El infierno de Colombia

Colombia hoy es lo más parecido a un infierno. Con cuarenta millones de habitantes exhibe una desocupación que llega al veinte por ciento y un exilio que supera las 800.000 personas. Ojalá esos fueran todos sus males. Después de cuarenta años de guerras y guerrillas el número de muertos supera los 30.000, los desaparecidos llegan a siete mil y se estima que, como consecuencia de los crecientes enfrentamientos, alrededor de dos millones de personas han debido desplazarse de un punto a otro de la geografía nacional.

Tampoco concluye con estos datos la tragedia. Militares, paramilitares, fuerzas guerrilleras y narcotraficantes son los protagonistas de un prolongado, sanguinario y cada vez más confuso conflicto militar en donde los únicos sacrificados son los pobres.

El plan norteamericano

Para colmo de males, como consecuencia del Plan Colombia se inició la intervención militar norteamericana. El Congreso de los Estados Unidos aprobó una partida de 1.300 millones de dólares para luchar contra el narcoterrorismo. El objetivo es pacificar el país y exterminar las plantaciones de coca y amapolas. Conviene recordar que el ochenta por ciento de la cocaína que se consume en el mundo es producida y refinada en Colombia. El objetivo de la intervención norteamericana en principio es bombardear los campos de coca con un herbicida biológico. Para ello ya están operando en el llamado «triángulo de la coca» (Puerto Asís, La hormiga y Orito, en Putumayo, considerada la mayor provincia coquera del mundo) sesenta helicópteros norteamericanos.

La operación ha sido denunciada por los líderes guerrilleros de las FARC y el ELN como una nueva intervención yanqui en América latina. Los más exagerados aseguran que los Estados Unidos están por enterrarse en un nuevo Vietnam, pero más allá de pronósticos catastróficos lo cierto es que en estos casos se sabe cuándo empieza una intervención pero no cuando termina.

Dos Estados

Como para complicar un poco más el panorama conviene recordar que las provincias de Putumayo y Caqueta son controladas por las FARC gracias a un acuerdo firmado por la guerrilla y el gobierno de Andrés Pastrana. En realidad, el presidente de Colombia no reconoció nada sino que se limitó a aceptar lo que de hecho ya era territorio de los hombres de Tiro Fijo. Como consecuencia de esta decisión la guerrilla controla alrededor de 42.000 kilómetros cuadrados, un territorio más grande que Holanda y Suiza y representa el doble de la extensión de Israel.

La capital de esta suerte de república guerrillera es San Vicente de Cayman, una ciudad de veinte mil habitantes ubicada a una hora de vuelo de Bogotá. Allí se levanta la residencia de Manuel Marulanda Vélez, el célebre Tiro Fijo, un jefe guerrillero de más de setenta años con una antigüedad en estas lides de casi medio siglo.

Las FARC son el poder político en este territorio, cobran impuestos y contribuciones, ejercen el monopolio de la violencia y tienen importantes reconocimientos internacionales. Desde el punto de vista político son un Estado dentro del Estado o, como dirían los guerrilleros sesentistas, un territorio liberado.

La guerrilla dispone en la actualidad de unos 25.000 hombres armados; maneja recursos económicos multimillonarios, son provistos de armas desde el extranjero y hasta se dan el lujo de cobrarle impuestos forzosos a los narcotraficantes. Esta guerrilla se inició en mayo de 1964 en la zona de Marquelatila, departamento de Tolima. En esa época al presidente Guillermo León Valencia no se le ocurrió nada mejor que ordenar, con la aprobación del Parlamento, una expedición punitiva de 16.000 militares para reprimir a las organizaciones campesinas de la región. Como consecuencia del operativo, un movimiento gremial se transformó en organización guerrillera.

En realidad, la lucha armada en Colombia se confunde con su propia historia, aunque puede decirse que se inició con el asesinato del líder liberal Jorge Elicer Gaitán, en abril de 1948. La muerte de ese dirigente progresista dio origen al «Bogotazo» (en esos días se encontraba en la ciudad capital un joven estudiante cubano que se llamaba Fidel Castro) y, a partir de allí, la constitución de diferentes grupos armados que con el paso de los años fueron radicalizándose militar e ideológicamente.

Otros grupos guerrilleros

La otra guerrilla importante de izquierda que opera en Colombia es el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Su ámbito de influencia es el norte y se calcula que dispone de una tropa de cinco mil hombres armados. Cada uno de estos movimientos armados -habría que nombrar también al M 19- en su momento intentó pactar con el gobierno una salida política. Pero invariablemente las treguas fracasaron porque los paramilitares se encargaron de asesinar a los candidatos o dirigentes guerrilleros que optaron por legalizarse.

Autodefensa Unidad de Colombia (AUC) es el nombre de la más importante organización paramilitar. Se calcula que dispone de cinco mil hombres armados y, al igual que la guerrilla de izquierda, intenta construir territorios liberados e imponer su propia ley. Los principales jefes de estas organizaciones son los hermanos Fidel y Carlos Castaño respaldados por Harold Bedoya, un conocido general del ejército.

Los paramilitares mantienen fuertes conexiones con las fuerzas armadas al punto que sus principales cuadros son militares retirados o en actividad. Los acuerdos con el Estado coexisten con tensiones sobre la manera más eficaz de terminar con la guerrilla de izquierda.

Como puede apreciarse, la situación de Colombia es lo más parecido a un infierno con sus círculos incluidos. Daría la impresión de que en su territorio se han concentrado todos los flagelos del siglo: narcotráfico, guerrilla, paramilitares y corrupción.

Un político de prestigio

El presidente Andrés Pastrana, un político de 46 años, honesto y prestigiado socialmente, se propuso devolverle la paz a Colombia. Conservador e hijo de un presidente conservador, Pastrana trabajó en su juventud como periodista, fue secuestrado por la guerrilla y antes de ejercer la presidencia realizó una excelente gestión municipal en Bogotá.

Su mayor capital político es su prestigio y el reconocimiento internacional de los principales mandatarios del mundo. Convencido de que la paz en Colombia debe ser el resultado de una paciente negociación, suele ser criticado por los ultras de derecha e izquierda por sus tendencias pacifistas. Para esta «paloma» de la política, la tentación de transformarse en «halcón» está a la vuelta del camino. Por el momento la ha rechazado, entre otras cosas porque sospecha que las relaciones de fuerza son tan parejas que tampoco hay lugar para los «halcones».

La tragedia de Colombia no se manifiesta solamente en este presente de violencia y corrupción, sino en la incapacidad de los actores en pugna por encontrar una salida razonable. Las diferencias entre los participantes son irreductibles y ninguno está en condiciones de triunfar. La intervención norteamericana parece ser inevitable, pero nadie puede asegurar que su diplomacia pueda afianzar la paz. Por el contrario, se teme que a los problemas existentes se le sume ahora la «vietnamización» de la región y la posibilidad nunca descartada de que el conflicto se extienda más allá de las fronteras.

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