Otra vez el agua

Los santafesinos tenemos buenos motivos para ponernos nerviosos cuando el agua se desborda, cuando llueve demasiado o cuando ocurren las dos cosas. Hace cuatro años las aguas del Salado inundaron más de un cuarto de la ciudad y todavía están frescas las imágenes descarnadas de calles y casas cubiertas de agua, con mujeres, niños y hombres deambulando a la deriva, con los rasgos del pánico y la desolación dibujados en el rostro.

Los vecinos que viven en ciudades rodeadas por ríos saben que su destino es lidiar con el problema del desborde de las aguas o de los anegamientos como consecuencia de lluvias intensas. La cultura del río es algo más que una canoa con un pescador y una caña, los ranchitos pintorescos en las islas o una zamba que evoca el pañuelo celeste de Pancho Díaz; la cultura del río es también, o debería ser también, una población preparada para afrontar las desgracias de la naturaleza. Esta verdad la saben los vecinos que viven a orillas del Mississippi, el Amazonas, el Ganges, el Nilo o el Rin; esta verdad, sospecho, parece que no terminamos de asimilarla los vecinos del Paraná y el Salado.>

Se sabe que contra las inclemencias del tiempo es poco lo que se puede hacer; pero el problema no es ese. El problema, el verdadero problema, se presenta cuando lo poco que se puede hacer no se hace, y entonces la ciudad queda a merced absoluta de los impredecibles y devastadores caprichos de las fuerzas de la naturaleza y de las fuerzas de la delincuencia.>

Sin duda existe una alta responsabilidad social cuando un pueblo no está preparado para afrontar peligros que de alguna manera son predecibles. No sé si los santafesinos convivimos de frente al río o de espaldas al río, pero lo que sí sé es que cuando los hechos se precipitan siempre nos hallan desprevenidos.>

La naturaleza es impredecible, pero existen diversos recursos para mitigar y neutralizar sus efectos y, en más de un caso, reducirlos a su mínima expresión. Por lo tanto no es a la naturaleza a la que hay que imputarle nuestras desgracias sino a nosotros mismos y, muy en particular, a los diferentes gobiernos que nos representan y que tienen la obligación de tomar todas las medidas del caso para protegernos.>

No se trata de cargar las tintas contra un gobierno municipal, mucho menos bastardear las críticas con cálculos electorales. Diría que más que imputarle a un gobierno la responsabilidad de lo ocurrido, hay que imputárselo a un Estado que ha demostrado que no tiene competencia para anticiparse o prevenir los hechos o proteger a los vecinos.>

Sin embargo, cuando se habla de la responsabilidad del Estado en general se corre el riesgo de teorizar con abstracciones. El Estado es responsable desde el punto de vista de la teoría política, pero desde el punto de vista de la práctica política los responsables son los gobiernos, sobre todo cuando estos gobiernos ejercen el poder bajo el mismo signo político desde hace casi veinticinco años.>

En el 2003 un gobernador dijo que a él nadie le había avisado. Pocas veces en la historia se conoció una definición tan acabada sobre la impunidad y la impavidez. Inútil recordarle a ese gobernador que la responsabilidad de avisar sobre las tragedias que se avecinan es de los gobernantes y no de los gobernados; inútil explicarle que desde los tiempos de Adán y Eva los hombres luchan contra los efectos devastadores de la naturaleza y, por lo tanto, nadie puede invocar como coartada que la responsable exclusiva o absoluta es la naturaleza.>

En el 2003 pasaron las cosas que pasaron y se suponía que, atendiendo a las lecciones de la historia, algún aprendizaje sería posible. Sin embargo, los partidarios de la sabiduría de los pueblos a partir de la experiencia, se han vuelto a equivocar. Esta vez la ciudad de Santa Fe no sufrió el desborde de los ríos sino el anegamiento por las lluvias intensas. Según las estadísticas el agua caída en este mes de marzo marcó el nivel más alto del siglo. En casi tres días llovieron 300 milímetros y todos los sistemas de defensa de nuestra ciudad colapsaron.>

¿Otra vez fuimos sorprendidos por los hechos? ¿Otra vez la Madre Naturaleza se nos impuso en toda la línea? Insisto: es poco lo que se puede hacer contra la naturaleza, pero ese poco hay que hacerlo. Santa Fe no tiene un plan de emergencia y si lo tiene no se lo conoce o se lo conoce mal; Santa Fe no cuenta con las bombas de desagües indispensables en una ciudad en donde la inundación es una probabilidad cierta.>

En el 2003 como en el 2007 la ciudad fue desbordada por las aguas, pero las autoridades fueron desbordadas por los hechos. Sobre las aguas crecidas, desde los tiempos de Noé se sabe que no es mucho lo que se puede hacer, pero también desde los tiempos de Noé se sabe que existen caminos para proteger a la gente.>

Ahora nadie puede decir que no fue avisado, porque se sabía que las lluvias venían y, además, se supone que el Estado debería contar con todos sus dispositivos de emergencia en actividad porque hasta hace un mes se especulaba con una creciente del Paraná. >

En estos temas no se puede ni se debe hacer demagogia. Una sociedad liberada a sus propios medios encuentra reservas de solidaridad increíbles, pero también libera tendencias destructivas devastadoras. En las situaciones límites lo mejor y lo peor de una sociedad salen a la superficie, y ese es otro de los motivos por el cual es necesaria la presencia de un Estado que encarrile las acciones solidarias y ponga límites a la delincuencia individual o la delincuencia disfrazada de causa piquetera.>

Un Estado que funciona no puede impedir que caigan 300 milímetros de agua, pero debería impedir que las pestes sociales que acompañan a esos 300 milímetros golpeen a la sociedad. A toda la sociedad, a los más pobres por supuesto, pero también a los sectores medios, víctimas de la indiferencia de los gobiernos y de las raterías y las canalladas de la escoria social que como las ratas sale a la superficie cuando la nave zozobra.>

Las preguntas elementales para hacernos el día después serían las siguientes: ¿Esperaremos la próxima inundación o las próximas lluvias para volver a preocuparnos del problema? ¿Seguiremos creyendo que la sociedad espontáneamente va a encarar las obras y a tomar las medidas necesarias para atenuar los efectos descontrolados de la naturaleza? ¿Permitiremos que se siga edificando en las zonas inundables o trasladaremos a los villeros a campos de concentración para sacarnos el problema de encima?>

En cualquier parte del mundo un gobierno que se precie de tal es aquel que encara los problemas y empieza a resolverlos. Un gobierno en serio no espera que los hechos lo desborden, se prepara para afrontarlos; no espera solucionar las dificultades el día que estallaron, se prepara y prepara al pueblo con anticipación, es decir, hace exactamente lo contrario de aquello que los diferentes gobiernos han venido haciendo hasta la fecha.

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