Parece un sueño de «Las mil y una noches» escrito por Frankenstein. Según las disposiciones de la dictadura talibán, las mujeres de Afganistán no pueden salir solas a la calle, no pueden ejercer funciones públicas, no pueden estudiar y, por supuesto, no están autorizadas a mirar a otro hombre que no sea su marido.
La violación de estas normas se paga con latigazos o ejecuciones. Como consecuencia de ellos, las mujeres se desplazan por las calles como verdaderos fantasmas. Obligadas a usar el burka, un vestido que las cubre desde la cabeza a los pies, la simple exhibición de un tobillo o una mano significan castigos físicos que, en algunos casos, han llegado hasta la muerte.
En el último mes, seis mujeres fueron azotadas públicamente en un estadio deportivo mientras la multitud oraba. Una jovencita llegó a un hospital herida de gravedad y murió al otro día porque se les prohibió a los médicos varones atenderla. En la frontera con Pakistán, otra mujer fue lapidada al ir acompañada por un hombre que no era su marido.
Las disposiciones legales son de tal dureza que han transformado a los ayatollah de Irán en liberales volterianos. Prohibida la televisión, considerada caja del demonio, el cine, la música y los libros, la única actividad que en Afganistán no genera riesgos es la de rezar.
Todos los habitantes del país están obligados a decir sus oraciones cinco veces por día y los hombres deben dejarse crecer la barba. Los códigos civil, penal y procesal fueron anulados y los tribunales religiosos han desplazado a los civiles. La ley del Corán es la única normativa que rige y el Departamento para la Propagación de la Virtud y Prohibición del Vicio es la institución que decide sobre vidas y haciendas.
Lo que está haciendo la dictadura talibán con las mujeres no es diferente a lo que hicieron los nazis con los judíos. Lo peor del caso es que en Afganistán las mujeres tenían uno de los niveles de participación más altos de la región. Hasta la llegada de los fundamentalistas las mujeres representaban el sesenta por ciento de la población universitaria, el setenta por ciento de los maestros y el cincuenta por ciento de los empleados públicos.
En la actualidad estos porcentajes se han reducido a la mitad, pero lo más grave es el nivel de violencia que deben soportar quienes hasta hace unos años estaban habituadas a vivir con las libertades mínimas que cualquier sociedad civilizada le reconoce a un ser humano.
Los organismos de derechos humanos europeos advierten sobre el crecimiento de los suicidios. Un informe reciente habla de mujeres internadas en los hospitales que se niegan a alimentarse porque prefieren la muerte a seguir viviendo en esas condiciones. Las más decididas optan por el exilio, pero si las sorprenden queriendo atravesar las fronteras sin permiso son ejecutadas de inmediato.
En Kabul, una ciudad que suma cerca de un millón y medio de habitantes, viven 45.000 viudas en estado de indigencia, ya que la nueva ley les impide trabajar. La alternativa para muchas de estas mujeres es la prostitución, un oficio que curiosamente no es tan perseguido como lo debería ser en un país en donde una mujer fue asesinada a golpes por los llamados guardianes de la revolución porque osó mostrar el brazo en la vía pública.
¿Quiénes son los talibanes? ¿De dónde salieron estos monstruos que aplican a la vida civil la ley del Corán con un nivel de fanatismo desconocido hasta en los países árabes? ¿Quiénes los apoyaron y lo apoyan? Talibán quiere decir «estudiante religioso». En su gran mayoría pertenecen a los pashtunes, una etnia con la que se identifica más del cincuenta por ciento de la población. Sunnitas, estudiaron en las escuelas religiosas conocidas como madrashas y comenzaron a adquirir protagonismo durante la guerra de resistencia contra la ocupación rusa.
A partir de 1994 se empieza a hablar de ellos a nivel nacional. Mientras las diferentes fracciones tradicionales se enfrentaban en una guerra civil sin salida, los talibanes empezaron a ser reconocidos en las ciudades del sur, particularmente en Kandahar y Ghazni.
