Esperando a octubre

Falta un mes para las elecciones. Scioli todavía no gana en la primera vuelta, pero Macri está lejos del treinta y cinco por ciento que necesita para disponer de algunas chances para octubre. Por su parte, Massa crece, pero no tanto. Es el candidato que habla con más libertad, entre otras cosas porque está lejos del poder. Según los encuestadores, su imagen creció, pero no suma votos.

De Margarita Stolbizer lo único que se puede decir es que representará el voto de los sectores progresistas de clases medias. Es una buena candidata para una causa que ella y sus seguidores saben que en esta coyuntura no tiene ninguna esperanza. Y la esperanza en este caso no es ganar las elecciones, sino obtener por lo menos el diez por ciento de los votos. ¿Podrán hacerlo? Difícil, muy difícil. La pregunta que en todo caso deberían hacerse los progresistas es qué pasa con una causa que no logra crear corrientes de opinión que despierten la adhesión, ya no de una mayoría sino de una minoría fuerte e intensa.

A decir verdad, ninguno de los candidatos despierta lo que se llama pasión de multitudes. A lo mejor no está mal que así sea, pero a veces a los muchachos se les va la mano con esos discursos lavados, tan parecidos a un manual de autoayuda. Se puede ser moderado, racional, prudente, pero no es necesario ser aburrido. Un político debe ser previsible pero para ello no es obligatorio chapotear en los charcos de los lugares comunes. Se puede hablar bien sin necesidad de ser un demagogo; se pueden expresar pensamientos interesantes sin pedantería; se puede transmitir seguridad, confianza, sin necesidad de subestimar a la gente con retóricas huecas y banales; se puede ser realista sin necesidad de empantanarse en el barro de lo trivial.

Scioli es el candidato con más posibilidades de ganar, pero no le va a resultar sencillo. Su relación con el kirchnerismo de paladar negro sigue sin resolverse. Las sospechas y los recelos están a la orden del día. No es una exageración decir que los principales conspiradores a la candidatura de Scioli están dentro de su corriente política. Algunos son conscientes de su faena; otros sabotean y a veces ni siquiera lo saben.

El candidato K que reúne más condiciones para liderar ese cargo no existe, y no existe porque ese lugar lo ocupa la Señora, y mientras ella tenga poder no va a dejar crecer el pasto a su alrededor. Las humillaciones que le infieren a Scioli desde el cristinismo son alevosas. Se dice que cuando Scioli sea presidente se va a cobrar todas esas ofensas, las cobrará a su modo y tomándose los tiempos del caso, pero se las va a cobrar.

¿Será tan así? Es una posibilidad pero no estoy tan seguro de que se cumpla en toda la línea. A mí todavía no me queda claro si Scioli es un moderado o un cobarde; o si es un kirchnerista que quiere dejar de serlo o un kirchnerista que carece de valor para serlo. Los hechos seguramente develarán esta duda, pero las dudas que despierta su personalidad se transmiten, de alguna manera se transmiten.

Por lo pronto, pareciera que Scioli sostiene un delicado y virtuoso equilibrio entre el kirchnerismo que lo entorna -esa palabra que les gusta tanto a los peronistas- y los gobernadores peronistas que lo apoyan y pueden llegar a ser su nueva base de sustentación y autonomía. ¿Podrá hacerlo? No es imposible, pero es difícil. Scioli insiste en cada una de sus entrevistas que no lo subestimen, pero lo cierto es que más allá de sus deseos, son muchos los votantes independientes que lo subestiman y tal vez esto explique sus dificultades para superar el cuarenta por ciento de los votos.

Macri tampoco la tiene fácil. Los problemas con Niembro fueron superados, pero la broma no le salió gratis. El problema de Macri es que si no crece no gana. Dispone de un mes de tiempo para dar vuelta la taba. Es probable que una elección con tres candidatos presidenciales le haya favorecido al principio porque una polarización prematura lo favorecía a Scioli, pero de aquí en más, Macri está obligado a polarizar.

¿Cómo hacerlo? Por un camino o por otro debe convencer a la sociedad de que él es el candidato. Es lo que hizo hasta ahora, pero de una manera tibia, ajustándose al principio de que hay que expresar generalidades y no comprometerse con las cuestiones de fondo. No sé si esa táctica fue útil, pero me atrevería a postular que por el camino de las ambigüedades, los lugares comunes y la exaltación de la buena onda, el PRO no va a ganar estas elecciones.

Es verdad que a un candidato no se le puede exigir que haga lo que no sabe hacer, pero un buen candidato es alguien que en el desarrollo de la propia campaña electoral crece, se agranda, de alguna manera cambia. Es como que empieza a establecer una sintonía especial con la gente, sintonía que algunos llaman liderazgo o carisma, pero que es lo que se debe lograr si se quiere ser presidente. Con todo respeto, a Macri no lo veo todavía a la altura de las circunstancias.

El otro problema que tiene es la escasa extensión del PRO en la geografía política nacional. La alianza con la UCR lo ayuda, pero no alcanza. Si Macri fuera elegido presidente, ¿podrá gobernar con tantos poderes en contra? Ellos responden que en la ciudad de Buenos Aires tampoco tuvieron mayoría, pero una inteligente política de acuerdos le permitió asegurar una excelente gobernabilidad. Ojala estén en lo cierto. En lo personal creo que Buenos Aires es una ciudad maravillosa, pero una buena gestión en la Atenas del Plata no alcanza para transformarse en un líder nacional.

Massa hasta la fecha es el candidato con menos posibilidades de ser presidente, pero es el político con más futuro de los tres, futuro que proviene no sólo de la edad sino del juego político que se le abre si Macri o Scioli fueran los elegidos por el voto popular. Massa se presenta hoy como el candidato que “dice cosas”, que promueve desafíos, que amenaza y promete. Para mi gusto promete demasiado y las promesas la expresa con un tono que impresiona más que como el de un político el de un vendedor, alguien que estudia el mercado y dice lo que la gente quiere escuchar.

Los observadores señalan que una de las virtudes distintivas de Massa es que se las ha ingeniado para estar rodeado de algunos colaboradores prestigiados, como es el caso de Lavagna. El hombre tiene sed de poder -él y su esposa- y en ese sentido así como Scioli recuerda a Menem, Massa evoca a Kirchner, no porque piense exactamente lo mismo sino por esa implacable voluntad de poder que en este caso incluye también a su esposa; y no olvidemos al respecto que los peronistas tienen una incorregible debilidad en incluir a sus esposas en las candidaturas oficiales.

Lo cierto es que más allá de la publicidad previsible de los candidatos, las encuestas no están en condiciones de decir quién será el próximo presidente. Hay tendencias, orientaciones, pero no alcanzan hoy a definir una orientación definitiva. Se dice que los pobres y los votantes de las provincias del noroeste se inclinan hacia el peronismo, mientras que las clases medias optan por Macri o en un porcentaje menor por Massa. Esto se dice hoy, pero nadie asegura que se seguirá diciendo mañana. Son muchos los votantes que todavía están indecisos, esa indecisión que suele ser patrimonio de las mayorías silenciosas, un persistente estado de ánimo que recorre a todas las clases sociales.

El otro rasgo que se ha detectado es que los votantes cambian de opinión. Personas que dijeron que lo votaban a Macri, por ejemplo, ahora lo votan a Massa; o a la inversa, abandonaron el masismo y se pasaron con armas y bagajes a las filas del macrismo. Estas vacilaciones, estos cambios imprevistos dan cuenta de un clima político de baja intensidad, con candidatos que podrían ser muy respetables, pero tienen serias dificultades de llegar al corazón y a la cabeza de la gente.

Seguramente la indecisión se ira transformado en certeza en las próximas semanas. ¿Hacia dónde se inclinarán estos indecisos? Todavía no lo sabemos y no lo sabemos porque, entre otras cosas, los que en realidad se deben decidir son los candidatos, decidirse a convencernos en serio de que uno de ellos puede ser el presidente que nos merecemos los argentinos.


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