Fue una victoria de la democracia, un triunfo de la buena fe, del coraje civil, de la voluntad de vivir. Gerez apareció con vida cuando los peores presagios nos dominaban a todos. La respuesta unánime de la sociedad, el discurso del presidente de la Nación denunciando a los extorsionadores y rechazando cualquier tipo de amnistía o indulto pueden haber influido en el ánimo de los secuestradores.
Aún hay mucho que investigar, muchas dudas que disipar, interrogantes que aclarar. Gerez apareció con vida y eso es lo importante, pero allí terminan las certezas, porque hacia el futuro las respuestas más importantes todavía no se han dado. Gerez recuperó la libertad, pero los secuestradores también están libres; Gerez está con su familia, pero López sigue desaparecido.>
Hoy los criminales cedieron o dieron un paso al costado. ¿Alguien puede asegurar que no volverán a las andadas? Las Tres A empezaron así. Primero, fueron amenazas; después, algún secuestro; finalmente, la muerte. Eran otros tiempos, corrían otras ilusiones y estremecían otros miedos, pero lo cierto es que, cuando menos nos quisimos dar cuenta, el terror ya estaba instalado y la muerte agazapada en las sombras se paseaba de cara a sol, como les gustaba decir a los fascistas.>
Las Tres A estaban amparadas por el Estado o, para ser más precisos, por el gobierno peronista de entonces. Las bandas terroristas que hoy están operando no parecen estar financiadas por el Estado y, mucho menos, sostenidas por el actual gobierno peronista. Las diferencias del caso son visibles, pero no logran apartar la imagen espectral, helada, de la muerte, del crimen político cometido por asesinos decididos a defender su impunidad o su locura a cualquier precio.>
Desde la recuperación de la democracia hemos atravesado momentos difíciles, situaciones comprometidas, amargas experiencias; pero hasta ahora, hasta el secuestro de López y Gerez, la morbosa tentación del asesinato, de saldar con sangre las diferencias, había sido negada. Los militantes más radicalizados, los familiares más doloridos por la muerte de sus seres queridos, rehuyeron a la pulsión que conduce a ciertos hombres a hacer justicia por mano propia.>
Podía discreparse con ellos, podía criticarse su intransigencia, su obcecación por indagar en el pasado, pero hasta sus adversarios más enconados debían reconocerle un mérito: ninguno de ellos se propuso eliminar al asesino de su padre, de su hermano, de su madre o de su hijo.>
Esa suerte de tabú, ese límite moral que durante veintitrés años de democracia contuvo a los más atormentados, a los más resentidos, a lo más rencorosos y a los más justos parece haberse quebrado con los secuestros de López y Gerez. Hay mucho que investigar, pero existiría la plena certeza de que otra vez está operando en la Argentina una banda de extrema derecha decidida a instalar en la democracia la lógica del terror.>
Luis Gerez fue secuestrado por los mismos que secuestraron hace cien días a Julio López. Los motivos del secuestro son muy parecidos: ambos fueron militantes políticos, ambos declararon contra torturadores y sus declaraciones fueron decisivas a la hora de sancionarlos. Gerez apareció con vida; López sigue ausente; la diferencia no es menor, aunque tampoco lo es el hecho de que ambos fueron secuestrados y de que los secuestradores se asustaron, dieron un paso al costado o programan otra estrategia, pero siguen libres. Y no creo -me cuesta creer- que a personajes como éstos un discurso presidencial los haya convencido de la injusticia de su causa.>
Lo que la experiencia vivida enseña es que a las amenazas y desafíos a la democracia corresponde dar dos respuestas: movilizar a la sociedad para condenar a los asesinos e investigar hasta las últimas consecuencias. Movilizar es importante, fue importante, porque hay que demostrarles a los terroristas que están solos y es preciso devolverle a la sociedad la certeza de que somos más; de que estamos juntos; de que, más allá de nuestras diferencias, cuando lo que se pone en juego es la vida, los argentinos somos capaces de unirnos desde el presidente de la Nación hasta el ciudadano más modesto.>
