Crónica de una Señora

La Señora miente. Lo hace con descaro y con impudicia. Miente por trampa y por ignorancia, esa combinación letal de la cultura populista. La Cadena Nacional es el escenario propicio para la farsa; los monólogos prolongados son el espectáculo brindado al popolo y a la corte obsequiosa de alcahuetes y felpudos que la aplauden, sonríen y, en algunas ocasiones, se enternecen.

Es verdad, los tiempos han cambiado; al tradicional y eufórico balcón populista le ha sucedido el narcisismo y el jolgorio festivo de la Cadena Nacional. Cerca de cuarenta intervenciones en lo que va del año así lo testimonian. Recuerdo que una vez, sus correligionarios le dijeron a Illia que recurra a ese medio. “El Viejo” los escuchó y en el acto les dio una clase de cultura republicana: “Para defender la democracia no voy a emplear el método preferido por Hitler y Mussolini”. Explicó y todos entendieron.

No sé si la Señora aprendió estas mañas de los jefes del nazifascismo; lo más probable es que su maestro para estos menesteres haya sido Hugo Chávez, lo cual no es exactamente lo mismo pero es bastante parecido, sobre todo porque en la actualidad no hay lugar para los impulsos totalitarios clásicos de mediados del siglo pasado, pero la pulsiones de poder y de dominio se mantienen intactas, entre otras cosas porque hay un parentesco cercano y reconocible entre el fascismo y el populismo.

Es hora de que la Señora lo sepa: las libertades que hoy disfrutamos efectivamente los argentinos no se la debemos a su corazón bondadoso, sino a un consenso cultural y político ganado por quienes de manera consecuente lucharon contra la dictadura. Ironías de la vida: la Señora ataca al centralismo porteño, pero los jueces que impugnaron el fraude son de Tucumán; responsabiliza a los “porteños” de la miseria de las provincia del norte, una manera burda de rehuir las culpas de los Menem, los Saadi, los Juárez, los Zamora y los Alperovich, es decir, sus entrañables compañeros.

En su última actuación por Cadena Nacional, la Señora incursionó con la torpeza que la distingue en los laberínticos caminos de la historia. Para repudiar el fallo judicial recordó las elecciones de marzo de 1962 y las de abril de 1931, las dos en provincia de Buenos Aires. En ambos casos, los comicios fueron anulados, porque al poder dominante no le gustó el resultado. En 1931, los afectados fueron los radicales y en 1962, los peronistas.

¿Qué tiene que ver eso con Tucumán? Nada, absolutamente nada. En los casos mencionados por la Señora, la impugnación la hace un gobierno de facto como el de Uriburu o un gobierno constitucional como el de Frondizi jaqueado por los militares. En la Argentina de 2015, no hay gobierno de facto ni los militares ponen condiciones a los políticos. Comparar a los jueces de la democracia con los militares golpistas puede ser un acto de mala fe -y lo es- pero también la respuesta previsible de quienes ejercen el poder y no admiten controles y mucho menos una Justicia independiente.

En sus monólogos habituales, esta chica intenta hacer juegos de palabras e inevitablemente se equivoca, algo que le ocurre fatalmente a quienes incursionan en temas que conocen de oídas. La Señora habló de lo sucedido en Tucumán y sostuvo que ya no es sólo un retorno a los noventa de Menem, sino una regresión a los noventa del siglo XIX, al fraude patriótico.

Con todo respeto a la investidura presidencial, el fraude patriótico no es de 1890 sino de la década del treinta del siglo pasado. Un error de ese tipo en un examen a un alumno le cuesta un aplazo. Ella puede darse el lujo de cometer esos furcios simplemente porque es Ella y en términos culturales es decididamente inimputable. Pero retornado a los fraudes conservadores, hay que decir que fueron cometidos desde el poder, exactamente como en Tucumán: quemando urnas, apretando a los votantes a punta de pistola, falseando boletas, asaltando correos.

