Menem daba vergüenza; Cristina da lástima. Corrijo: vergüenza y lástima deberíamos sentir los argentinos por los personajes que nos gobernaron en los últimos veinte años. A ellos mal no les ha ido; los argentinos no podemos decir lo mismo. ¿Fatalidad o destino? Ni siquiera eso: a la fatalidad o al destino no se los elige y, mucho menos, se los festeja. Lo siento por nosotros: vergüenza y lástima. Y un poco de rabia. O de impotencia, que puede llegar a ser peor.
Cuando a una persona le prometen una cosa, se la cobran por adelantado y después no se la dan, se dice que fue estafada. Lo que vale para lo privado debería valer para lo público. La estafa menemista se llamó “relaciones carnales”; la estafa K se llama “relato”. Uno pidió que lo siguiésemos porque no nos iba a defraudar, y así nos fue; Ella y Él prometieron ir por todo, pero los que se quedaron con todo fueron ellos. Lázaro Báez mediante.
Uno dijo que era liberal y enseguida supimos que mentía; los otros dijeron que eran nacionales y populares y también nos enteramos que mentían. Los Menem y los Kirchner en un principio fueron amigos, después se pelearon, y a la vuelta del camino descubren que nunca dejaron de ser amigos y de creer en lo mismo. Idénticos en lo que importa, la farsa es su estilo, la complicidad su destino, el peronismo su origen.
En recientes declaraciones, Lavagna asegura que ni Menem ni Kirchner son peronistas. Con todo respeto, creo que ellos están más cerca del peronismo que él, lo cual, bien mirado, no deja de ser un reconocimiento. Si como advertía un cura viejo y canchero, la gran habilidad del diablo es hacernos creer que no existe, la suprema habilidad del peronismo es hacernos creer que nunca gobernó. Y si hablamos del diablo, necesariamente hablamos del infierno que, como dijera mi amigo René Balestra, es un lugar lleno de peronistas sin la posibilidad de disponer de un taxi para escapar lo más rápido posible.
Si un rasgo distingue a los Menem y a los Kirchner es la desmesura. La desmesura en lo patético y lo ampuloso, en lo desvergonzado y manipulador, en lo cínico y contumaz. Pensándolo bien el populismo criollo suele cometer ese pecado. De la enseñanza religiosa en las escuelas, a las quemas de iglesias; de la patria fascista, a la patria socialista; de los Montoneros, a las Tres A; de Gelbard, a Cavallo; del estatismo autoritario, al privatismo corrupto; de Rico y Seineldín, a Hebe Bonafini y Estela Carlotto; de la amnistía y los indultos, a la impostura de los derechos humanos; de las relaciones carnales con los EE.UU., a las relaciones carnales con Venezuela; de calificar a Bergoglio como jefe de los gorilas, a imputarle a Francisco condición de peronista.
Menem intentó presentarse como el Tigre de los Llanos y muy pronto supimos que en realidad no era más que la Comadreja de Anillaco. Ella quiso inspirarse en Evita y se preocupó por imitar gestos y tonos de voz; hoy nos consta que si con alguien se compara es con Isabel, en los tonos, los melindres y las marrullerías. También en la afición por los favoritos y la afición por los ajustes. Rodrigo se llamaba el hombre de Isabel; Kicillof el de Ella.
Después de unas cuantas semanas de ausencia, la señora retornó a los escenarios. Para lo que dijo podría haber seguido escondida en Olivos o El Calafate. Para lo que dijo y, sobre todo, para lo que dejó de decir. Como se dice en estos casos: nada nuevo bajo el sol. Antes hablaba todos los días, pero nunca dijo una palabra sobre inflación, inseguridad o corrupción; ahora hace lo mismo. ¡Notable! En el primer mes del año el país parece la caldera del diablo, pero la Señora se da el lujo de no hablar de las cosas que importan, sino de las que le importan a ella.
