El día del padre

No soy amigo de los aniversarios, pero cuando alrededor todos hablan de esa fecha, a uno no le queda otra alternativa que ponerse a pensar en el tema. Para los chicos el Día del Padre es el pretexto para un regalo, un almuerzo especial y la demostración de un afecto que, por razones obvias, se sobreactúa un poco.

Para los mayores, por lo general, es una ocasión para recordar al padre muerto, abrir y saldar cuentas pendientes y reprocharse por las faltas de siempre. Están -claro está- los mayores que tienen al padre vivo. Allí se cumple lo que con su habitual sentido práctico decía Robert Nozick: «Si el ciclo se cumplió como corresponde, ahora el hijo se ha transformado en el padre y cuida y protege y consiente a esa persona mayor que aunque se mantenga lúcida y activa cada vez necesita más de la protección de su hijo».

Pero más interesante que la relación de los padres con los hijos, es la relación de los padres con las hijas. Un amigo mío, algo machista, algo tanguero y algo cínico, me decía que el Día del Padre debe de haber sido un invento de las mujeres. «Los hombres necesitamos de la madre para vivir, pero ellas sin el padre no son nada».

Años después se enteró de que fue una mujer norteamericana la que instituyó el Día del Padre. El dato lo obtuvo por casualidad y me la comentó como si fuera una noticia vieja. Mi amigo es exagerado y tiene un raro sentido del humor. No hay que tomarlo totalmente en serio porque puede exasperar al más pintado, pero tampoco hay que subestimar lo que dice.

Está claro que en estos temas no se puede generalizar, pero tampoco se pueden desconocer ciertas tendencias. Conozco hombres que cuando hablan de su padre se les llenan los ojos de lágrimas, pero en ninguno he visto esa luz especial en los ojos, esa pasión serena y definitiva, esa ternura irrevocable que expresa una mujer cuando habla de su padre.

Mi amiga G. es casada, quiere a su marido, tienen dos hijos hermosos y, con la prudencia del caso, se podría decir que constituyen una familia feliz. Sin embargo, estoy convencido de que el hombre más importante para G. no es su marido, sino su padre. El marido sabe o sospecha esa verdad, pero la acepta resignado porque el hombre sabe no sólo que no hay manera de luchar contra los muertos, sino que es imposible presentar batalla ante una hija enamorada -en el sentido más puro de la palabra- de su padre.

Cuando G. me cuenta la historia de su padre y la historia de su relación con su padre yo no puedo menos que sentirme admirado por el sentimiento que ha sido capaz de despertar ese hombre en su hija. «Era la dulzura personificada; hay una foto en donde yo tengo cinco o seis años y estoy con la cabeza recostada en su brazo… estamos en la Costanera, al fondo se ve la laguna Setúbal y un cielo azul enorme.,.. pero me acuerdo con nitidez de un detalle… de su brazo y de cómo me gustaba colgarme de él y sentirme la niña más protegida y feliz del mundo».

G. me dice que su padre había sido comunista y que vuelta a vuelta lo metían preso. «Yo iba con mi madre a llevarle cigarrillos, frazadas y algo de comida a la cárcel, y cuando lo dejaban estar con nosotras, él se ponía a conversar con mi mamá pero yo me sentaba en su falda y, mientras hablaba, él me acomodaba el cabello, jugaba con mis orejas, con mi nariz, con mi boca… A la hora de despedirnos me alzaba en sus brazos como nunca jamás me alzó hombre alguno, y me daba un beso en la frente que yo conservaba como un tesoro hasta la próxima visita».

Cuando G. se pone a hablar de su padre no hay manera de pararla. «Hacía teatro, escribía poemas, vendía libros, creía en la causa por la que luchaba y no se callaba nunca… fue el hombre más recto que conocí en mi vida… y fue el más tierno… yo era su hija del alma, la nena que él despertaba y vestía todas las mañanas para ir a la escuela; recuerdo que mi mamá se molestaba porque me consentía demasiado, pero él se reía y seguía atendiéndome como si fuera su reina».

G. nunca cuenta cómo murió su padre, pero a pesar de que no es muy creyente todos los aniversarios se hace presente en el cementerio con un ramo de rosas rojas «como le gustaban a él, las mismas rosas a que veces me ponía en el pelo cuando me llevaba a esas reuniones políticas en donde hombres mayores hablaban de cosas que yo no entendía, pero yo soportaba todo porque a mi me alcanzaba y me sobraba con estar a su lado».

«Ya te lo dije», me repite mi amigo cuando le comento las historias de G. «el Día del Padre es un aniversario femenino». Me río y cambiamos de tema. Sé que no tiene razón, pero que tampoco está muy equivocado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *