La buena gente

No tienen por qué ser famosos, ricos o exitosos. No ocupan espacios de poder y por lo general esos menudeos no les interesan. Son modestos, grises, anónimos, suelen no llamar la atención, a muchos les gusta pasar inadvertidos, no por pose, sino por convicción, o porque entienden que nada justifica la exageración, la fanfarronería o la desmesura.

Por prudencia no les interesa agradar, tampoco se proponen ser entretenidos, simpáticos o interesantes, no se imponen con su presencia pero, como le gustaba decir a Camus «los necesitamos, y mucho, porque sin ellos estaríamos solos y perdidos».

Borges dice que esos hombres son «los justos». Se definen por pequeños gestos, por actos aparentemente intrascendentes. Borges habla de dos hombres que juegan una partida de ajedrez en un bar, de los que son capaces de olvidar una ofensa, de los que prefieren que el otro tenga razón, de quien cultiva su jardín como quería Voltaire, del amor de una pareja, de la amistad de dos hombres… esos hombres que no se conocen, concluye Borges, están salvando al mundo. Un teólogo hebreo piensa algo parecido.

Mi tío siempre cuenta de un viaje que hizo en tren desde Tucumán a Rosario. Mi tío tiene más de setenta años, es soltero, inteligente y está convencido de que se las puede arreglar siempre solo. Ahora viajaba a Rosario porque un matrimonio amigo lo había invitado a pasar unos días en su casa.

En algún momento del viaje se sintió algo mareado. Nada tremendo, pensó, pero la indisposición lo hizo sentirse débil e inseguro. En el asiento de al lado viajaba un chico que había subido con otros amigos en una estación cualquiera. Ingresaron al vagón riéndose y hablando en voz alta. Mi tío los miró con fastidio y al chico que viajaba a su lado le puso su cara más desagradable. El chico en cuestión era un muchacho de no más de veinte años que intentaba dormirse y a cada rato cambiaba de posición tratando de conciliar el sueño.

Mi tío es un hombre orgulloso y poco sociable, pero debe de haberse sentido mal en serio para que le comentara a un joven desconocido lo que le estaba pasando. Ya estaban llegando a Rosario y entonces el chico se ofreció a acompañarlo hasta su casa. Mi tío se hizo rogar un rato, en algún momento desconfió (los pibes de ahora son terribles), pero finalmente aceptó la atención.

El chico habló con sus amigos; a mi tío le parece que se dieron un apretón de manos y después recuerda que tomaron un taxi, bajaron en una esquina, caminaron media cuadra y entraron en un sanatorio. El chico le informó que uno de los médicos era un amigo de su familia. Lo cierto es que el médico lo revisó, verificó que no era nada importante, le dio unas pastillas y le dijo que lo esperaba al otro día.

Mi tío y el muchacho salieron a la calle, tomaron otro taxi que los dejó en la puerta de la casa de sus amigos. Mi tío estaba, lo que se dice, azorado.

No sabía cómo agradecer el gesto, le pareció que darle una propina era ofensivo así que optó por invitarlo a cenar. El muchacho rechazó la oferta diciendo que ya se le había hecho tarde. Después se retiró, apenas un apretón de manos y la sonrisa algo inocente, algo divertida.

Mi tío empezó a pensar que debía modificar su posición crítica sobre los jóvenes. Antes de dormirse, advirtió que de ese chico no conocía ni su nombre ni su dirección. «Mañana se lo pregunto al médico» pensó, y se quedó dormido.

Pero no termina allí la historia. Al otro día mi tío va a la clínica y comenta con el médico la atención del muchacho. Pregunta por su familia y quiere conocer la dirección para ir a agradecerle. El médico lo mira, sonríe y después le dice que el chico no vive en Rosario, que viajaba a Buenos Aires y que hacía una hora había tomado otra vez el tren. Mi tío demoró un rato en entender, pero cuando lo hizo no podía creer lo que le había pasado.

El chico no vivía en Rosario, viajaba a Buenos Aires y porque sí nomás, sin ningún interés, beneficio u obligación bajó en Rosario y perdió el tren para acompañar a un viejo que no conocía. Tal vez ahora ustedes entiendan por qué cada vez que mi tío cuenta esa historia, se emociona.

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