Entre la convicción y la responsabilidad

«El que quiere salvar su alma debe saber que esa salvación no la encontrará en las avenidas de la política.» Max Weber

Cientos de miles de personas movilizadas pacíficamente en la calle reclamando por la aparición con vida de López, constituyen una buena noticia. El apoyo del gobierno a la marcha sin duda que contribuyó al éxito de la jornada y no está mal que un gobierno se comprometa públicamente con la vigencia de los derechos humanos. Es la experiencia la que enseña que cuando los objetivos de una convocatoria son claros y la causa es justa la sociedad responde generosamente.

Puede que sea legítimo que diferentes sectores -el gobierno incluido- intenten capitalizar a su favor el acto, pero también es la experiencia la que enseña que cuando las manipulaciones son groseras es la propia sociedad la que se repliega. En la marcha del viernes hubo mucha gente en la calle y es esa masividad la que suele impedir que alguien se atribuya el beneficio político de la convocatoria. A la hora de sumarse a la marcha a nadie se le preguntó si era radical o peronista, de izquierda o de derecha, creyente o agnóstico, importaba pronunciarse a favor de la vida y en esa consigna generosa había lugar para todos.>

Lo que le importa a la gente es que López aparezca con vida, lo que una gran mayoría no está dispuesta a aceptar es que retornen los encapuchados. La adhesión del presidente a la marcha es importante, porque deja en claro, desde la máxima autoridad política de la Nación, que el Estado hoy está a favor de la democracia y no del terror, algo interesante en un país que durante años padeció las consecuencias del terrorismo de Estado.>

Sin embargo, sería un error suponer que con este acto se clausura el problema planteado en la Argentina respecto de la evaluación del pasado. La aparición de López es una deuda del presente; el juicio al terrorismo de Estado es un problema del pasado. Estas deudas se pueden resolver por diferentes caminos y las enseñanzas de la historia demuestran que no hay fórmulas exactas, más allá de que cada sector suponga que su propuesta es la más justa.>

Importa saber, en primer lugar, que en la Argentina el terrorismo de Estado y la dictadura militar han sido condenados. La condena es jurídica, social y política. Amnistías o indultos no borran el delito ni la sanción histórica. Sin embargo no es esto lo que hoy se discute en la Argentina; lo que hoy se discute es si es conveniente o no avanzar en una línea que promete llevar al banquillo de los acusados a más de mil represores; lo que se discute es si el sistema podrá aguantar una exigencia de esta naturaleza.>

En términos abstractos el asesinato de Larrabure es tan injusto como el asesinato de un disidente. En términos políticos se sabe que la muerte de Larrabure, por ejemplo, no autorizaba al Estado a transformarse en terrorista. Pero también se sabe -en un plano de culpabilidad diferente- que hay una responsabilidad por parte de las organizaciones guerrilleras que decidieron matar a un militar o a un empresario en nombre de una supuesta guerra revolucionaria.>

Desde el punto de vista de las convicciones no hay dudas de que los torturadores merecen la cárcel; desde el punto de vista de la responsabilidad política el tema se complejiza. No se trata sólo de juzgar a delincuentes, lo que importa saber es que serán juzgados delitos cometidos en determinadas condiciones políticas. Si la evaluación política es lo que se impone, lo que se debe medir son las consecuencias políticas de los actos.>

Dos posiciones confrontan en este tema: los que dicen que para asegurar la democracia en el presente es necesario que los responsables de la dictadura estén presos y los que consideran que para asegurar el presente y el futuro de la democracia es necesaria una mirada más amplia cuya expresión jurídica es la amnistía o el olvido. Para bien o para mal ésta última ha sido la solución que arbitraron en circunstancias parecidas a las nuestras las diferentes democracias a la hora de juzgar el pasado.>

Orientarse en una dirección o la otra es una decisión política. Es justo juzgar al terrorismo de Estado y ubicar esta responsabilidad en un primer plano, pero también es justo en nombre de los intereses de la Nación no estimular iniciativas que alienten la ruptura social. Quienes se pronuncian a favor de cerrar el pasado, un pasado que por otra parte ya ha sido juzgado, no lo hacen por complicidad con torturadores o asesinos sino para impedir males mayores y hoy un mal mayor sería que la sociedad argentina se divida alrededor de un tema que ocurrió hace treinta años, que ya fue condenado políticamente y que no es el tema que desvela a la mayoría de los argentinos.>

Lo que importa no es que un psicópata esté suelto; lo que importa es que los psicópatas no se transformen hoy en empleados del Estado y asesinen en las calles en su nombre. Si tentativamente ocurriera que todos los Etchecolatz vayan a dar con sus huesos a la cárcel se haría un acto de justicia, pero es falso suponer que saldar esas cuentas con el pasado impediría tropelías en el presente. A un justiciero movilizado por la ética de la convicción le importa que Etchecolatz esté preso; a un político responsable le importa que en el presente no se creen condiciones históricas que hagan posible el retorno de los brujos al poder.>

¿Es posible esto? Nada es imposible a la hora de imaginar escenarios políticos. Hoy la democracia está fuerte e importa que lo siga estando. La condición para que funcione es que en su interior estén representados todos los argentinos o por lo menos la inmensa mayoría. La derecha existe y ese pensamiento y esos intereses no representan a una minoría sino a sectores importantes de la sociedad argentina. Azuzarla con el objetivo de probar ante la sociedad su supuesta perversidad suele transformarse en una autoprofecía cumplida que provoca como resultado su alineación detrás de las posiciones más duras. Una estrategia inteligente no apunta a fascistizar a las clases altas y a los sectores medios, sino integrarlos al juego de la democracia. Si no hay revolución social de por medio, a una sociedad democrática hay que construirla también con la derecha; pretender suprimirla no ha dado buenos resultados ni hay motivos para sospechar que vaya a darlos en el futuro.>

Las alternativas en política nunca se presentan con los tonos radicalizados del blanco o del negro. Los objetivos de libertad y justicia no se resuelven con fórmulas mágicas o secretas, sino involucrándose en el barro de la historia. Las opciones que se le presentan al político, son siempre incómodas y mucho más al político que pretende defender causas progresistas desde la política y no desde el discurso religioso o moral.>

 

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