Los deberes del orden y los alcances de la protesta

La muerte de Carlos Fuentealba es un problema de todos. Se equivoca Kirchner cuando pretende inclinar la balanza de las culpas para el lado de Sobisch, como también se equivocan los opositores políticos al gobierno nacional cuando sugieren que todo esto sucedió por culpa de los anuncios de Filmus a favor de un aumento salarial para los docentes.>

Asimismo son injustas o marcadas por un indisimulable tono ideológico las imputaciones de las diversas fracciones de izquierda acerca del carácter criminal de un gobierno o de un sistema político que reprime la protesta social y ordena fusilar a los disidentes. Por el contrario, la Argentina vive en un clima de libertad política y social pocas veces conocido en el pasado y son precisamente estas condiciones de libertad las que hacen posible que el asesinato cometido por un policía sea condenado por toda la sociedad, y que ese policía esté detenido, un dato que también debe ser tenido en cuenta para no usar con tantas ligereza la palabra «impunidad».>

Sobisch es un político de derecha, pretendió presentarse ante la sociedad como el garante de un orden conservador, pero de allí a decirle criminal o asesino hay una larga distancia, salvo que alguien considere que todo hombre de derecha es por definición criminal y asesino. Sobisch cometió un error serio, no por haber ordenado poner orden, sino por no haber tomado en cuenta las condiciones reales en las que se debía asegurar el orden. Ese error, desde el punto de vista político lo está pagando caro, y está bien que así sea, pero su sacrificio político no borra la polémica de fondo acerca de las funciones del Estado en materia de orden público.>

La muerte de Fuentealba mereció la condena de toda la sociedad y no hay motivos para considerar que esa condena no haya sido sincera. Nadie desde el punto de vista político justificó esta muerte o dejó abierta alguna duda respecto del carácter criminal de hecho, por lo tanto el debate abierto debe girar alrededor de la relación entre orden y protesta social, un tema de difícil resolución teórica y práctica en tanto que compromete valores y relaciones de poder y está condicionado por las exigencias de la coyuntura política.>

Para la derecha tradicional, por ejemplo, toda protesta social se asimila a la delincuencia y como tal debe ser tratada. La institución encargada de asegurar el orden es la policía o el ejército, quienes no deben vacilar si las circunstancias así lo imponen en derramar sangre para restablecer el orden. La Semana Roja de 1909 o la Semana Trágica de 1919, por ejemplo, con su secuela de muertos, dan cuenta de cómo se resolvían entonces los conflictos sociales y poco importaba en estos casos el carácter conservador o democrático del gobierno de turno.>

Ciertos sectores de la derecha siguen pensando más o menos lo mismo, pero hoy el pensamiento mayoritario de la derecha ha modificado estos criterios y para el caso poco importa que ese cambio provenga de las convicciones o del cálculo. La derecha, desde el punto de vista político es siempre el partido del orden, del respeto a las tradiciones y las jerarquías, pero sus teóricos más lúcidos, no todos lamentablemente, consideran que esta visión del poder hay que defenderla con legitimidad.>

Si la derecha es el orden y la tradición, la izquierda se presenta como la rebeldía y la revolución. En términos clásicos esta apreciación puede aceptarse, aunque en los tiempos que corren todas estas evaluaciones deben matizarse. Hecha esta aclaración, habría que decir que en las sociedades burguesas la izquierda expresa la disidencia permanente, las demandas de justicia y cambio social para asegurar precisamente la vigencia de esa justicia negada por la propiedad privada y el orden capitalista.>

Sin embargo, la rebeldía de la izquierda, sus impulsos subversivos, se transforman en adhesión rigurosa al orden cuando acceden al poder. Para la izquierda, rebeldía y revolución no son conceptos equivalentes, por más que en determinado momento se valgan de la rebeldía para luchar a favor de la revolución social. «El día que los pueblos sean libres la política será una canción», reza una canción popular cantada a coro por los izquierdistas, muchos de ellos ajenos o ignorantes al hecho histórico de que el día de la revolución la única canción será la oficial y toda disidencia será sacrificada en los paredones, los campos de concentración y las clínicas psiquiátricas, mientras que las víctimas en casi todos los casos no serán los burgueses, la mayoría de ellos exiliados, sino los supuestos beneficiarios de la prometida revolución social, es decir, las diversas formas de rebeldía y disidencia de las sociedades modernas, las mismas rebeldías y disidencias que la izquierda alienta en el capitalismo y luego reprime en el comunismo y sino me creen, pregunten sobre el destino de homosexuales y poetas en Cuba o de estudiantes y campesinos en China.>

Conquistado el poder por la izquierda, el orden adquiere la modalidad de dictadura del proletariado o dictadura obrero campesina o dictadura popular. Las variaciones acerca de los componentes del poder son diversas, pero lo que no cambia es el carácter dictatorial del poder, un concepto que la izquierda lo disimula diciendo que se trataría de una dictadura para la minoría y una democracia para la mayoría, un juego de palabras que como la realidad histórica ha verificado hasta el cansancio, expresa de manera descarnada una voluntad de poder liberada de todo límite o contención.>

En toda sociedad hay conflictos. Sólo las dictaduras intentan desconocer esta realidad de la vida social, pero lo que distingue a una sociedad de otra es el modo en que cada una resuelve esas diferencias. Ponerse de acuerdo en este tema es una de las asignaturas pendientes más importantes de la democracia. Queda claro que el tema excede la cuestión política y compromete el orden económico y la calidad de vida de la sociedad en su conjunto.>

La muerte de Carlos Fuentealba es irreparable, pero las condiciones que hacen posible estas tragedias pueden repararse y eso depende de la voluntad de la totalidad de la clase dirigente. En temas como éstos no debería haber lugar para el oportunismo y la mezquindad, pero oportunistas y mezquinos han sido, por ejemplo, Macri y Kirchner pretendiendo tomar distancia de una situación que mañana puede comprometerlos a ellos como hombres de Estado. También pecan de oportunistas aquellos dirigentes sindicales que sin pertenecer a la izquierda se montan de manera irresponsable en la crisis esperando ganar posiciones de poder, cuando no, temerosos de ser corridos por izquierda.>

Una vez más es necesario insistir en que la protesta social es legítima y necesaria, pero así como a la derecha hay que exigirle mesura y autocontención para defender sus intereses, la misma mesura y autocontención se le debe reclamar a la izquierda y a las diversas modalidades de populismo que la rodean. El único camino para impedir que una sociedad marche hacia el abismo o hacia la tragedia pasa por alentar los acuerdos y los entendimientos. Aprender a reconocer los propios límites es, además de un principio de sabiduría existencial, un valor de sabiduría política que los pueblos que los han sabido practicar no sólo que han eludido las muertes innecesarias y las tragedias colectivas, sino que han podido avanzar en sus objetivos de mayor justicia y libertad.

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