El tren de Ámsterdam a París

Ayoub El Khazzani subió al tren Thalys en Bruselas. A nadie le llamó la atención la presencia de este joven cargando una mochila. Sus ropas destacaban a un musulmán, pero en Europa, la única exigencia para viajar en los trenes es pagar el boleto. Se acomodó en un asiento, pero después cambió de lugar. Nada para sorprenderse: es lo que hacen muchos viajeros.

El tren tenía previsto llegar a las siete de la tarde a París, pero una hora antes ocurrió algo que estuvo a punto de transformarse en tragedia. Todo comenzó cuando el ciudadano británico, Chris Norman, advirtió que en el baño del vagón alguien estaba cargando un arma. Enseguida vio salir a un hombre armado con un fusil Kalashnikov y una pistola automática. Su aspecto intimidaba. El fusil en una mano, los cargadores en la cintura y un cuchillo y una pistola en la otra.

Norman gritó e intentó interponerse, pero en ese momento tres jóvenes que viajaban en el mismo vagón se abalanzaron sobre Ayoub El Khazzani. Se trataba de los norteamericanos Spencer Stone, Alex Skarlatos y Anthony Sadler. Tres amigos de vacaciones en Europa, tres amigos con un dato distintivo: los tres con preparación militar, uno de ellos – Skarlatos- destacado en Afganistán.

Todo fue breve pero intenso. Uno de los jóvenes se trenzó con el terrorista en una lucha cuerpo a cuerpo. El criminal no pudo usar las armas de fuego, pero se valió del cuchillo para herir a su enemigo. Finalmente Ayoub El Khazzani fue reducido. No fue sencillo hacerlo y queda claro que sin la capacitación militar de los jóvenes y, sobre todo, sin su decisión de intervenir, el desenlace habría sido otro.

El pasaje contempló el espectáculo paralizado por la sorpresa y tal vez el miedo. El actor estrella de la serie televisiva, “Barquo”, Jean Hughes Anglade, viajaba en el tren e intentó poner en funcionamiento la alarma. No sabemos si lo hizo, pero sí se sabe que se hirió la mano. Su gesto fue reconocido luego por las autoridades francesas, pero está claro que esta vez no fue él el héroe de la jornada.

Controlada la situación, el tren llegó hasta la localidad francesa de Arras, donde se procedió a trasladar al pasaje y guardar entre rejas al terrorista. ¿Terrorista? Los hechos resultan esclarecedores, obvios. Ayoub El Khazzani vivía en la localidad española de Algeciras, allí en el límite con Gibraltar y Marruecos. Sus padres eran marroquíes, pero vivían en España desde hacía décadas. El mismo nació en Algeciras y según los testigos lugareños, su infancia y adolescencia fueron las de un muchacho normal, la de un joven, que, al decir del padre, le gustaba el fútbol, salir con los amigos y escuchar música de moda.

El padre, un árabe trabajador y honrado. Un hombre que trabajó duro para vivir con cierta modesta dignidad. Ahora está desolado. No entiende qué pasó con el hijo, pero sabe que no lo verá por muchos años, o tal vez no lo vea nunca más. Su drama es el de muchos viejos inmigrantes que no entienden qué pasó con sus hijos, cómo pudo ser posible que hayan sido captados por el fundamentalismo.

Desde hacía dos años, Khazzani estaba ausente de su casa paterna. ¿Qué pasó? ¿Por qué se fue? No lo sabemos. Sí se sabe que con su hermano estuvo en Siria y que recorrió el consabido camino, la previsible ruta del terrorista islámico. En ese recorrido hay estaciones que se desconocen. La clandestinidad y el secreto a veces funcionan. Lo que indagaron las autoridades es que pasó una temporada en París y que sus hábitos religiosos fueron los típicos de un extremista islámico.

Las investigaciones recién están en sus inicios. Para las autoridades no hay dudas de que se trata de un atentado terrorista. Así lo calificó en primer lugar Charles Michel, el primer ministro belga y, luego, Francois Hollande, el presidente de Francia. La misma opinión tienen los testigos, la policía y los cronistas. Ahora, lo que quieren saber los sabuesos son las conexiones, porque no cualquiera anda por las calles de París o Bruselas armados hasta los dientes.