Su capacidad para repetirse es asombrosa. Hace cuatro meses le echaba la culpa de todas sus desgracias a los periodistas y la prensa; ahora hace lo mismo. En 2008, atacó a Sábat, uno de nuestros emblemas culturales, y cinco años después, con idéntico desparpajo, repite la hazaña. Hace unos años manoseó y banalizó la memoria de los desaparecidos; el miércoles pasado repitió el libreto. Manipulación llaman algunos a estas maniobras verbales; yo las calificaría con un tono más severo: perversión. Una disculpa le cabe, una coartada la protege: la señora habla de lo que no sabe y no le importa. Es decir, habla de la resistencia a la dictadura en la que Ella estuvo ausente o escondida. Y habla de los derechos humanos, tema que esta abogada exitosa nunca atendió, porque estaba ocupada, atendiendo los juicios de desalojo a los infractores a la Ley 1.050 quienes, por supuesto, daban mejores dividendos que andar presentando hábeas corpus a favor de personas que si estaban presas era porque, seguramente, “algo habrán hecho’’.
Palabras más, palabras menos, la señora retornó a la pantalla. Con ella, regresa a los primeros planos la corte de aduladores, alcahuetes y sirvientes que la alaban y halagan. Su retorno fue anunciado con la misma estética con que Mirtha Legrand o Susana Giménez anuncian el inicio de sus temporadas.
¿Llega a 2015? Ojalá. Ojalá podamos sobrevivir para contarlo. Por lo pronto, por este camino, lo más seguro es que pronto extrañemos el 2013. El mes de enero, el otrora pacífico y bucólico mes de enero, nos sugiere que el invierno se va anticipar y que lo que nos aguarda se parece más a una travesía que a un paseo por el almanaque. Pero, ¿llega a 2015? Yo me conformaría que, por lo pronto, termine 2014. Quiero que termine su mandato, pero no quiero que en el camino termine con nosotros. Quiero que termine su mandato, pero no sé si la señora quiere lo mismo.
Es que para un populista criollo entregar el mando a otro presidente es una tragedia pública y un fracaso personal. Si para Borges, la pesadilla recurrente es el laberinto, para la señora la pesadilla es el instante en que deba entregarle los atributos del poder a un nuevo presidente. Alternancia, división de poderes, periodicidad del mandato, son ingredientes de una dieta indigerible para un populista, algo así como una vianda vegetariana para un caníbal famélico y cebado.
Dos rasgos son importantes en la genética del populismo: el alboroto de la fiesta y la sensualidad del poder. Cuando la fiesta de la abundancia, el despilfarro, los subsidios y la corrupción termina se sienten tan desvalidos como Drácula a la salida del sol, y cuando los rigores de la vida obligan a dejar el poder y descender al llano, la única preocupación que los desvela es no terminar entre rejas.
Mientras escribo esta nota, me entero por la pantalla del televisor que el gobierno nacional decidió poner punto final al cepo cambiario. Lo de “cepo” es una licencia mía, porque para el gobierno el cepo nunca existió, como tampoco existen la inflación, la escalada de precios, la caída de reservas, el déficit fiscal, la presión tributaria. “Política cambiaria de flotación administrada”, llama el gobierno nacional a uno de los cepos más duros de nuestra historia. ¡Qué sutiles! Lo que vale para el cepo vale para todos los demás problemas. La constante es no nombrarlos o ponerles un nombre distinto. Agradezcan que George Orwell está muerto, porque si viviera hace rato que les habría iniciado un juicio por plagio.
Lo cierto es que el viernes a la mañana nos desayunamos con una información oficial que contradice las políticas de los últimos meses. En realidad, después del fracaso con el Club de París, y la disparada del dólar no quedaban muchas alternativas. Lo mismo podría haberse hecho con tiempo, tomando otras precauciones y evitándole a la sociedad pagar costos tan altos. Pero exigirle precaución al populismo es lo mismo que exigirle castidad al marqués de Sade.