En Perú no está dicha la última palabra

Creer en la palabra de Fujimori es como creer en el honor de Menem, en la decencia de Cantarero o en las convicciones democráticas de Aldo Rico. Sorprendido su principal colaborador en una gestión habitual de coima, al señor Fujimori no le quedó otra alternativa que anunciar la convocatoria a elecciones anticipadas sin su participación como candidato.

Escurridizo, intrigante, pérfido, inescrupuloso y dependiente del poder, el déspota peruano se cuidó muy bien de aclarar quién va a convocar las elecciones, cuáles serán los plazos y cómo actuarán los organismos de control.

Es así como a menos de una semana de los anuncios presidenciales los opositores vienen a enterarse que, de acuerdo con la legalidad dominante, las elecciones recién podrían convocarse para marzo del año que viene. De modo que con suerte y viento a favor el nuevo presidente asumiría en julio. O sea que, tal como se presentan los tiempos, Fujimori continuaría casi un año más al frente de la presidencia acompañado por su Legislatura sobornada, una Justicia manipulada y sus fuerzas armadas corruptas.

Nada será fácil

Si algún opositor supuso que a partir de los anuncios del dictador todo iba a ir viento en popa, la lógica del poder le está diciendo lo contrario. Tal como se presentan los acontecimientos no hace falta ser un agudo observador de la realidad para entender que Fujimori va a abandonar el gobierno si no le dejan otra alternativa; pero en donde le dejen un margen, se aferrará a él y hará lo imposible para continuar en el poder.

Por lo pronto propone casi un año de plazo, demasiado tiempo para un personaje tan desprestigiado como astuto y ambicioso, que nunca ha vacilado en hacer lo que fuera necesario para disponer del poder a su antojo. Creer que un político de la calidad moral del «Chino» va a trabajar para su propia desaparición política es ingenuidad o ignorancia.

Plantear estas prevenciones no significa desconocer que el régimen iniciado en 1990 está pasando por su momento más difícil y que, efectivamente, existen muchas posibilidades de que los peruanos pongan fin a la dictadura. De allí a suponer que todo se va a desarrollar sin incidentes y que los que gobernaron enriqueciéndose como jeques y sin reparar en medios morales van a entregar el poder y ceder sus privilegios sin ofrecer resistencia, es sencillamente equivocado.

Es probable que la ruptura de la rosca político-militar contribuya a la caída del régimen. El hecho de que se haya conocido un video en el que Vladimiro Montesinos soborna a un diputado demuestra que la interna militar no responde verticalmente al titular del SIN, ya que la publicidad del video sólo pudo darse a conocer a partir de una infidencia.

Los rumores acerca de las relaciones de Montesinos con las fuerzas armadas son contradictorios, y así como algunos aseguran que los militares le retiraron el apoyo en acuerdo con la inteligencia norteamericana, otros afirman que el respaldo de los altos mandos sigue siendo total.

La trama militar

Lo que se sabe es que los actuales jefes militares ocupan el lugar que tienen gracias a las gestiones de Montesinos. También se sabe que todos fueron cómplices en los negociados de ventas de armas, narcotráfico y apropiación de las riquezas de empresarios opositores. Las disidencias militares estarían planteadas en los niveles intermedios, en aquellos sectores que por una razón u otra no participaron del festín y que no están dispuestos en transformar al ejército del Perú en una banda de delincuentes.

Decíamos que el poder de Fujimori se sostuvo durante estos diez años gracias a su alianza con los militares elaborada hasta en los detalles por el infatigable talento de Montesinos. La lucha contra Sendero Luminoso y el MRTA y la guerra con el Ecuador, fueron los factores que contribuyeron a soldar esta alianza.

Para 1995 los logros políticos exhibidos por Fujimori incluían la derrota de la guerrilla, el control de la inflación y un nivel de crecimiento económico que en ese año llegó a los trece puntos. Las privatizaciones le ganaron la buena voluntad de los ricos y una efectiva política asistencialista le permitió obtener un amplio consenso entre los sectores más humildes.

El precio que pagaron los peruanos por estos beneficios debidamente publicitados fue el de hipotecar sus libertades públicas y soportar en el poder a una rosca mafiosa cada vez más omnipotente y arbitraria. A la persecución y encarcelamiento de disidentes se sumaron los chantajes económicos a empresarios hasta llegar a la expulsión escandalosa del empresario judío y director de la multimedia Frecuencia Latina, Baruch Ivcher (una suerte de Jacobo Timerman peruano), que en un primer momento participó de las fiestas del régimen pero luego pasó a la oposición, razón por la cual perdió sus empresas y su nacionalidad peruana, al punto que en la actualidad vive en Israel.

El principio del fin

La pérdida de credibilidad política, el empeoramiento de las condiciones sociales de un país en el que una de cada dos personas vive en la pobreza, las denuncias probadas de ventas de armas a la guerrilla colombiana, los negociados con narcotraficantes que tributaban un canon al SIN, las compras de empresas estatales por un cartel mexicano, fueron preparando el fin del régimen.

Las denuncias valientes de diarios que resistieron las presiones del régimen contribuyeron de manera decisiva a ese deterioro. En ese sentido la labor de periódicos como El Comercio, La República y Liberación merecen reivindicarse como verdaderas proezas de la prensa libre sostenidas por el coraje de periodistas cuyas investigaciones echaron luz sobre la naturaleza corrupta del régimen.

El crecimiento político de Alejandro Toledo volvió a poner en evidencia el carácter fraudulento del sistema. Todo el proceso electoral estuvo viciado por trampas, firmas falsificadas, legisladores comprados, periodistas sobornados, empresarios de medios de comunicación extorsionados y campañas de difamación contra los dirigentes opositores.

A pesar de la movilización popular y la presión internacional, Fujimori se las ingenió para asumir su tercer mandato, aunque Toledo advirtió que en las actuales condiciones el dictador no duraría un año. Los datos parecen darle la razón, aunque Toledo, Olivera y todo el arco opositor harían muy bien en recordar en estos días algunas lecciones de Maquiavelo, sobre todo aquellas que refieren a la necesidad de no dejar al enemigo golpeado, porque en política ni la compasión ni los agradecimientos existen y, por lo tanto, no bien se recupere procurará por todos los medios exterminar a quienes en su momento se atrevieron a herirlo.



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