Bajo el signo de la moderación

Un repaso atento sobre los recientes escenarios electorales permite apreciar que en todas las circunstancias los ciudadanos parecen preferir candidatos cuyo signo dominante sea la moderación. Es el caso reciente de Mendoza y Santa Fe, donde más allá de las diferencias políticas y de las incertidumbres acerca de los resultados definitivos, las virtudes que los votantes reconocen están en las antípodas de los modelos hegemónicos o regeneracionistas que marcaron con su impronta de innecesaria conflictividad e intolerancia los últimos años.

Curiosamente, el retorno a la moderación alcanza, incluso, a las fórmulas electorales del kirchnerismo, como lo demuestran candidatos como Omar Perotti en Santa Fe o el propio Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires. Desde esa perspectiva, que el oficialismo haya sido derrotado en los comicios de este fin de semana no hace más que confirmar una tendencia que se impone como dominante y que, incluso, impone sus condiciones en el interior de un kirchnerismo que, más allá de su retórica, marcha hacia su inevitable ocaso.

El otro rasgo digno de destacar es la afirmación por parte de todos los candidatos de los valores del federalismo, respuesta deliberada a una administración nacional que hizo del unitarismo político y fiscal una marca registrada. Al respecto, no deja de ser sintomático que las primeras palabras de un candidato alineado con el oficialismo como Urtubey hayan sido para afirmar su identidad e independencia política.

Corresponde a la política registrar en la espesa y confusa polvareda de los acontecimientos las líneas históricas que iluminan y otorgan consistencia a una época. Si una conclusión podemos permitirnos a la hora de evaluar el actual proceso electoral, es que el país federal y pluralista despliega con trazos firmes las luces y sombras de una geografía política signada por la diversidad.

Los recientes resultados electorales en Mendoza y Santa Fe; las perspectivas abiertas en ciudad de Buenos Aires y Córdoba demuestran que la Argentina que trabaja, estudia y produce está votando. Es como si en esa suerte de tapiz que constituye la geografía política de LA NACIÓN adquiriera presencia la figura en cuyos rasgos empezamos a reconocernos.

La unidad del arco opositor parece ser la otra enseñanza que brindan los hechos, enseñanzas cuyos contenidos parecen instalarse más allá de las especulaciones, ambiciones y miserias de la dirigencia política. Hoy el acuerdo y los entendimientos son objetivos exigidos por la sociedad, que en los últimos años se empecinó en resistir los avasallamientos de un poder sin reparos para definirse a sí mismo como hegemónico.

Las grandes movilizaciones de masas, cuya última expresión se manifestó en el pasado 18 de febrero, fueron la manifestación multitudinaria de una Argentina decidida a resistir la voluntad de un poder político decidido a ir por todo y en el camino sacrificar a la república. Esas movilizaciones fueron por definición federales y pluralistas. Y son esas multitudes las que hoy se hacen presentes con el voto para exigir que aquello que se ganó en la calle se institucionalice en el poder, un imperativo que deberán tener en cuenta los principales dirigentes de la oposición, si es que efectivamente aspiran a ser leales al mandato popular.

En Santa Fe, sin ir más lejos, la provincia podrá ser gobernada por Lifschitz o Torres del Sel. No son lo mismo, sus diferencias se extienden en un amplio abanico que va desde la materialidad de la política hasta los espejismos y resplandores de la estética, pero cualquiera que sea la resolución del electorado, lo que persistirá será la provincia federal y pluralista, con sus contrastes regionales y sus formidables recursos humanos.

Pertenece al campo de las legítimas batallas políticas decidir si Pro en Santa Fe constituirá una mayoría política con las fracciones del peronismo y ese electorado independiente que en su momento muy bien supo representar Reutemann. O si, por el contrario, el Frente Progresista logrará mantener esa cohesión interna que le permitió gobernar los últimos ocho años en gestiones inevitablemente imperfectas, pero que supieron sostener en medio de las tempestades de lo real dos o tres valores decisivos que hoy la sociedad reconoce: la vocación republicana y la moderación civil como práctica política y la decencia pública como ética cotidiana.

Inútil pronosticar el futuro, pretender ver más allá de la espesa niebla del tiempo. En todo caso, presentimos que, como el presente, el futuro cargará con sus propias contradicciones. De todos modos, la legítima aspiración a una sociedad más abierta y a un orden político moderno ya es más una imposición del presente que una ilusión del futuro. La moderación y el pluralismo son un deseo, pero por sobre todas las cosas son datos objetivos que le otorgan sentido a una nueva época y que, en más de un caso, se imponen más allá de las maniobras y los deseos de quienes añoran los privilegios de un tiempo que el viento se llevó.

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