Universidad, izquierda y pequeña burguesía

El gobierno nacional debe asegurar que la Asamblea Universitaria de la UBA funcione con las debidas garantías. Las especulaciones oficiales sobre la posibilidad de contar con un rector peronista deben ser dejadas de lado en nombre del respeto a las instituciones y antes de que la picardía oficialista concluya con desenlaces de los cuales ellos serán los principales perjudicados.

La Universidad es una institución pública y su seguridad está a cargo del Estado. El hecho de que sea autónoma no autoriza a dejarla librada para que doscientos activistas hagan lo que se les dé la gana. Del mismo modo que ningún grupo faccioso puede ingresar a la Casa Rosada a reclamar que se vaya el presidente o irrumpir en el Congreso a exigir que renuncien los legisladores, o meterse en Tribunales para impedir que se reúna la Corte Suprema, no se puede aceptar que una minoría de militantes -no importan los buenos o malos motivos que invoquen- se atribuyan la soberanía universitaria.>

Las reglas del juego en una democracia son para todos. Este principio es básico en cualquier sociedad civilizada, pero la ultraizquierda supone que está exenta de cumplirlas. Patotean a docentes y decanos, insultan a las autoridades, impiden con métodos mafiosos que sesionen los organismos de la democracia y cuando las autoridades legítimas reclaman la presencia de la fuerza pública para que se asegure el funcionamiento de esa institución, se rasgan las vestiduras contra supuestas actitudes represivas.>

La ultraizquierda, como hecho cultural, es insignificante, pero su lógica es perversa y sus acciones terminan favoreciendo fatalmente a la ultraderecha. Más allá de su retórica ideológica, sigue creyendo en el principio básico de que «cuanto peor mejor», en tanto que la represión pondría en evidencia la perversidad del capitalismo, una evidencia que ya hemos conocido en 1976 y que la mayoría de los argentinos no tenemos deseos de volver a experimentar.>

A esa metodología catastrofista de la ultraizquierda, Lenín, que era comunista pero no estúpido, la calificó de enfermedad infantil, diagnóstico que hoy debería calificarse como enfermedad senil.>

En la UBA, hay problemas desde hace rato. En realidad, siempre los hubo y en los últimos tiempos se han agravado al punto de que podría decirse que está quebrada. El diagnóstico es compartido por un amplio sector de la comunidad universitaria, pero lo que distingue a una política democrática de una política facciosa no es el diagnóstico sino la metodología a la que se recurre para resolver una crisis.>

Los títulos de legitimidad de la Asamblea Universitaria están algo empañados pero son los únicos títulos existentes. Guste o no, sus integrantes son infinitamente más representativos que los militantes del Partido Obrero y del Partido Comunista Revolucionario.>

Si la Asamblea Universitaria funcionara, elegiría autoridades que permitirían legalizar la institución. ¿Se solucionarían los problemas de la UBA si se diera ese paso? Ninguna institución en el mundo resuelve sus problemas de la mañana a la noche. La ultraizquierda carece de política universitaria. Si la UBA funciona regular o mal no van a ser ellos quienes van a corregir sus vicios. ¿Por qué? En primer lugar, porque ideológicamente están convencidos de que ninguna alternativa dentro del capitalismo es válida, ya que previo a cualquier reforma dentro del sistema está la revolución social, esa suerte de orgasmo redentor que salvaría a la humanidad; y en segundo lugar, porque para estas facciones, los reclamos universitarios valen como recurso agitativo, en la medida en que no hay universidad democrática posible si no es en el marco de la revolución socialista y la dictadura obrero popular u obrero campesina.>

La crisis de la UBA, los errores y vicios de las agrupaciones estudiantiles, que la gobernaron en el pasado, han dado lugar a la emergencia de agrupaciones estudiantiles cuya proyección en la política nacional expresa menos del O,50 por ciento de los votos de la sociedad. Se dirá que, de todos modos, entre la juventud estas propuestas suelen tener asidero. La afirmación habría que relativizarla: es cierto que la prédica revolucionaria penetra en sectores de la pequeña burguesía y, muy en particular, en la pequeña burguesía estudiantil, pero atendiendo a la masa de estudiantes esa representación es mínima. El activismo militante provoca ruido, ensordece con sus consignas, pero debajo de la hojarasca suele haber poco y nada.>

Lo que sí es una constante es que cuando la ultraizquierda en una coyuntura gana la conducción de los centros, la masa estudiantil se repliega por la sencilla razón de que el noventa por ciento de los estudiantes no está interesado en la dictadura obrero campesina y en la socialización de los medios de producción y cambio.>

En los años sesenta, la participación estudiantil fue mucho más amplia y en el contexto de las dictaduras y las democracias proscriptivas se explicaba la presencia de un movimiento estudiantil izquierdizado. Habría que recordar que entonces Cuba era considerada el faro de la revolución, que la URSS era la guía luminosa del socialismo y China el ejemplo revolucionario cuyas máximas se aprendían leyendo el Libro Rojo de Mao.>

Para bien o para mal, el mundo del 2006 es muy distinto. El capitalisno no sólo que ha cambiado, sino que además, ha derrotado al comunismo, salvo que alguien crea que el derrumbe del Muro de Berlín fue una derrota del capitalismo. Las ideas de izquierda han sufrido una derrota histórica que promete ir más allá de una coyuntura. Lo que sobrevive son restos del incendio, los despojos de un naufragio en donde se han incentivado los vicios autoritarios, la política facciosa, el anacronismo intelectual y la impotencia política.>

El izquierdismo hoy es un buen negocio para burócratas bien rentados al estilo Jorge Altamira, Otto Vargas o Patricio Echegaray, capos o sacerdotes máximos de sectas capaces de promover disturbios que, por un camino o por otro, siempre resultan funcionales a las peores alternativas burguesas.>

En la UBA, es verdad que hay funcionarios corruptos que se disputan cargos y rentas, pero para que la verdad sea completa hay que agregar que entre esa tribu ávida de cargos y rentas están los burócratas de la ultraizquierda, caballeros que han demostrado poseer admirables reflejos para esa faena de vivir rentados con los dineros públicos. Nobleza obliga, en esta rapiña por cargos importa establecer una distinción: los burgueses lo hacen porque ése sería su instinto de clase; los revolucionarios lo hacen en nombre de la revolución, lo cual les da una tranquilidad de conciencia que los burgueses culposos nunca pueden disfrutar.>

¿Qué hacer con los jóvenes captados por estos discursos? La deserción suele ser la constante de estas sectas. Se sabe que una vez consumadas las fantasías juveniles, los pequeños burgueses vuelven a sus cauces. La rebeldía juvenil que funciona como hecho generacional es captada por estas organizaciones que deliberadamente confunden rebeldía con revolución. La experiencia histórica enseña que las sectas revolucionarias se apropian de los beneficios de la rebeldía para lograr sus fines.>

La misma experiencia enseña que cuando esos objetivos se consuman, la rebelión es liquidada en los gulags soviéticos, en los campos de concentración chinos, en las cárceles castristas. ¿O alguien se imagina a los estudiantes de los regímenes socialistas movilizándose en la calle? Cuando alguna vez lo hicieron, los resultados fueron los baños en sangre, como lo demostraron, por ejemplo, las matanzas en Praga, Budapest o Tian An Men.>

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