Así y todo, comparados con el matonaje lumpen de Manzur y Alperovich, los conservadores del treinta eran nenes de pecho. En efecto, hacían el fraude necesario para ganar y nada más. En Capital Federal, permitían elecciones limpias; algo parecido ocurría en otras provincias, como por ejemplo Santa Fe, con Luciano Molinas, y Córdoba, con Amadeo Sabattini. Peleaban el poder con malas mañas, pero ni en broma se les ocurría “ir por todo”. No eran santos ni tampoco lo pretendían ser, pero ojalá los Kirchner dejaran una Argentina como la que dejaron los conservadores al inicio de la década del cuarenta.

A la Señora, hay que recordarle lo mismo que hace muchos años le recordamos en una conferencia de prensa a Argaña, el Morsa de Stroessner. Argaña pretendió convencernos de que los liberales estaban haciendo fraude contra el Partido Colorado, ese partido dicho sea de paso- que se parece tanto al peronismo. La respuesta del periodismo fue rápida y efectiva: ¿cómo se explica que el fraude lo haga la oposición? Argaña guardó silencio y después cambió de conversación. En su estilo, el hombre era más sensato que los operadores K.

Insisto con la pregunta, porque a la Señora por diferentes motivos, estas evidencias nunca le quedan del todo claras. La oposición será buena o mala, pero es hora que sepa que el fraude es siempre cosa del oficialismo. Y en la Argentina de 2015, el oficialismo nacional y el oficialismo de Tucumán es kirchnerista.

Después está el tema de los pobres. A la Señora multimillonaria le encanta plantarse como abanderada de los pobres, aunque en la parada se nota mucho la ostentación propia de una “abogada exitosa”. De acuerdo a su criterio, denunciar el clientelismo es un acto de agresión contra los pobres. Según estadísticas, durante las campañas electorales los repartos de comida, colchones, lavarropas, botellas de vino y comida, se sextuplican. La pregunta entonces es la siguiente: ¿por cuáles otros motivos que no sea comprar el voto son tan generosos con los recursos del Estado?

La Señora indignada considera que quienes venden el voto son los ricos -¿Ella, por ejemplo?- y que afirmar que los pobres venden el voto es un acto gorila. Equivocada. Una vez más equivocada. Los ricos o las clases medias tienen intereses que defender, pero para bien o para mal disponen de la libertad para elegir. Lo mismo no sucede con los pobres, prisioneros de las necesidades, prisioneros de la ignorancia y de la violencia que ejercen sobre ellos los punteros, los matones, pero sobre todo esa estructura de poder, esa poderosa estructura de explotación y dominación, esa maquinaria K que dispone de recursos como no los dispone el empresario o el terrateniente más poderoso.

Si los pobres fueran tan libres y tan felices, las políticas sociales no tendrían sentido. A los pobres, a esos mismos pobres que Kicillof no reconoce o no se anima designar por su nombre, se los atiende, se le otorgan beneficios y asignaciones universales, porque se sabe que ellos por sus propios medios no pueden salir del infierno donde están hundidos.

El principio de que los pobres están despojados de su humanidad por la explotación, la desgracia o el destino, es el principio fundante de todas las políticas sociales y de todos los proyectos de redención de la humanidad. Sólo la hipocresía K puede desconocer un principio que -dicho al pasar- ellos han distorsionado para transformarlo en clientelismo, demagogia y manipulación.

Claro que los votos se compran y se venden. Y el negocio se hace con los sectores más indefensos y necesitados. Sólo un imbécil o un cínico puede ignorar esa verdad que está delante de los ojos de todos nosotros. Y en el caso que nos ocupa, el fraude no sólo es cometido contra el partido opositor o contra los ciudadanos; no sólo representa la degradación de uno de los principios fundantes de la democracia, sino que además expresa la manipulación de la pobre gente, el ejercicio visible e invisible de una violencia sórdida, morbosa, degradante.

Contra todo eso, contra ese dominio político y social ejercido desde el fraude y la violencia, contra ese sistema de dominación y control practicado por políticos multimillonarios como la Señora, Scioli, Alperovich y Manzur, es que el Tucumán decente y trabajador, el Tucumán que estudia y piensa se ha levantado.

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