Los probables escenarios políticos

La ciudad de Buenos Aires votó contra el peronismo o contra su versión oficial en lo que va del siglo XXI. Los candidatos de Macri sumaron casi el cincuenta por ciento de los votos, lo que transforma a Horacio Rodríguez Larreta en el muy previsible ganador de la segunda vuelta. La Reina del Plata viene votando en contra del peronismo desde que esta fuerza política se constituyó en los años cuarenta. Esto obligó a sus teóricos de antes y de ahora a hablar del voto gorila, el voto extranjerizante o el voto de la ciudad puerto, balbuceos ideológicos mascullados por los Abelardo Ramos o los Fito Páez de turno. Balbuceos que no alcanzan a disimular la impotencia política de quienes se niegan a admitir que en sociedades modernas, con tramas sociales complejas y ciudadanos autónomos, el clientelismo pierde consistencia y, en ese contexto, el populismo se transforma efectivamente en un “significante vacío”, vacío de votos se entiende.

Decía que el domingo pasado se repitió lo mismo que se viene repitiendo con las variaciones del caso desde 1945. O, para no irnos tan lejos, desde 1961, cuando Alfredo Palacios le ganó por paliza a Arturo Jauretche; o desde 1973, cuando un jovencísimo Fernando de la Rúa lo abolló a votos al candidato del peronismo, Marcelo Sánchez. Dato interesante: el liberalismo republicano, acusado de elitista y antipopular, a la hora de asumir el desafío de las urnas derrotó por paliza a dos próceres emblemáticos del populismo criollo.

El PRO de Capital le sacó casi treinta puntos de ventaja al candidato de la Señora: Mariano Recalde. Y veinte puntos a Martín Lousteau y Graciela Ocaña, candidatos que no se sabe bien si son el ala progresista del kirchnerismo (ambos fueron funcionarios K) o el ala izquierda del macrismo. Especulaciones al margen, el ECO convocó a votantes opositores al orden K por lo que también es válido decir que en la ciudad de Buenos Aires el setenta por ciento votó en contra de los K.

Hasta el observador más distraído pronosticaba estos resultados. Los únicos que no parecieron prever la derrota fueron los kirchneristas. Admitamos que perder es una posibilidad en cualquier competencia electoral, pero perder por goleada y salir a festejar es confundir una moral optimista con el ridículo. La escena en el búnker K de los funcionarios oficiales acompañando a un Recalde esforzándose en explicar por qué son los ganadores morales de la jornada, fue lastimosa.

Rodríguez Larreta derrotó a Recalde, pero en términos políticos hay que decir que Macri derrotó a la Señora, en tanto el joven director de Aerolíneas Argentinas fue candidato gracias al dedo real de la Jefa. En realidad, la victoria de Macri se manifestó en toda la línea. Sin exageraciones, podría decirse que el PRO adquirió entidad política propia en estas elecciones. La victoria fue la consecuencia necesaria de una construcción institucional que incluyó una interna protagonizada por dos dirigentes de primera línea.

El dato merece mencionarse porque las internas parecen ser una extravagancia en la política nacional o la antesala de una ruptura política. En el caso que nos ocupa, no hubo rupturas y los candidatos se dieron el lujo de ser los más votados. Para nadie fue un secreto que Macri no disimuló sus preferencias por Rodríguez Larreta. ¿Es necesario decir que como presidente y fundador del partido está en su derecho de expresar sus preferencias? En todo caso, lo que merece destacarse no es esta preferencia legítima, sino el reconocimiento al derecho de Michetti a competir ¿Alguien se imagina cuál sería el destino de un candidato del Frente por la Victoria que decidiera desobedecer o contrariar a la Señora?

La abrumadora victoria de Macri marca una tendencia para las elecciones de octubre, pero nada más que eso. Para ser más preciso, habría que decir que Macri se está ganando el derecho a competir con el candidato del oficialismo que, hasta tanto alguien demuestre lo contrario, será Daniel Scioli. Todo parece indicar que Macri será uno de los principales protagonistas de la campaña electoral. De allí a decir que será el futuro presidente, hay un trecho corto pero intenso para recorrer.

