Las enseñanzas de San Vicente

Hubiera sido importante y saludable que el presidente Néstor Kirchner condenara con nombres y apellidos a los responsables de lo sucedido en San Vicente. Optó por las generalizaciones y por cambiar de conversación. Se entiende. Se puede verbalizar contra los empresarios o los periodistas, pero no es tan sencillo atacar a los burócratas sindicales, muchos de ellos alineados con su gobierno.

Se sabe que a Kirchner el acto no terminaba de convencerlo. Aceptó ir porque algún homenaje había que rendirle al folclore peronista, pero sabiendo de antemano que no iba a estar cómodo en ese escenario. Sus dudas y tribulaciones como peronista pueden comprenderse, pero esa comprensión no se hace extensiva al presidente de todos los argentinos, no sólo de los peronistas.>

Como máxima autoridad política de la Nación, Kirchner tenía la obligación de saber que lo que pasó iba a pasar. Si para los que no somos peronistas lo sucedido era una sospecha, para él debió de haber sido una certeza. Un acto organizado con indisimulados afanes necrofílicos por la CGT y las 62 Organizaciones no puede tener otro desenlace que el que tuvo. Si a esto le agregamos que la seguridad estaba a cargo de los mismos que protagonizaron las tropelías, las conclusiones caen por su propio peso.>

El 17 de octubre de 1945 fue una jornada pacífica; marcó un antes y un después en la historia argentina, pero no hubo escenas de violencia, entre otras cosas porque los trabajadores cuando salen a la calle a hacer un reclamo justo lo hacen de manera pacífica.>

Las diferencias con lo ocurrido el martes saltan a la vista. En primer lugar, en San Vicente no hubo trabajadores; tampoco hubo reclamos populares. En 1945 se salió a la calle para pedir por la libertad de Perón; en el 2006 se convocó para trasladar a sus restos, pero las disputas miserables entre burócratas sindicales y punteros del cono urbano transformó un acto que debería haber sido respetuoso en un escándalo que avergüenza a los argentinos y debería avergonzar a los peronistas.>

No está mal en principio rendirle homenaje a un ex presidente cuya gravitación en la historia nacional es indudable, lo que está mal es el carácter faccioso y necrofílico del acto y la obscena manipulación del cadáver. Lo que está mal y lo que en un presidente se transforma en un error imperdonable, es haber aceptado que la seguridad del acto quedara en manos de los sindicalistas. No deja de ser paradójico que el presidente que dice combatir las privatizaciones privatice nada más y nada menos que la seguridad de un acto público y le otorgue la concesión a lo más impresentable de la política nacional.>

En un país serio el homenaje a los muertos lo asume el Estado, de manera sobria, respetuosa. No es lo que pasó en la Argentina, y los resultados están a la vista. Si a un observador extranjero le preguntaran quiénes podrían estar interesados en transformar un acto de homenaje a Perón en una fiesta macabra, quiénes estarían interesados en destruir objetos del museo, romper el auto que alguna vez quiso usar el general, la respuesta sería inmediata: los enemigos de Perón y el peronismo.>

Sin embargo, de lo que no quedan dudas es que al chiquero lo protagonizaron los peronistas, no todos por supuesto, pero sí la mayoría de los que se habían convocado para esa jornada que supuestamente debería haber sido de recogimiento y respeto. El intento de echarle la culpa a los infiltrados o a los enemigos de la patria, por parte del presidente o del gobernador de la provincia de Buenos Aires no es serio y es irrespetuoso de la inteligencia de los argentinos.>

Kirchner y Solá saben muy bien quiénes fueron los responsables de semejante bochorno, lo saben, pero por razones de prudencia, de preservación política o porque los compromisos adquiridos se lo impiden, prefieren callar o mirar para otro lado con la esperanza de que en una semana todos nos habremos olvidado de lo sucedido.>

Se podrá decir que los facinerosos que corrían por el parque de la quinta no eran peronistas. Como ya lo hemos dicho en su momento, acá no había trabajadores, ni militantes juveniles, lo que había eran lúmpenes, escoria social reclutada en las cloacas de la sociedad, ajenos absolutamente a preocupaciones políticas o sociales.>

En San Vicente no había pobres luchando por mejores salarios, tampoco eran piqueteros reclamando por pan y trabajo, lo que había eran delincuentes, malvivientes cuyo único rasgo distintivo es que anidan en las estructuras internas del peronismo. Si aceptamos esta lectura de los hechos, habría que preguntarse a continuación quién trasladó a estos personajes hasta la quinta de San Vicente, quién les obsequió camisetas con los símbolos del peronismo y quién les permitió ingresar a la quinta provistos de palos, objetos cortantes y armas de fuego.>

Si los que se sacudían con garrotes y piedras delante de las cámaras de televisión no son peronistas, quienes los llevaron sí lo son. Sucede que en algunos sindicatos, no en todos, pero sí en los sindicatos que protagonizaron estos escándalos, el personal de servicio que se recluta es esta canalla social. En estos sindicatos no sólo no existe la democracia sindical, no sólo el hijo hereda al padre y el sobrino al tío, sino que tampoco hay trabajadores movilizados, lo que hay son matones, bufones y mano de obra siempre dispuesta al trabajo sucio, a la faena indigna.>

A los trabajadores se los moviliza con consignas políticas y con banderas de lucha, a los lúmpenes se los moviliza con choripanes, alcohol y drogas; a veces las recompensas suman dineros o promesas de empleos fáciles. Esta verdad la conoce todo el mundo y los primeros que la saben son los propios dirigentes peronistas y, muy en particular, Solá y Kirchner, porque en más de una oportunidad estos personajes son platea de los actos públicos donde ellos hablan de la patria libre, justa y soberana.>

Sería injusto decir que el peronismo se reduce a esta sabandija social, pero también sería injusto e imprudente desconocer esta realidad. Podemos admitir que el peronismo ha hecho un gran esfuerzo en los últimos años por eliminar la lacra fascista que integró sus filas, pero lo que los hechos terminan de demostrar es que aún queda mucho por hacer.>

Los «barrabravas» no son una fatalidad, una consecuencia inevitable. Si existiera voluntad política y social esta delincuencia puede ser eliminada, reducida a su mínima expresión o, por lo menos, despojada de justificativos políticos. Lo que sucede es que en la mayoría de los casos los «barrabravas» son funcionales a determinadas estrategias de poder y siempre están los interesados en tenerlos a su servicio, sabiendo de antemano que están legitimando a delincuentes.>

Lo que vale para un presidente de un club de fútbol, vale para el secretario general de un sindicato y para el presidente de la Nación. Se trata de poner fin a una lacra social que expresa una modalidad de hacer política en la Argentina. Lo que este 17 de octubre le demostró a Kirchner es que la manifestación opositora que realmente puede poner en jaque su imagen pública no proviene de una oposición tal vez desarticulada pero que juega dentro de las reglas de la democracia, sino de ciertas corrientes que anidan en el interior del peronismo. Hasta dónde el presidente es prisionero de este dispositivo o se vale de él para gobernar, es un interrogante que se irá develando en los próximos días.>

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