pando y otras personas muy respetables, pero que poco o nada tienen que ver con el peronismo y con la versión kirchnerista del peronismo. Un chiste norteamericano que solía hacer Kennedy a sus amigos de Harlem era que «no se puede ser negro y estar en el Ku Klux Klan».

Lo que habría que preguntarse es por qué Reutemann dejó a su ex protegida a la intemperie. O habría que preguntarse qué quiso decir la señora Alarcón cuando dijo que Reutemann tenía miedo. ¿A qué le tiene miedo?, ¿de qué está amenazado?, ¿qué conoce el oficialismo de Reutemann que los santafesinos ignoramos?

El argumento de que ella actúa representando el interés de los santafesinos y no el de la corporación partidaria es atendible, pero habría que advertir que no siempre la mejor solución es la de dejar de representar a una corporación para representar a otra. ¿Alarcón hace lo que hace preocupada por los santafesinos en general o porque ha establecido sólidas relaciones con el sector ganadero opuesto al oficialismo?

La pregunta no es arbitraria ni personal; en principio es el interrogante de cualquier observador más o menos atento, interrogante que, por supuesto, nunca se lo planteó el peronismo, porque para ellos nunca hubo dudas de que Alarcón participaba del llamado lobby ganadero.

El debate está abierto, pero más allá de los desenlaces más o menos previsibles, lo que queda claro es que en principio la señora Alarcón cosechó no sólo las simpatías de los ganaderos y del arco opositor, sino de la ciudadanía independiente que siempre está dispuesta a ver con buenos ojos las rebeldías y transgresiones que hacen frente a las políticas verticales.

Lo que habría que preguntarse, atendiendo al vértigo de las noticias, es si el tema va a ir más allá de esta semana. La experiencia señala que en poco tiempo los argentinos vamos a estar hablando de otras cosas, pero los peronistas, y muy en particular los peronistas santafesinos, seguirán convencidos de que la diputada Alarcón los traicionó.

También sería pertinente preguntarse si las calurosas solidaridades que ahora recibe se sostendrán en el tiempo. Ya se sabe que la palabra agradecimiento no suele figurar en el vocabulario edulcorado y utilitario de la política.

 



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