El crimen perfecto

Conviene recordarlo una y otra vez para no transformar la noticia en un episodio de “Bailando por un sueño”: el fiscal Alberto Nisman incrimina a la presidente, a su ministro de Relaciones Exteriores y a sus matones. Un diario oficialista, Tiempo Argentino, titula la noticia: “Disparen contra Nisman”. ¿Metáfora, anuncio o deseo? No lo sé. Más delicada, la señora Conti promete recibirlo con los botines de punta. No hizo falta. Tres días después al fiscal lo encuentran muerto en su departamento. Hasta las monjas de clausura advierten que no hubo suicidio y que a los asesinos hay que buscarlos en las inmediaciones del poder.

La muerte se produce en el barrio preferido de los Kirchner: Puerto Madero, el barrio más vigilado de la Argentina. De Nisman se suponía que era el fiscal más protegido por el Estado. Eso por lo menos era lo que figuraba en los papeles. Sin embargo, demoraron más de diez horas en encontrar el cadáver. ¿Demoraron o hicieron tiempo? La crónica de esa búsqueda se parece a una comedia de enredos en el Conventillo de La Paloma: no había cerrajeros, ni había llaves, los teléfonos estaban sin carga, la madre del fiscal se equivocó de camino. ¿Torpeza o acción deliberada? Estoy convencido de que todo estuvo planificado, incluidas las torpezas.
Finalmente, ingresaron al departamento. Todos. Un vecino distraído podría haber creído que en el piso trece festejaban un cumpleaños o un casamiento. La testigo convocada dijo que entraban y salían como panchos por su casa, que tomaban cerveza, comían pizzas, conversaban, se reían, comentaban los resultados de los partidos de fútbol. En definitiva, la estaban pasando muy bien. Semanas después las fotos que se filtraron confirmaron las peores predicciones: el departamento de Nisman era un jolgorio. ¡Y algunos después se extrañan que las pruebas sean confusas y en algún punto contradictorias, cuando no inexistentes!
Desde Sherlock Holmes a Sam Spade, y desde el más modesto comisario correntino al más atildado oficial de Scotland Yard, saben que no hay crimen perfecto sino investigaciones imperfectas, y que toda investigación que merezca ese nombre debe cuidar el escenario del crimen, impedir que se altere. Pues bien, se hizo exactamente lo contrario. ¿Son tontos o lo hicieron a propósito? Hay muy buenos motivos para creer que lo hicieron a propósito.
Territorio liberado. Nisman muerto y primera tarea cumplida: borrar las pruebas. El paso siguiente es previsible: que intervenga la justicia y confirme que efectivamente es poco y nada lo que se puede hacer porque no hay pruebas o las que hay no alcanzan. El crimen perfecto en marcha con una virtuosa combinación de operativos ilegales y legales. En estas cuestiones, no hay vuelta que darle: cuando se es gobierno se dispone de estos beneficios.
Faltaba algo importante: enlodar al muerto. Lo empezaron a hacer antes de que aparecieran las fotos cedidas gentilmente por los servicios de inteligencia. Dijeron que era homosexual, borracho, lujurioso e ignorante. Después vinieron las fotos con los gatos y a continuación los afiches pagados con dineros públicos ridiculizando al muerto. Los programas de televisión y radio, más las columnas de algunos diarios se sumaron de buena y mala fe al corso.
Tarea cumplida: la causa se “samantizó”. ¿Qué quién es Samantha? ¿Se acuerdan de aquella chica que en tiempos de Menem fue partícipe de los escándalos del boliche de Poli Armentano, abastecedor de champú y ravioles a la quinta de Olivos? Por allí empezó la cosa, pero a las dos semanas estábamos todos ocupados en conocer el itinerario amoroso de Samantha y Natalia. No recuerdo qué periodista habló entonces de la samantización de la política: degradar los hechos en sus versiones frívolas y obscenas para asegurar la impunidad de los delincuentes.
¿Y si Nisman efectivamente se hubiera suicidado? No lo sé, pero además no me dejan saberlo. Sugestivamente, quienes debieran crear las condiciones necesarias para despejar dudas se dedican a obstruir. Así lo hicieron el 20 de enero y así lo siguen haciendo hasta el día de hoy. La decisión de la Cámara de desestimar la denuncia de Nisman opera objetivamente en la misma dirección. Conclusión: a la muerte de Nisman le sucede la muerte de su investigación. ¡Maravilla de maravillas! La prisa para cambiar de tema derrota a la ley de la gravedad: pretenden cerrar una causa antes de haberla abierto.
