Macri presidente

La alternancia se cumplió. La democracia fue leal a sí misma. Mauricio Macri será el nuevo presidente de los argentinos. Lo hizo por una diferencia de votos inferior a la que esperaban sus simpatizantes, pero muy superior la que esperaban sus adversarios quienes hasta hace apenas treinta días gastaban a cuenta, repartían cargos y se probaban trajes y vestidos.

En la persona de Macri se centran las expectativas y las esperanzas de todos, de los que lo votaron y de los que no lo votaron, pero que por un camino u otro desean vivir en una Argentina más libre y más justa. Su responsabilidad es enorme, pero también lo es la responsabilidad de la sociedad y, muy en particular, de los dirigentes que lo acompañan y los ciudadanos que lo votaron.

Se sabe que ganar una elección es muy difícil, pero mucho más difícil es gobernar. Cambiemos aprobó la primera asignatura y se prepara para aprobar la segunda. Es lo que los argentinos deseamos y seguramente desea el gobierno. En este tema, el futuro tiene la palabra, pero no está de más recordar que si este gobierno logra cumplir con sus objetivos y culminar el mandato, la democracia argentina habrá alcanzado su definitiva mayoría de edad, probando que no sólo el peronismo es capaz de asegurar la gobernabilidad.

“Por favor, no me abandonen”, dijo el flamante presidente en su primer discurso y en medio del estruendo de los festejos y las manifestaciones de alegría. Fue un discurso ligero, algo pasatista, pero esa frase no lo fue. “Por favor, no me abandonen”. En un país intoxicado de personalismos y fantasías autocráticas este pedido es un signo y una señal. Un signo y una señal que nos compromete a todos, pero en primer lugar a él.

Macri sospecha o intuye sobre los riesgos de la soledad del poder. Supone que en la cima de la montaña el frío es intenso y el silencio puede llegar a ser absoluto. No es ajeno a la seducción del poder porque ningún político o ningún presidente puede serlo, pero hasta el momento no se observa ni en sus gestos ni en sus palabras esa alienación exaltada que distingue o distinguió a su predecesora.

Macri aprendió en la presidencia de Boca y en la gestión de la ciudad de Buenos Aires el arte de la conducción y el oficio de la gestión. No lo hizo mal y para más de uno lo hizo de manera excelente. Pero en todo momento se ha preocupado por destacar sus límites. Macri no se nos presenta como un caudillo infalible como le gusta a los populistas. Admite sus límites y sus debilidades. Habla de equipos, de aprendizajes y sobre todo destaca que para su gestión serán convocados los mejores, lo que supone decir que apuesta a la inteligencia y no a la obsecuencia, el rasgo distintivo de la cultura populista.

Lo cierto es que el cambio político se hizo realidad. Cambiemos hizo honor a su sigla. El kirchnerismo fue derrotado. Scioli fue derrotado, pero para no detenernos en las apariencias hay que decir que la gran derrotada fue Cristina Fernández de Kirchner. En efecto, la Señora se equivocó en todo. Se equivocó en ciudad de Buenos Aires con Recalde y Kicillof, se equivocó en provincia de Buenos Aires con el Morsa, se equivocó con Zannini y, posiblemente, se equivocó con Randazzo y Scioli. ¿Es necesario decir que también se equivocó con Guillermo Moreno y sus hábitos patibularios? ¿O con Ricardo Jaime y toda la claque que se enriqueció obscenamente con su consentimiento y tolerancia, para no mencionar las insufribles y patéticas cadenas nacionales? Demasiados errores políticos y de los otros como para, además, pretender ganar las elecciones.

Se puede perder una elección, pero no ser derrotado. El kirchnerismo perdió, pero por sobre todas las cosas fue derrotado. El rechazo a su vocación autoritaria, a sus conductas facciosas, a su hábito incorregible de hacer de la política una sórdida y ruinosa farsa, fue mucho más amplio que los votos a favor de Macri. El kirchnerismo fue derrotado, pero no se puede decir lo mismo del peronismo, que seguramente se prepara para ejercer la oposición y recuperar el poder con otros dirigentes y otras consignas.

Macri ganó, pero él mismo se preocupó por advertir que su victoria no significa revanchas ni ajustes de cuentas, mucho menos con los más débiles. Tampoco practicará la misma concepción del poder que los derrotados. El cambio será tal si se rompe con una lógica hegemónica del poder que el kirchnerismo llevó a su máxima y alucinada expresión, una lógica que subordinó a la vanidad del poder todas las otras variables de la economía, la política y la sociedad. No habrá ajustes de cuentas ni venganza, pero seguramente habrá justicia, en primer lugar una Justicia independiente con jueces y fiscales independientes. Al respecto, es necesario recordar que aplicar la ley y juzgar a los corruptos no es revancha ni ajuste de cuentas, es justicia.

El acuerdo será la constante, el hábito cotidiano de la política. Lo será por razones obvias, porque nadie dispone de una mayoría propia, pero también por razones de principios. Se gobierna construyendo consensos, dialogando, movilizando el pluralismo y no a la inversa. Pero se gobierna con iniciativas, con ideas, tomado decisiones, haciendo propuestas. El arte de la política consiste en combinar sabiamente las exigencias de los acuerdos con las virtudes del ejercicio del poder.

 

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