Pero también hay que investigar. Y hacerlo apuntando a la dirección certera y poniendo al frente de la investigación a hombres probos, no a los cómplices de los criminales. Encontrar a los asesinos no debería ser una tarea imposible para un Estado decidido a hacer justicia. No conocemos sus caras, no sabemos sus nombres, pero podemos imaginar de quiénes se trata. La sospecha de que no estamos ante un delito o un secuestro cometido por vulgares delincuentes adquiere el tono de la certeza. Hacen falta jueces probos, policías valientes y funcionarios decididos para indagar en las cloacas donde serpentean psicópatas, torturadores y sicarios.>
Los criminales no han hablado, no han escrito ninguna proclama, no enviaron a los medios ningún parte de guerra. Nada de eso han hecho porque no era necesario, porque no hace falta dejar huellas o firmar, cuando todo el mundo sabe de dónde procede esa voluntad de muerte. El secuestro seguido del silencio es más siniestro que un crimen asumido por razones políticas. En la Argentina de las desapariciones, estos secuestros tienen su propia gramática, su propia simbología. Y esa gramática, esa simbología estremecen.>
Hasta la fecha, estos personajes preferían esconderse, confiar en la impunidad y la amnesia social o enfrentar a la Justicia con la seguridad de que no había pruebas que confirmaran sus atrocidades o con la certeza de que los jueces en algún momento iba a archivar su causa, gracias a las influencias secretas e invisibles de algún político o funcionario.>
Los que hasta hace cien días soportaron indagaciones, citaciones judiciales y condenas sociales, hoy decidieron defenderse con las armas en las que siempre confiaron, las que probablemente nunca abandonaron: el crimen, el terror, el secuestro. Puede que sean una minoría, un grupúsculo insignificante, pero habría que saber de sus alcances y conexiones; conocer quiénes están detrás de ellos; quiénes, desde algún lugar discreto, ordenan, planifican, ponen en movimiento una maquinaria de muerte, o -también es importante saberlo- quién o quiénes especulan con el miedo, la incertidumbre o el dolor para obtener bastardos beneficios políticos.>
Escuadrones de la muerte, bandas paramilitares y parapoliciales siempre han existido en América latina y en la Argentina en particular. En todos los casos, estas bandas fueron financiadas y sostenidas por el Estado o por algunas dependencias del Estado. A esta hipótesis hoy no debemos descartarla, pero, a simple vista, daría la impresión de que quienes están operando se parecen más a un ejército de las sombras, a un sistema de células terroristas que actúa con independencia del Estado y desafiando al Estado.>
A principios de los años sesenta, Charles De Gaulle, presidente de Francia, debió afrontar el desafío de la OAS, una organización terrorista de extrema derecha, integrada por militares que no compartían la política de descolonización en Argelia. Sus operaciones fueron durísimas, impiadosas, y en algún momento intentaron asesinar al propio De Gaulle. La respuesta de éste fue más dura aún y los principales responsables terminaron en la cárcel o ejecutados por orden de jueces.>
Podemos discutir sobre la mejor estrategia para cerrar las heridas abiertas en el pasado, podemos adherir a posiciones más intransigentes o conciliadoras, pero no podemos permitirnos ser tolerantes con el crimen organizado, en este caso, con fines políticos. El discurso del presidente de la Nación fue elocuente. Más allá de suspicacias y prevenciones, todos sentimos que Kirchner hablaba desde las convicciones y esforzándose por representar a todos los argentinos. Fue un discurso claro, preciso y valiente. Ningún argentino de buena fe puede sentirse incómodo por coincidir con sus palabras. Ya habrá tiempo para las diferenciaciones, las críticas, las disidencias; ahora se imponía defender la vida y había que cerrar filas alrededor de ese valor. Así lo hicimos y los resultados estuvieron a la altura de nuestras esperanzas: Gerez vive y, en la defensa de esa vida, por primera vez en muchos años, todos los argentinos estuvimos juntos.