Oficialismo y oposición

La única observación que se le puede hacer a la Justicia por el fallo sobre las responsabilidades de Irán en el atentado terrorista contra la AMIA, es que hayan dejado pasar doce años para dilucidar lo que todo el mundo sabía doce horas después del atentado. Tal vez la única crítica que se le puede hacer a Kirchner por haber promovido la renuncia de D’Elía es no haberlo hecho antes. Lo que importa es que en ambos casos se hizo justicia y tal vez no sea casualidad que el mismo personaje que asaltó una comisaría en la Boca sea el que manifiesta su solidaridad con el fascismo islámico. La violencia y la impunidad suelen ir tomados de la mano y muy en particular esa violencia que pretende justificarse en nombre de supuestos valores populares y hace del ataque a la modernidad su obsesión principal.

Es importante que el gobierno nacional tome distancia de estas excrecencias de la política. De alguna manera, la lección de Misiones sigue produciendo resultados y la gran virtud de Kirchner es que ha sabido captar el contenido del mensaje. La otra enseñanza que Kirchner ha aprendido en los últimos días es que Chávez, además de ser el presidente de Venezuela, pretendía disponer de funcionarios en el Estado argentino. Verdad a medias o verdad absoluta, lo que más le molestó a Kirchner fue descubrir que D’Elía no dependía de él sino del presidente venezolano.>

Se sabe que Kirchner es sensible a los cantos de sirena de Chávez, pero da la impresión de que el límite es la soberanía, un principio elemental a preservar, porque si no resulta que de tanto advertir sobre la perversidad del imperialismo norteamericano terminamos aceptando la colonización y la dependencia de los petrodólares de Venezuela.>

Hasta ahora, el gran acierto de Kirchner es sintonizar por dónde transita el humor popular. Lo que Misiones le enseñó es que no tiene un cheque en blanco para hacer lo que se le da la gana. También le demostró que la oposición estará desunida o dispersa, pero en determinadas situaciones puede unirse y entonces es mayoritaria.>

El presidente asimiló esta moraleja con todas sus consecuencias, porque si bien sabe que la experiencia de Misiones es muy difícil que se repita en el orden nacional, también ha aprendido que nada es imposible cuando desde el poder se cometen torpezas y atropellos que «empujan» a la unidad de las fuerzas opositoras.>

Se dice que en la Edad Media los señores feudales le advertían al rey que si bien él individualmente valía más que cada uno de ellos, todos juntos valían más que él. En la Argentina, Kirchner es hoy el político con más preferencias electorales, pero ese liderazgo está siempre condicionado por una sociedad que en un número superior al cincuenta por ciento no está dispuesta a votarlo.>

En una democracia seria esta advertencia sería innecesaria, pero en la Argentina, con su tradición populista, con las ilusiones de los presidentes de creerse que el ejercicio del poder es eterno o que son caudillos por la gracia de Dios, no está de más recordar que el poder es temporario y que las mayorías nunca son absolutas.>

Tal vez una de las deformaciones republicanas más marcadas de nuestra historia política de los últimos sesenta años es esta percepción de los presidentes de creerse eternos. Desde 1983 a la fecha, todos sin excepción han pecado por la misma causa. Si la eternidad en el poder no premió sus desvelos no fue porque no se lo propusieron sino porque perdieron el control político de la sociedad. Jamás los presidentes argentinos se creyeron huéspedes ocasionales de esta casa, como le gustaba decir a Abraham Lincoln.>

En la Argentina, el presidente que gana, al otro día se empieza a trabajar para asegurarse la eternidad en el poder. Esta pulsión se corrige con cultura cívica y algunas disposiciones republicanas. Si la reforma constitucional de 1994 se hubiera convocado con objetivos serios y no como un pretexto para asegurar la reelección de Menem, debería haberse agregado a la cláusula constitucional que el presidente que concluyó sus dos mandatos nunca más puede proponerse regresar al poder. Así lo había planteado Alberdi en su momento, así funciona en Estados Unidos de Norteamérica y en México, y así se hace en todas las democracias que merecen ese nombre.>

Por su parte, la oposición también debe estar a la altura de los desafíos de su tiempo. En la Argentina, los problemas de la oposición son los problemas de los partidos políticos para liderarla, porque en la vida social esa oposición existe. Constituir liderazgos alternativos no es fácil. No se trata de juntar lo imposible y tampoco se trata de aislarse y predicar sobre principios y valores aplicables dentro de quinientos años.>

Una oposición consistente no debe proponerse llegar al gobierno a cualquier precio. El agua con el aceite no se pueden mezclar y todo lo que se haga por juntarlos conduce al fracaso o al fortalecimiento del oficialismo. En principio habría que decir que en la Argentina de 2006 existen o deberían existir dos espacios opositores: uno de centro derecha y otro de centro izquierda. Lo deseable es que estas facciones sólo en un punto sean capaces de gestar una unidad sin fisuras: la defensa de las instituciones de la democracia. En este sentido, el ejemplo de Misiones es aleccionador.>

Después corresponde que cada espacio político se preocupe por crear su propia legitimidad. Tanto a la derecha como a la izquierda hay mucho trecho a recorrer para constituir opciones políticas válidas, pero el primer paso a dar es afirmar una identidad que es al mismo tiempo cultural y política. Unirse todos contra Kirchner es una tarea imposible, la antesala del fracaso o de la imprevisibilidad, porque el gobierno de Kirchner no es la quintaesencia de la injusticia para que sea válido derrotarlo a cualquier precio.>

Se sabe que la política se desenvuelve con su lógica y su apetencia. Los partidos tienen sus necesidades, entre las que se deben incluir legítimamente la representación territorial o parlamentaria. Pero más allá de estas menudencias, lo que importa es que se vayan constituyendo espacios políticos ideológicamente consistentes. Mientras Kirchner respete básicamente las reglas del juego de la democracia no es aconsejable unir lo diferente. Por el contrario, la mejor contribución que un partido puede hacer a una sociedad es ir construyendo opciones políticas que sean a su vez opciones sociales y culturales.>

No se trata de derrotar a Kirchner a cualquier precio. En todo caso, lo que hay que derrotar son vicios políticos, tentaciones hegemónicas, manipulaciones sociales y esto se hace con ideas, con testimonios, con militancia. Si al gobierno se lo critica por correr detrás de los acontecimientos o de los informes de las encuestas, con mayor razón se debe criticar a una oposición impaciente, oportunista, que construye su discurso no en nombre de las convicciones sino en nombre de la especulación mezquina.>

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