Democracia republicana o democracia cesarista

El clima político de la Argentina me preocupa. Los que tenemos algunos años y prestamos atención al devenir de los acontecimientos desarrollamos algo así como un olfato que nos permite presentir las tormentas que se avecinan. No me alegra ser el portador de malas noticias, entre otras cosas porque a esta altura del partido he aprendido que a los fracasos de los gobiernos los pagamos todos sin excepción, y los más débiles suelen ser los que pagan los precios más altos.

Vientos de Fronda (Alejandro Dumas) soplan en la Argentina. Las encuestas dicen que Kirchner es el político más prestigiado de la Argentina, pero mi sentido común me dice que ningún gobierno se puede sostener mucho tiempo en el poder conviviendo con un escándalo por semana y despilfarrando su capital político con torpezas cada vez más evidentes. Las encuestas pueden decir maravillas, pero ya se sabe que la política pertenece al mundo de las duras realidades, no de las evanescentes maravillas.>

Gobernar no es fácil y gobernar la Argentina mucho menos. Lidiar con los poderes económicos, los sindicatos, los caudillos provinciales, el clientelismo político y una sociedad que hoy condena lo que ayer amó, es tarea compleja, dura, que reclama de hombres capaces de tomar decisiones fuertes y al mismo tiempo disponer de una extraordinaria flexibilidad para contener los desbordes.>

Gobernar es difícil pero no imposible. Kirchner, a su manera, lo ha demostrado hasta la fecha, aunque da la impresión de que la fórmula que en su momento le resultó tan eficaz hoy está haciendo agua. El presidente, que aprendió a pensar la política en los años setenta en La Plata y a traducirla en dispositivos de poder en los años noventa en Santa Cruz, supone que su estilo confrontativo le permite acumular poder y reducir a sus adversarios.>

El hombre está convencido de que la única manera de gobernar a este país es poniendo en caja a los supuestos enemigos del pueblo que, casualmente, suelen ser sus enemigos. Por otra parte, cree que el ataque despiadado a los adversarios no sólo los intimida, sino que le permite ganar el corazón de la gran masa del pueblo que festeja al líder que pone en vereda a los ricos, o a los explotadores, o a los verdugos o, simplemente, a los disidentes.>

Kirchner cree en este estilo político que combina los recursos del caudillo autoritario con los desplantes del nacionalismo popular en clave «montonerista» más algunos rasgos de viveza criolla. Por otra parte, es razonable que crea en esa fórmula que le ha dado buenos resultados, sobre todo para gobernar un país que venía en picada luego de la crisis monetaria y fiscal de 2001.>

Hoy ese estilo está dando señales evidentes de agotamiento. Kirchner hoy no conduce, se enoja. Lo que escribe a la madrugada lo borra con el codo a la noche; los insultos que profiere a la mañana se transforman en solícitos pedidos de disculpa a la tarde. Dice que con los maestros de Santa Cruz no va a negociar bajo presión y ahora no le queda otra alternativa que aceptar todos sus reclamos y pedir disculpas. Dice que el caso Skanska sólo compromete a particulares y ante la contundencia de los hechos debe proceder a cesantear a dos de sus funcionarios en un final abierto en el que se sospecha que lo más importante aún no se conoce.>

En Santa Cruz borra de un plumazo al gobernador que había designado mediante un plumazo y designa con el mismo método a su sucesor. Comprometidos sus funcionarios en el caso Skanska los cesantea a través de un decreto que hasta a Juan Manuel de Rosas le hubiera parecido arbitrario. En todos los casos el presidente parece ignorar los dispositivos institucionales.>

La preocupación por la calidad del sistema político está ausente en Kirchner. Cree que todo se decide a los gritos y no se da cuenta de que su voz está cada vez más ronca y que son menos los que la oyen o los que la temen. Kirchner, como suele pasar con los caudillos populistas, ve en las instituciones una molestia, un límite a su voluntad de poder. Sin embargo, si por un momento pudiera pensar a la política en otros términos, debería concebir a las instituciones exactamente como una protección real de su investidura. Las instituciones es verdad que limitan, pero al mismo tiempo fortalecen un sistema, le otorgan una poderosa legitimidad.>

La Argentina sigue creciendo y en realidad ese crecimiento sostenido es la garantía real del poder kirchnerista. Las circunstancias internacionales lo han ayudado enormemente a gobernar, pero hay que admitir, además, que a él le corresponden algunos aciertos de conducción. El problema es que atendiendo al actual escenario social ese estilo de conducción está llegando a su fin. Ningún país del mundo se puede gobernar con un escándalo o una sucesión de actos de indisciplina social por semana. Para decirlo de una manera más directa: si lo que ha ocurrido en las dos últimas semanas se reiterase con la misma frecuencia y si la respuesta del presidente siguiera siendo la misma, no hay sucesión kirchnerista en octubre.>

Insisto: no deseo el fracaso de este gobierno y mucho menos su derrumbe. En una democracia seria los gobiernos no son barridos o destruidos, son superados. En la Argentina, desde 1983 a la fecha, la mayoría de los gobiernos ha debido retirarse con anticipación o dejando una economía y una sociedad maltrechas. La otra constante nacional es el afán hegemónico de los presidentes. La salud de una democracia está en relación directa con la salud de las instituciones. En la Argentina, lamentablemente, no se gobierna en nombre de las instituciones, se gobierna, se pretende gobernar, en nombre del carisma, del decisionismo o de la autoridad personal.>

La historia argentina de los últimos veinticinco años es la historia de las hegemonías fracasadas. Cada presidente a su manera, hasta De la Rúa en su momento, soñó con fundar el mítico tercer movimiento histórico. Los presidentes argentinos saben llegar al poder pero no saben retirarse y no lo saben porque identifican al poder con la eternidad. Lo triste es que siempre terminan retirándose, pero ese retiro es a veces una huida y a veces un descenso al infierno.>

Si la historia nacional es la historia de sus hegemonías fracasadas, habría que preguntarse por qué no existe un gobierno que se proponga construir un poder republicano, como experiencia alternativa a lo que por un camino u otro ha fracasado. Para ello hace falta coraje cívico, dirigentes convencidos de que esa alternativa es posible y, por sobre todas las cosas, una sociedad que aprenda a vivir en una república, una sociedad que por razones morales o por razones prácticas valorice a las instituciones, pero sobre este tema ya seguiremos hablando en el futuro.

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