Las pocas palabras que Khazzani alcanzó a pronunciar en el momento en que fue interceptado por los jóvenes norteamericanos fueron propias de un terrorista. Es más, Norman asegura que el objetivo del criminal fue perpetrar una masacre. No otra intención puede inferirse de alguien que porta armas de guerra y lanzan consignas de carácter religioso.

Sin embargo, horas después de su detención Khazzani declaró que lo suyo no fue un acto motivado por razones religiosas. Muy suelto de cuerpo dijo que tenía hambre y que lo que se proponía era asaltar a algunos pasajeros para obtener dinero y comprar comida. Y lo dijo imperturbable, sin que se le moviera un músculo de la cara, seguro de la protección, de la piedad infinita de Alá y de las garantías jurídicas de sociedades donde funciona el Estado de Derecho.

Recordó luego que dormía en la vida pública y que sus actos debían justificarse por su condición de indigente. Curioso indigente dueño de un fusil Kalashnikov, una pistola automática, un puñal y nueve cargadores. Ni su estado físico, ni su manera de expresarse daban cuenta de un indigente o de alguien acosado por el hambre. Tampoco su sofisticado armamento, claro está.

El otro debate abierto es acerca de la calificación del operativo. La corrección política sostiene que en este caso lo que corresponde es la calificación de terrorista. ¿Terrorismo o terrorismo islámico? En la respuesta a esta pregunta reside el centro del debate. Las buenas conciencias aseguran que añadir a la actividad terrorista la condición de islámica significa una discriminación.

Quienes discuten esta consideración, sostienen que la verdad nunca es discriminatoria, que no es el capricho o la mala fe lo que otorga entidad islámica a los terroristas, sino ellos mismos. Al respecto, la corrección política afirma que quienes invocan al Islam para asesinar no son verdaderos islámicos, que en realidad se trata de delincuentes que recurren a una religión respetable para ocultar o justificar sus intenciones. Políticos progresistas, dirigentes de izquierda, intelectuales avanzados y las máximas autoridades de la Iglesia Católica sostienen que la culpa es la del terrorismo, no del Islam, como lo verificarían los cientos de millones de islámicos que no son terroristas.

El debate es político, cultural y jurídico. ¿Se le puede desconocer identidad islámica a Al Qaeda, el EI, a las diferentes bandas de pistoleros que asesinan, ejecutan y mutilan en nombre del Islam? El debate se enreda con cuestiones teológicas, pero convengamos que resulta muy difícil, por no decir muy forzado, desconocer la identidad islámica de las diversas facciones terroristas que hoy actúan en el mundo.

Es verdad que en el universo islámico estas facciones son una minoría, pero lo correcto en este caso sería decir que se trata de una minoría consistente, ya que entre militantes, adherentes y simpatizantes pueden llegar a sumar alrededor de cincuenta millones de personas, una minoría que apenas araña el tres por ciento, pero una minoría gravitante que ocupa la atención de la opinión pública internacional desde hace años.

Capítulo aparte merecen las coartadas y justificaciones de la izquierda para reducir a su mínima expresión las críticas a estas actividades. Como el enemigo sigue siendo el imperialismo yanqui y en la región de Medio Oriente, Israel, todo lo que se haga desde el mundo islámico está consentido. Masacres, discriminaciones de géneros, fanatismo, intolerancia, cultura de la muerte, todo se deja pasar en nombre de la lucha contra los yanquis y sus secuaces.

Para el caso que nos ocupa, el gobierno de Francia a través de Francois Hollande decidió distinguir con la Legión de Honor a los tres jóvenes norteamericanos que redujeron al terrorista y al señor británico. Desde EE.UU., el presidente Obama expresó su satisfacción con quienes defendieron la libertad y la vida en circunstancias difíciles. Es de desear que a algún partido de izquierda no se le ocurra repudiar a estos jóvenes por intervenir en los asuntos internos de Europa. ¿Una broma? Conociendo el paño, lamentablemente no lo es.

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