Se sabe que uno de los requisitos para ganar las elecciones es polarizarlas. El que lo logra se posiciona ventajosamente para la batalla final. Macri lo está haciendo y lo hace bien. Su propia reticencia a acordar con Massa, tiene que ver con esta estrategia que apunta no tanto a establecer la antinomia peronismo-antiperonismo, sino continuidad o cambio. Y así como Macri se ubica en el campo del cambio, Scioli -pero también Massa- serían la expresión de la continuidad.

Obviamente, ni Scioli ni Massa quisieran verse colocados en ese lugar, por lo que muy bien podría postularse que la lucha política en una campaña electoral consiste en decidir quién instala la consigna que ordena los espacios de la disputa. Admitamos, entonces, que instalar una consigna y lograr que el electorado la viva como propia suele ser la garantía de la victoria. No sé si Macri lo logró, pero está bien encaminado. Su presencia en el orden nacional y sus tramas de alianzas apuntan en esa dirección. A paso pausado pero firme se está constituyendo en el candidato capaz de derrotar al kirchnerismo. A los datos objetivos se suma ese inaprensible pero deseable toque de suerte que suele acompañar a los ganadores.

La relación política con Massa merece un capítulo aparte. En términos de especulación política, es absolutamente razonable suponer que el acuerdo de todos los opositores al kirchnerismo es necesario, porque existen buenos motivos para suponer que una oposición dividida permitiría la victoria de Scioli en la primera vuelta. Por otra parte, es válido reconocer que el mandato de la sociedad, de esas multitudes que salieron a la calle a criticar con dureza los excesos de la gestión K, es la unidad, la unidad de todos los opositores interesados en terminar con una experiencia política calificada por la oposición con los peores términos.

Las formalizaciones de acuerdos, coaliciones o alianzas se cierran en la primera semana de junio. Queda algo así como un mes para decidir qué se va a hacer. Massa ha retrocedido políticamente, pero no se va a resignar a ser el candidato de la provincia de Buenos Aires como aconsejaría cierto sentido común. Ni él ni su temible esposa están dispuestos a quedarse en ese lugar.

El acuerdo con De la Sota y su reciente acto en la cancha de Vélez Sarsfield, son un intento de expresar su voluntad de no resignarse a lo que ahora considera un premio consuelo. Sus reclamos apuntan a formalizar una interna donde entre todos decidan quién será el candidato opositor. No es una propuesta descabellada, pero la política tiene sus tiempos y sus reglas. Además, en este juego nadie regala nada.

Como se sabe, Macri rechaza el acuerdo con Massa. Sin embargo, hace dos años no tuvo mayores problemas en acordar con él en provincia de Buenos Aires. Lo que se hizo una vez puede hacerse dos veces. Sobre todo en el clima político actual, donde lo que deciden no son los dogmas ideológicos, sino el más crudo “pragmatismo”. ¿Lo hará efectivamente? Por lo pronto lo rechaza. Tal vez la táctica sea la adecuada. Un buen jugador no muestra todas las cartas que tiene en la mano. Si Massa crece será necesario ubicar una estrategia acuerdista, pero Macri apuesta a que no sea así. Y que a Massa no le quede otra alternativa que venir al pie o retirarse de la escena política.

El juego es delicado y de alguna manera peligroso. Nunca estará de más insistir que una oposición dividida es el escenario más favorable para el kirchnerismo. Massa lo sabe y Macri también. El narcisismo no es un buen consejero en estas jornadas cívicas. Pero conviene tener presente que no hay dirigentes sin una elevada autoestima. El equilibrio entre el sectarismo y al apertura es fácil plantearlo, pero no tan sencillo realizarlo en el impiadoso mundo de la lucha política.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *