Una noche de sorpresas

Tal vez sea un lugar común comparar la alegría de quienes votaron por Macri con las exaltaciones de felicidad manifestada por quienes consagraron a Raúl Alfonsín presidente. Otros tiempos, otros actores, otros dilemas, pero los instantes de felicidad se parecen más allá de los rigores de la historia y el devenir del tiempo. La felicidad estimulada por la sorpresa. Parodiando a Churchill, podría decir que nunca tantos se sorprendieron tanto. Los kirchneristas, porque creían que ganaban en primera vuelta u obtenían una diferencia de por lo menos ocho o nueve puntos. El PRO, porque se conformaba con arañar la segunda vuelta. Unos y otros, por razones diferentes, pensaban lo mismo pero, como dice el criollo, la taba se dio vuelta.

Cuando Scioli salió a hablar, seguramente ya había recibido las malas noticias. Más que anunciar la victoria lo que hizo fue admitir tácitamente la derrota y borronear el discurso de campaña para el próximo mes. El hombre tiene sus méritos, pero no el de improvisar en momentos difíciles, virtud que vale para los políticos de raza. El señor de La Ñata habló enojado. Un menemista de la primera hora debería saber que la regla de oro de la Comadreja de Anillaco siempre fue: el que se enoja pierde. El más elemental sentido común le debería advertir que el camino más corto para asegurar la derrota es kirchnerizarse.

Pues bien, los dos errores los cometió en una sola sentada. Agregaría un tercero: lo atacó a Macri. Cuarenta y cinco años de experiencia observando campañas electorales me enseñan que el candidato que ataca personalmente al otro, es porque está perdiendo. Si Scioli lo sabía o no, importa poco, porque equivocarse se equivocó lo mismo. Palabras más, palabras menos, lo cierto es que el olor a derrota después de las diez de la noche flotaba en el aire y le llenaba de lagrimas los ojos a muchos para quien la derrota les significa perder negocios, sueldos y varios beneficios más.

En el búnker de Macri, arrancaron con alegría moderada que luego fue creciendo al calor de las buenas noticias. Se ganaba en las principales ciudades de la provincia de Buenos Aires. También en localidades como Quilmes -el corralón del Morsa-, y Morón, el feudo de Sabatella. Todo muy lindo, pero eran más de las once de la noche y no había noticias oficiales. Cuando esto ocurre y conociendo el paño, es porque están haciendo trampa o se están preparando para hacerla. Finalmente, no pudieron ocultar lo obvio. María Eugenia Vidal derrotó a Aníbal Fernández; Heidi noqueaba al Morsa. Las palabras de Macri a diferencia de las de Scioli fueron las de un futuro presidente. Sobrio, sereno, moderado incluso a la hora de ensayar sus insufribles pases de baile. A diferencia de Scioli no atacó a nadie ni tampoco hizo promesas en el aire. Si alguna novedad merece destacarse es que por primera vez habló de que no va a haber impunidad. Los ladrones y las ladronas deberán rendir cuentas a la justicia.

La noticia de provincia de Buenos Aires fue una tragedia para el poder kirchnerista. La derrota era admitida hasta por C5N y la Televisión Pública. No era necesario que la admitieran, bastaba y alcanzaba con verles las caras. Después de casi treinta años, el peronismo perdía provincia de Buenos Aires y, además, era derrotado en muchas de las tolderías de los caciques del conurbano. Lo escribí en mi cuenta de Twitter esa misma noche: que María Eugenia Vidal haya derrotado al Morsa en provincia de Buenos Aires demuestra que, a veces, muy de vez en cuando, la política le cede su lugar a la poesía.

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