Su retaguardia durante años fueron los campos de refugiados de Pakistán. Los genios de la CIA los consideraron en su momento una alternativa viable para enfrentar al comunismo, erradicar la corrupción e imponer orden. Su líder absoluto es Mohammad Omar, conocido como el Tuerto Omar.
En setiembre de 1996 los talibanes ocuparon la capital y en la actualidad controlan casi el ochenta por ciento del territorio, y si bien en las montañas del norte las guerrillas de las etnias uzbeka y hazara siguen activas, carecen de posibilidades militares de avanzar hacia el centro del país.
Por otra parte, estas guerrillas son lideradas por Buhameddin Rabbani y Ahmad Shah Massudmmani, dos caudillos responsables del estado de desintegración nacional en que se encontraba Afganistán antes de 1996. Justamente, la fortaleza del régimen talibán reside en su capacidad de imponer orden a un país desgarrado por una guerra civil de más de veinte años.
Recordemos que Afganistán es uno de los países más pobres del mundo con un ingreso anual per cápita de 220 dólares anuales. El país cuenta con unos veinte millones de habitantes de los cuales cinco millones están refugiados en Irán. El porcentaje de analfabetos supera el setenta y cinco por ciento de la población, pero para los talibanes es mucho más importante rezar a La Meca que educarse en las pocas y despobladas universidades que quedan en Kabul y Jalallibad.
Luego de una seguidilla de golpes y contragolpes de estado promovidos por etnias rivales ingresan en 1979 los soviéticos. Se calcula que los rusos enviaron más de un millón de soldados para asegurar un orden que nunca fue tal ya que siempre fue resistido por las tribus.
En realidad, Afganistán fue para la URSS lo que Vietnam para Estados Unidos, aunque habría que señalar, para desgracia de los rusos, que mientras en Estados Unidos la retirada de Vietnam lo desprestigió pero no le produjo excesivos costos internos, la derrota de Afganistán contribuyó al derrumbe de régimen comunista.
Lo cierto que desde setiembre de 1996 los talibanes ocuparon Kabul y llegaron al poder e impusieron a sangre y fuego la ley de la sharia. Al día siguiente de ocupar la ciudad capital, y para demostrar cómo estaban dispuestos a asegurar el orden, procedieron a colgar en un poste al ex presidente Muhammad Majibullah.
Sin embargo, la rigurosidad moral de estos piadosos musulmanes no se manifiesta con el mismo rigor a la hora de hacer negocios con el tráfico de drogas. Afganistán y Birmania son los principales países exportadores de opio en el mundo y la única decisión tomada por los talibanes fue la de ejecutar a algunos narcotraficantes con el objetivo de apropiarse ellos de un negocio que representa una suma de setenta y cinco mil millones de dólares.
El otro gran negocio de Afganistán es el petróleo y para ello cuentan con el apoyo comercial y político de la monarquía saudí y de los jeques multimillonarios del Golfo Pérsico. Por supuesto que más de un empresario hace muy buenos negocios con el gobierno, una actividad de la que se benefician los norteamericanos, pero en donde hay lugar para todos, al punto tal que -por ejemplo- la empresa argentina Bridas se encuentra trabajando en la región desde hace unos cuantos meses.
Curiosamente, en la dictadura más teocrática del mundo las únicas actividades que han crecido son la prostitución y el tráfico de drogas. Como puede apreciarse la religión transformada en ley de estado es algo más que un oficio espiritual.
Condenados por las Naciones Unidas, criticados por los principales países árabes y con dos guerrillas activando en el sur, la dictadura talibán sin embargo parece gozar de buena salud, entre otras cosas, porque para algunas potencias democráticas esta salida política es la única posible en la zona y -porque además- los talibanes serán fanáticos, terroristas y genocidas, pero con ellos se pueden hacer muy buenos negocios y, en este punto, como lo demuestra el caso de China, Occidente suele practicar una flexibilidad asombrosa.
Pareciera que a la hora de decidir sobre lo que importa en Occidente sigue pesando la idea de que los valores son buenos, pero los intereses son más importantes. Mientras tanto las mujeres de Kabul sufren azotes, son lapidadas y están condenadas de por vida a la muerte civil.