Oficialismo, ¿entre la derecha y la izquierda?

Si a un gobierno de derecha se lo define por su defensa del capitalismo, la autoridad y el superávit fiscal, el líder indiscutido de la derecha en la Argentina sería Néstor Kirchner. Si alguien pretende objetar esta hipótesis planteando que Kirchner se dirige a un interlocutor popular, le recuerdo que la más rancia tradición conservadora ha tenido siempre como interlocutor al pueblo.

Valga este juego de palabras, no para decir que Kirchner es de derecha, sino para probar que hoy los conceptos de derecha e izquierda dicen algo, pero no explican todo y, en más de un caso, no explican lo fundamental.

Los conceptos nacidos al calor de la Revolución Francesa y revigorizados por el marxismo han entrado en crisis porque las tradicionales ideas de derecha e izquierda están en crisis. Hoy, ser de derecha o izquierda puede ser una profesión de fe o el insulto que se lanza para descalificar al contrincante, pero en la mayoría de los casos nunca se sabe bien a qué refieren y, por lo general, son palabras que se prestan para la manipulación política.

Si la derecha son los planteos de la señora Pando, el señor Patti y los nostálgicos del terrorismo de Estado, yo no soy de derecha y creo que el 98 por ciento de la población no es de derecha. Si la izquierda son los energúmenos que manifiestan en la calle junto con los fascistas de Hezbolá y reivindican las experiencias totalitarias que en el siglo veinte fueron responsables de más de ochenta millones de muertos, yo no soy de izquierda. Es más, no quiero saber nada con esa izquierda que todos los días se esfuerza por parecerse más al fascismo en sus arrebatos mitológicos, el culto irracional a la violencia y el asalto a la inteligencia.

Se puede hablar entonces de una izquierda y una derecha democráticas, pero incluso en estos casos, desde el punto de vista discursivo, las diferencias no suelen estar muy claras. Es que el denominado «centro» atrae a unos y otros y a la hora de ejercer el poder ni la derecha ni la izquierda resuelven los desafíos de la política desde la ideología.

¿Da lo mismo entonces ser de derecha o de izquierda? No da lo mismo, pero para la lógica de la política estos conceptos no explican todo y, muchas veces, no explican ni siquiera lo fundamental. Es más, en muchos casos las imputaciones de izquierdista o derechista suelen ser funcionales a la estrategia del poder, una perversa mistificación social destinada a manipular a la sociedad.

Seguramente al gobierno le interesa polarizar la alternativa izquierda-derecha entre Kirchner y Cecilia Pando, por ejemplo. Instalar una polarización ventajosa es la clave de toda estrategia política. Lo que importa, al fin, es que la sociedad lo crea y actúe en consecuencia. Por ejemplo, en 1945 una mayoría significativa de argentinos creyó que la alternativa era Braden o Perón. Más allá de que haya sido así, lo cierto es que la sociedad lo creyó y en estos temas, como diría el propio Perón, la única verdad es la realidad, o, como le gustaba decir a Mitre: «Si todo el pueblo se equivoca es porque todo el pueblo tiene razón».

Sospecho que al gobierno le interesaría que la sociedad se polarice entre el oficialismo y la señora Pando, Patti o Blumberg. Si así fuera, el oficialismo consolidaría el poder. Sin embargo, al gobierno se le presenta un problema insalvable para consolidar esta estrategia: toda polarización debe contar con algún mínimo anclaje en la realidad, porque al resto lo hace la propaganda, pero nada se puede hacer si la sociedad no está dispuesta a creer que las opciones que se presentan son verdaderas.

Para expresarlo en términos conceptuales: hoy los problemas en la Argentina no se resuelven a partir de la contradicción entre izquierda y derecha, porque en lo fundamental no son las categorías de izquierda o derecha las que están presentes en la crisis actual. Es verdad que conocidos referentes de la derecha política argentina se sumaron a la marcha de Blumberg, pero sería un exceso de simplificación pretender uniformar la marcha alrededor de los valores absolutos de la derecha. Convengamos, por otra parte, que es necesario un esfuerzo intelectual muy grande, una proeza de imaginación dialéctica, como quien dice, para creer que D’Elía es de izquierda o que los Fernández militan en esa franja ideológica.

En todo proceso social se debaten diversos conflictos. La seguridad, por ejemplo, no es de derecha o de izquierda, como dicen casualmente los dirigentes de la derecha, pero podemos admitir que las soluciones que se proponen sí pueden ser de derecha o izquierda. En este sentido, la derecha suele ser más proclive a juzgar con mano dura las responsabilidades individuales en los delitos, mientras que la izquierda se preocuparía más por atender las condiciones estructurales. Así y todo, a la hora de tomar decisiones concretas, ni los supuestos izquierdistas son tan estructurales ni los derechistas tan individualistas, porque ninguna sociedad puede estar esperando que se resuelvan todos los problemas sociales para asegurar el orden y ninguna sociedad puede creer en serio que con mano dura y gatillo fácil se arreglan las cosas.

Si la opción derecha o izquierda no es del todo clara, tampoco lo es la contradicción entre decisionismo autoritario y cultura republicana. Quienes simpatizan con la marcha organizada por Blumberg, consideran que la reivindicación de la seguridad se expresa políticamente en una crítica al gobierno por sus actitudes autoritarias, su incapacidad para aceptar iniciativas autónomas de la sociedad -por más que éstas, como suele ocurrir, sean aprovechadas por la oposición.

La tendencia a resolver estas cuestiones mediante la movilización de piqueteros -que pueden llegar a transformarse en organizaciones paramilitares al estilo de la Legión Cívica o la Liga Patriótica-, agrega un dato importante, porque lo que importa es el carácter estatal de la movilización orientada a confrontar contra los disidentes.

Interesa discutir si las movilizaciones organizadas por Blumberg son de derecha, pero lo que parecería estar fuera de discusión es que el gobierno está muy interesado en colocarla en ese lugar. Habría que decir, además, que lo está logrando, que más allá de las consignas, los sectores tradicionales de la sociedad se sienten identificados con Blumberg. Si esto fuera así, nos encontraríamos con un liderazgo de derecha enfrentado a un gobierno que no es de izquierda, pero al que a veces le gusta hacerse cargo de ese ropaje.

Nada malo habría en esta polarización si fuera verdadera, es decir, si expresara necesidades históricas reales. Lamentablemente pareciera que la Argentina camina hacia la reiteración de viejos errores.

Por un lado, se advierte la construcción de escenarios con una derecha que se refugia en la seguridad por reflejos autoritarios. A este sector le falta libreto político, en tanto reivindica una tradición republicana en la que sus principales dirigentes -cuando fueron poder- nunca creyeron. Por el otro, aparece un gobierno populista que en nombre del pueblo atropella las instituciones de control, ahoga las disidencias y no concibe otra seguridad que la que nace del disciplinamiento político.

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