Los comicios del próximo domingo

El próximo domingo los santafesinos vamos a elegir a los representantes que nos van a gobernar los próximos cuatro años. Inútil y desaconsejable hacer pronósticos sobre ganadores y perdedores. La competencia entre los principales candidatos es tan reñida que hasta las encuestas callan, porque la propia realidad les impide incursionar en el campo de las profecías.

La paridad de fuerzas impone lo obvio: para conocer los resultados habrá que esperar al escrutinio definitivo. Lo único que puede saberse es que quien gane lo hará por poca diferencia. Para estos comicios, las relaciones de fuerza se distribuirían en tres tercios: Miguel Lifschitz, Omar Perotti y Miguel Torres del Sel. Los indicios que brindan las Paso permiten suponer que la disputa final se desarrollará entre Lifschitz y Torres del Sel, aunque se mantiene como una discreta incógnita la posibilidad de un peronismo capaz de retener sus votos históricos, una posibilidad a mi juicio remota, pero no descartable de antemano.

Más allá de los resultados, está claro que en la provincia existe un equilibrio de fuerzas que obligará a quien gane a buscar acuerdos para asegurar la gobernabilidad. Santa Fe dispone asimismo de una geografía social y política signada por la diversidad, con intereses regionales consolidados y una sociedad civil urbana y rural que constituye su principal capital histórico. Es ese escenario el que obliga a los elencos gobernantes a adaptarse a la sociedad, a diferencia de provincias más atrasadas donde el poder es el que impone sus condiciones.

Las ofertas políticas que se presentan para el 14 de junio son previsibles, están sostenidas por legítimas tradiciones locales y articuladas con proyectos nacionales de poder. Esto en principio es bueno, porque impide saltos al vacío. Al respecto, y más allá de las consignas de los diferentes candidatos, hay buenos motivos para suponer que estructuralmente en Santa Fe lo que predominará será la continuidad en cualquiera de las variantes.

Continuidad en este caso no excluye la noción de cambio, en tanto todo proyecto político siempre está obligado a sostener un sabio equilibrio entre las tensiones nacidas de los reclamos de cambio y los imperativos de la continuidad, salvo que alguien suponga que detrás de la presencia tranquilizadora y amigable de los candidatos se esconde un revolucionario iconoclasta.

Como escribiera hace un par de semanas atrás, ninguno de los candidatos nos garantiza el paraíso o el infierno. Entre esos dos extremos hay matices y diferencias que no se deben subestimar, pero una vez más es necesario advertir que en la Argentina que vivimos es saludable quitarle a la política niveles de dramaticidad al que suele ser tan afecto el gobierno nacional.

Los candidatos son también políticos más o menos experimentados. Todos lo son. Desde Lifschitz y Perotti, a Torres del Sel, quien desde hace cinco años está metido de lleno en los escabrosos entreveros de la política. O el propio Reutemann, que a esta altura del partido es el político profesional que exhibe más años de experiencia en el oficio.

Que unos candidatos privilegien la virtud de la experiencia y otros se presenten como portadores de lo nuevo, no son más que recursos a los que se apela para tratar de maximizar los beneficios electorales, pero a la hora de la verdad digamos que más allá del marketing, los candidatos pertenecen a lo que sociológicamente llamaríamos la diversa pero precisa geografía de la clase media santafesina.

Ni a Lifschitz ni a Reutemann se los puede acusar de carcamanes porque hayan hecho de la política el centro de su actividad desde hace décadas, ni a De Sel se le pueden atribuir los beneficios de una suerte de virginidad porque, como cualquier muchacho de la calle, de esos con los que Del Sel le gusta identificarse, sabe muy bien que la virginidad se pierde una sola vez y para siempre.

Los candidatos son al mismo tiempo la representación de colectivos políticos amplios que legítimamente buscan ejercer el poder. Lo es Lifschitz, titular del Frente Cívico y Social por el Partido Socialista. Intendente, senador, ha desempeñado sus funciones con solvencia y así se lo reconocieron sus electores. Es un hombre honrado, pero no es el muchacho más simpático y entrador de la barra. Mucho más serio que su ausencia de carisma es que no ha sabido o no ha podido hacerse conocer en el centro-norte de la provincia. Dicen sus asesores que lo está tratando de hacer, pero me temo que no va a llegar a tiempo.

El socialismo ha gobernado la provincia en los últimos ocho años. Ha sido prolijo, decente y dialoguista, aunque no son pocos los radicales que le reprochan que ese dialoguismo deberían empezar por practicarlo puertas adentro. En temas clave como educación y salud su gestión ha sido satisfactoria. Dos materias no ha logrado aprobar en todos estos años: la inseguridad y su consecuencia el narcotráfico y la resolución satisfactoria de la contradicción Santa Fe-Rosario. También me temo que no ha habido avances importantes en materia de pobreza extrema y marginalidad, como lo testimonian los anchos y humillantes cinturones de villas miserias en las grandes ciudades.

Del Sel se presenta como la expresión de lo nuevo porque arriba a la política disponiendo del prestigio obtenido en otra actividad. No hay ningún reparo moral que hacerle al respecto, ya que la Constitución exige para ser candidato la condición de ciudadano y él la tiene. Su talento actoral le ha permitido llegar a sectores populares y despolitizados a los que habitualmente no llegan los políticos profesionales. Su condición de “nuevo” le permite criticar problemas que seguramente continuarán después de que él sea elegido hipotéticamente gobernador.

La vieja política tiene el problema de devenir en anacrónica, pero los titulares de lo nuevo corren el riesgo que proviene de la inexperiencia. No está mal dirigirse al corazón de la gente, siempre y cuando no sea un recurso sentimental y tramposo. De todos modos, le recuerdo a Del Sel que a fines de los ochenta hubo un viejo y digno político profesional que tuvo la mala idea de decir que le habló a los empresarios con el corazón y le contestaron con el bolsillo. Es que como el adolescente del cuento, a Del Sel habría que recordarle que la película no empieza cuando él entra a la sala.

Conclusión: no lo descalifico a Torres del Sel por haberse ganado la vida honestamente en Los Midachi, pero no consumo el cuento del chico que pretende hacernos creer que descubrió la pólvora o supone que los problemas que la sociedad arrastra desde hace muchos años se arreglan con la liviandad y la frescura con la que se relata un cuento verde en la peña de los viernes en el quincho del Toto.

Perotti me parece a título personal el mejor candidato. Inteligente, democrático, experimentado en las lides de la gestión, es sin duda un hombre respetable. El problema es que más allá de sus intenciones, Perotti es Cristina, Aníbal Fernández y Scioli. Una victoria suya sería la victoria de los K, quienes aterrizarían en la provincia arrastrando sus prácticas facciosas y sus hábitos corruptos.

¿Son todos iguales los candidatos? No lo son, pero todos juegan dentro del sistema y en ese sentido tienen más semejanzas de lo que a ellos mismos les gustaría admitir. Lo que en todo caso conviene despejar es la noción de vivir la política como una experiencia trágica donde los hombres juegan el destino en el límite de la existencia. Como le gusta decir a Raymond Aron, no tanta exaltación poética y un poco más de prosa.

Instalar los dilemas de la política en estos andariveles no la hace más aburrida, sino más civilizada, más previsible y en definitiva más humana. Desde la previsibilidad podemos tomarnos la licencia de elegir en libertad, liberados de tensiones, miedos y angustias. Es la experiencia la que enseña que siempre se está en mejores condiciones de elegir en un clima distendido que en un clima atravesado por la sospecha de que en una elección se juega la vida o la muerte.

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