La primera y la única vez que lo entrevisté a Kirchner fue hace cuatro años. Entonces, su único antecedente político era su condición de gobernador de la provincia de Santa Cruz. El nombre de Kirchner había empezado a sonar en esos días, porque había manifestado su deseo de ser presidente de la Nación, un deseo cuyas posibilidades de cumplirse eran tan remotas como las mías.
Durante la presidencia de Duhalde, el número puesto para el sillón de Rivadavia era Reutemann. Después del «Filósofo de Guadalupe» estaba De la Sota y detrás de todos ellos venía Kirchner, más preocupado entonces por hacerse conocer que por aspirar a un cargo que él mismo reconocía como lejano aunque, como buen político de raza, no dejaba de seguir con suma atención los acontecimientos, esperando que el azar -o lo que fuera- le brindara alguna oportunidad.
Por motivos que pertenecen al mundo inescrutable de las esencias, Reutemann renunció a ser presidente de la Nación, un hecho histórico que sólo registra como antecedente a Lisandro de la Torre con Uriburu, aunque dejo para la imaginación de los lectores establecer las diferencias intelectuales entre el «Leñador de Pinas» y el «Filósofo de Guadalupe».
Caída la candidatura de Reutemann, se anotó en la carrera De la Sota. Pero el cordobés no logró ni seducir a su mujer para que lo vote, motivo por el cual, el gran elector -que entonces era Duhalde- apuntó su dedo real en dirección a Kirchner.
Lo que importa, a los efectos de este relato, es que cuando lo entrevisté a Kirchner, el hombre no era presidente ni pensaba serlo en el futuro inmediato. Su máxima aspiración, entonces, era anotarse en la carrera, esperando que con suerte y viento a favor en el 2007 se le abriera una oportunidad. El hombre con el que hablé esa mañana había llegado a Santa Fe invitado por unos amigos, y la crónica de los medios de comunicación de esos días registra con previsible modestia su presencia en la ciudad.
Días pasados, mirando un número viejo de la revista «Hoy y Mañana» (que en paz descanse) me encontré con ese reportaje. Allí estaba él con su saco desabrochado, el nudo de la corbata suelto y el mechón de pelo caído sobre la frente. En la foto, su aspecto físico no difiere demasiado del actual, incluida su sonrisa nerviosa y su mirada estrábica.
Es interesante leer las declaraciones viejas de los políticos, porque esa lectura permite percibir la coherencia entre el pasado y el presente. Si esta máxima vale en términos generales, mucho más vale si el personaje es ahora el presidente de los argentinos. Recordemos, por ejemplo, que Menem cuando era candidato hablaba del salariazo y la productividad, y cuando llegó al poder hizo exactamente todo lo contrario. Recordemos que ya es casi un lugar común de la política decir que los candidatos suben por izquierda y bajan por derecha.
Con estas consideraciones y escrúpulos, me puse a leer la entrevista y descubrí, para mi sorpresa, que en el 2002, sin ninguna esperanza real o efectiva de ser presidente, Kirchner decía lo mismo que luego repetiría desde el poder. Se podrá estar a favor o en contra de sus iniciativas políticas y de su estilo directo y confrontativo, pero lo que esa vieja entrevista viene a demostrar es que no se le puede negar coherencia.
Uno de sus ejes argumentativos fue la crítica al modelo económico neoliberal y la necesidad de desarrollar una política económica que atienda al mercado interno y apuntale a las empresas nacionales. Reivindicó su condición de keynesiano, pero «soy un keynesiano que está en contra del déficit fiscal», aclaró.
En un tramo de la charla, Kirchner sostuvo que, después de una mala experiencia con Cavallo, decidió ponerse a estudiar economía, para que nunca más un ministro de Economía decidiera por él o lo abrumara con sus supuestos conocimientos técnicos. «Si soy presidente -me dijo-, se van a terminar los lobbies y el ministro de Economía seré yo; no voy a delegar en un técnico o en el gurú de una fundación, al estilo Cema, Fiel o Mediterráneo, el control y la marcha de la economía nacional».
También habló de los límites del Partido Justicialista como fuerza política y reivindicó la transversalidad como alternativa posible para construir una nueva forma de representación política de signo peronista. Habló de sus simpatías con los socialistas y los radicales «interesados en este proyecto», y no ahorró críticas a lo que denominó el «pejotismo» como variante anacrónica de un peronismo más atado al aparato y las prebendas personales.
En la entrevista, hubo referencias a su esposa Cristina y su fuerte personalidad política. Puntualizó que con ella mantenía acuerdos y diferencias. «Si cree que tiene que criticarme no va a vacilar en hacerlo, la conozco desde hace años y le puedo asegurar que lo digo es la verdad».
Para que nada falte a la ilusión de realidad también dirigió sus dardos contra el diario La Nación, diciendo que respetaba la libertad de prensa, el derecho del diario de Mitre a publicar lo que mejor le pareciera, pero que él como político y como gobernador también tenía el derecho de criticar lo que consideraba incorrecto.
En algún momento habló de Menem, de la corrupción y del sometimiento del peronismo al discurso conservador y oligárquico. Recordó su historia militante en la universidad y en Santa Cruz y concluyó señalando que siempre es importante saber si un dirigente tiene historia o prontuario.
Por último, lo interrogué sobre su estilo autoritario en Santa Cruz y los dineros de la provincia depositados en bancos extranjeros. Se defendió diciendo que en Santa Cruz la oposición es libre y que los ciudadanos de la provincia no son sumisos ni resignados. Afirmó que allí lo que predomina es el ciudadano crítico al que no se lo satisface con bolsones de comida o limosnas.
Respecto de los fondos en el extranjero, sostuvo que su responsabilidad era defender el dinero de la provincia. Recordó que Cavallo aconsejaba depositar en la Reserva Federal de Estados Unidos porque pagaba mejores intereses, por lo que él no hizo otra cosa que seguir ese consejo, motivado por el afán de defender el dinero de los santacruceños.
Insisto: es interesante leer las viejas entrevistas, sobre todo cuando los que responden son dirigentes que luego asumen la responsabilidad de ejercer el poder; es interesante repasar aquellas palabras, pronunciadas lejos del poder; es interesante leer en una revista vieja las críticas a los regímenes conservadores y liberales y el desafío a gobernar demostrando que es posible administrar la nación con eficiencia y sensibilidad popular.
Desde esta columna, no he ahorrado críticas a este gobierno; pero la lectura de esta entrevista realizada en el 2002 me permite decir que Kirchner postulaba desde el llano más o menos lo mismo que ahora sostiene desde la presidencia. Es verdad que los errores de antes no justifican los errores de ahora. Pero prefiero un mandatario coherente a un farsante, un dirigente que sabe lo que quiere -aunque aquello que quiera yo no lo comparta-, a un oportunista que nunca sabe dónde está parado o cuya única referencia política es su ávida y miserable ambición de poder.