Volvamos a repasar. Hace veintiún años el local de la Amia fue dinamitado por terroristas con un saldo de ochenta y tres muertos. Pasó todo este tiempo y según la versión oficial nada se sabe y nada se sabrá. Menem y Kirchner quisieron investigar al principio y después se asustaron o los asustaron e hicieron lo que sabemos que hicieron.
El Memorándum es el momento en que los Kirchner decidieron arreglar con Irán y dejar que los muertos entierren a sus muertos. Lo demás es cuento chino. El operativo fue tan burdo y grosero como el promovido en su momento con Telleldín y Galeano. Un dato sugestivo a tener en cuenta: el acuerdo se firmó un 27 de enero. ¿Leyeron bien? 27 de enero, aniversario del Holocausto, fecha que recuerda el día que las tropas aliadas llegaron a Auschwitz. ¡Oh casualidad! Héctor Timerman firmó este acuerdo con funcionarios que oficialmente niegan el Holocausto. ¿No se dieron cuenta o lo hicieron a propósito? No sé qué les pasó a los diplomáticos argentinos, pero Irán sabía muy bien por qué era importante firmar el Memorándum un 27 de enero.
El Memorándum fracasó porque ése era el destino de semejante mamarracho. Ni los iraníes ni los funcionarios K creyeron en él porque lo que buscaban era otra cosa. ¿Qué otra cosa? Nisman lo sabía, Nisman lo iba a decir, pero Nisman, ¡oh milagro! se deprimió, fue atacado por una súbita ola de angustia y se suicidó como un existencialista atormentado por el absurdo de la vida.
Como Sócrates, estamos en condiciones de decir que no sabemos nada. No sabemos lo que ocurrió en la Amia, no sabemos por qué se quiso firmar ese Memorándum y, mucho menos, sabemos por qué se murió Nisman. ¡Misión cumplida! Como dijera el general, la única verdad es la realidad. Y la realidad nos dice que acá no ha pasado nada. Y no va pasar nada. Pero por las dudas, a la cancha la van a seguir embarrando. El peronismo a estas faenas las sabe hacer muy bien. Los entendidos dicen que es lo que mejor les sale. Del resto se encarga el tiempo. El tiempo y el olvido.
¡Ironías de la vida! Oficialmente, se recuerda un aniversario más del golpe de Estado de 1976, el golpe que institucionalizó el terrorismo de Estado. Se habla de la represión ilegal y de los derechos humanos violados en 1976, pero no se dice una palabra de la muerte de Nisman, episodio paradigmático del terrorismo de Estado y de violación de los derechos humanos.
¡Farsantes! ¡Farsantes y fulleros! Hablan de los pobres y sus ministros pero no tienen la menor idea de cuántos pobres hay en el país. Hablan de los negros, pero cuando les discuten una palabra los insultan y los humillan. (Cualquier duda consultar con Beatriz Rojkés). Dicen defender la causa de los gays, pero en la primera de cambio descalifican a un fiscal porque presuntamente es gay. Hablan de la causa de los humildes, pero sus jefes son multimillonarios que, además, disfrutan exhibiendo sus millones.
Su expresión pública su rostro visible, su lenguaje oficial, el nombre y el apellido que mejor los representa se llama Aníbal Fernández. Su relación con los disidentes de los años sesenta es el baúl. El baúl de los autos, pero con una sutil diferencia: mientras a los disidentes los grupos de tareas los secuestraban y los trasladaban en los baúles de los siniestros Ford Falcon sin patente, Aníbal Fernández voluntariamente se escondía en un baúl, no para eludir a la represión sino a los jueces.
La distancia existente entre el disidente y el forajido es la distancia política real que hay entre un discurso que pretende presentarse como relato liberador y en la práctica es un instrumento perverso de dominación. Con esos insumos, se diseña el rostro del kirchnerismo: su apariencia es angelical, pero no bien se raspa un poquito, lo que aparece, húmedo y palpitante, es el rostro de Aníbal Fernández.

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