Maza y Beder Herrera se pelean por el cargo de gobernador, pero también se pelean para probar quién es más leal a Kirchner. En otros tiempos, los caballeros competían en servilismo con Menem; no está escrito que en el futuro lo vuelvan a hacer, siempre y cuando, claro está, Menem recupere los ornamentos del poder.
La Rioja es una de las provincias más pobres de la Argentina. Inútil intentar hallar en estas refriegas alguna preocupación por el destino de la gente. Los señores Maza y Beder Herrera tienen otras preocupaciones que no son precisamente sociales ni están iluminadas por el espíritu de la solidaridad. En La Rioja, se verifica el principio criollo de que las provincias más pobres suelen ser al mismo tiempo las que exhiben la dirigencia más corrupta. Los cientistas sociales se desvelan tratando de explicar si la corrupción es condición de pobreza o la pobreza alienta la corrupción, pero lo cierto es que la realidad es como es y el espectáculo que brindan los señores Maza y Beder Herrera no es muy diferente al que brindaban Juárez en Santiago del Estero, Saadi en Catamarca, Romero Feris en Corrientes o, para ser más contemporáneo, Rovira en Misiones o Insfrán en Formosa.>
Lo patético es que en todos los casos estos caballeros ejercen el poder respaldado por el voto de los ciudadanos, si es que en estas provincias la condición de ciudadano existe. Es verdad que estas dirigencias corrompen lo que tocan, que compran conciencias y estómagos, pero no es menos cierto que existe un amplio sector de la sociedad que acepta estas reglas de juego, y no sólo las acepta sino que se resigna a convivir con ellas y supone que en esas condiciones se vive en el mejor de los mundos posibles.>
Se dice que una profunda reforma institucional promovería cambios políticos positivos. Yo no estoy tan seguro, y no porque no crea en el valor de las instituciones, sino porque previo a cualquier ordenamiento institucional es necesario contar con una sociedad más o menos dispuesta a compartir los beneficios y los compromisos de un ordenamiento institucional civilizado y moderno.>
En La Rioja, como en provincias parecidas, más que reformar las instituciones hay que reformar a los riojanos, pero como ésa es una tarea imposible e incluso, políticamente incorrecta, hay que resignarse a convivir con personajes de esta calaña con la desencantada esperanza de que la evolución de las costumbres y las ideas vayan produciendo microscópicas transformaciones.>
Se dice que son los pueblos los protagonistas. El principio es válido históricamente pero no hay que tomárselo muy a pecho o creer que espontáneamente las sociedades van a ir mejorando gracias a la lucidez de la conciencia popular. Los pueblos importan, son los sujetos de las grandes transformaciones históricas, pero nada de ello sería posible si no existiera un poder capaz de alentar o detener esos cambios. Discutir la política es discutir el poder, es decir, la capacidad de decisión que determinados sectores sociales promueven en nombre de toda la sociedad. A los teóricos de la política siempre los desveló el interrogante acerca de por qué un grupo minoritario gobierna a una sociedad, y, en la mayoría de los casos con su consentimiento.>
La teoría del poder permite entender este interrogante, pero si se acepta la premisa primera, es decir, que el poder importa, hay que hacerse cargo luego de las consecuencias. No es simpático hablar del poder y mucho menos, de los privilegios y los beneficios que genera el poder. Siempre es más cómodo hablar del pueblo en general, del pueblo transformado, en abstracción -y en más de un caso, en una monstruosa abstracción-, que hablar de los mecanismos que hacen viable la acción política y sin los cuales no sería posible pensar los cambios, las transformaciones o el propio orden social.>
Es más cómodo decir que los cambios vienen de abajo que postular que se producen desde arriba, es decir, desde las elites políticas que deciden. El sociólogo Daniel Bell explica con mucha claridad y causticidad esta aparente contradicción entre elites y masas. Bell dice que el futuro pertenece a las masas, pero después agrega, tal vez con una sonrisa algo irónica: o a quien sea capaz de explicárselo correctamente.>
Las elites existen, los grupos de poder también, y en más de un caso hay que admitir que las grandes transformaciones sociales se producen desde arriba y no desde abajo, por más que los líderes y demagogos de turno invoquen la voluntad de los de abajo, o por más que los de abajo crean que son ellos los que están decidiendo. Lo que digo sé que no es simpático, pero como yo no pretendo caer simpático sino ayudar a pensar, explico a continuación que si se quiere saber algo de la sociedad o si se quiere actuar para transformar la realidad es necesario saber cómo funcionan los dispositivos del poder, dónde se toman las grandes decisiones, cómo se representan los intereses.>
La política es la lucha por el poder, la lucha por decidir quién toma las decisiones y cómo las toma. En las sociedades antiguas, el poder se exhibía con crudeza y sin disimulos; en la Edad Media se lo investía de atributos divinos; en el mundo moderno se disimula o se oculta en nombre de principios tales como la soberanía popular. No recuerdo quién decía que la gran astucia del Diablo es hacernos creer que no existe; pues bien, el mismo principio vale para el poder: su gran astucia es hacernos creer que no existe, cuando en realidad existe y su existencia condiciona todo lo demás.>
Se sabe que desde el poder se pueden hacer muchas cosas. Richelieu, que de alguna manera fue el arquetipo del hombre de Estado, ordenó escribir sobre su lápida: «Aquí yace un hombre que el poco bien que hizo, lo hizo mal y el mucho mal que hizo, lo hizo bien». Algo parecido dice Mario Bunge de Perón, pero lo que importa en todos los casos es saber que desde el poder se puede hacer mucho daño, aunque también se puede hacer algo de bien.>
Esta conclusión es importante asimilarla porque de ella se derivan las responsabilidades históricas de los protagonistas. Los hombres que ejercen el poder lo disfrutan, se benefician y benefician a sus amigos, pero en todos los casos esos hombres son responsables por lo que dejaron de hacer o no hicieron o hicieron mal.>
Kirchner es un hombre del poder -del poder político se entiende- que será evaluado atendiendo estas variantes. Si admitimos como Richelieu que desde el poder se puede hacer mucho mal, también se debe admitir que desde el poder se puede hacer algo de bien. Lo que importa saber en todo caso es si a pesar de las condiciones implacables del poder, a pesar de las resistencias, Kirchner ha sido capaz de hacer ese poco de bien.>
No es fácil dar una respuesta inmediata a este dilema, pero siempre es bueno saber que lo imperdonable para un presidente o para cualquier hombre con capacidad de decidir es que pudiendo hacer el bien opta por la inercia del mal o deja que todo siga igual.>
Habría que decir por último, que el poder en política es todo, pero la vida social no se reduce a la política, es algo más y ese algo más es lo que marca la diferencia. El poder puede ser un centro de decisión, un conjunto de relaciones, pero omnipotente como es siempre encuentra resistencias que debe vencer.>
Kirchner piensa y actúa en términos del poder. En poco tiempo, ha aprendido de los beneficios del poder, pero queda abierto el interrogante acerca de si sabe algo de sus responsabilidades o si está dispuesto a hacer algo más que disfrutarlo.>