Los que se van y los que vienen

Mauricio Macri será el nuevo presidente de los argentinos. Si ganó por tres puntos o por más es un dato que posiblemente nunca se sepa, aunque el hecho mismo de que se abran dudas sobre este tema pone en evidencia las dudas y aprensiones que generó un poder político decidido a ganar a cualquier precio. En lo personal, me limito a decir que es la primera vez en casi cuarenta años de seguir elecciones que un candidato va ganando por más de diez puntos, su rival reconoce la derrota y en menos de dos horas se produce un sorpresivo y festivo aluvión de votos oficialistas. Según los rumores circulantes, ese aluvión estaba destinado a promover el triunfo de la causa K, objetivo que se detuvo por algunas intervenciones políticas discretas pero firmes, motivo por el cual se “acordó” un triunfo de la oposición, pero por una diferencia mínima, consuelo que les permitirá a los K decir a través de su vocero oficial, conocido popularmente como el Morsa, que de hecho fue un empate.

De todos modos, la victoria de Cambiemos era previsible. Después del 25 de octubre esa certeza estaba en la calle, posiblemente estaba de mucho tiempo antes, pero el 25 de octubre esa verdad adquirió estado público. Lo que se sospechaba, lo que se presentía, lo que se deseaba, se hizo realidad. El kirchnerismo fue derrotado o, Cambiemos, ganó. Más de la mitad de los argentinos decidieron dar vuelta una página de la historia. El futuro dirá sobre la trascendencia de esta decisión, pero por lo pronto está claro que los argentinos el 22 de noviembre decidieron darse una nueva oportunidad.

A la previsible alegría de los ganadores le correspondió la consternación de los perdedores. Las escenas de desolación y llanto se hicieren presentes a través de imágenes. Sin duda que los K estaban convencidos de que por una extraña magia del destino el poder les pertenecía a ellos para siempre. O suponían que su gestión era tan brillante, tan popular, tan humanitaria que no era posible imaginarse perder las elecciones, que un veredicto popular les fallara en contra justamente a ellos que fueron tan buenos y tan generosos.

Mala suerte para ellos. Ojalá aprendan. Ojalá se percaten de que en democracia la alternancia no es un vicio sino una virtud. Ojalá se hagan cargo de que el poder cuando es eterno es despótico, es injusto y es corrupto. Ojalá. El 10 de diciembre el kirchnerismo producirá su último acto. Entregará el poder y regresará al llano. No más aviones, no más cadenas nacionales, no más recursos económicos disponibles sin control y sin límites, no más la corte de incondicionales y alcahuetes que la halagan.

Sospecho que la Señora todavía no terminó de hacerse cargo de esa realidad. Sospecho que le costará acostumbrarse a vivir como una ciudadana más. Sospecho que no soportará que la Justicia sospeche de ella y le reclamen rendición de cuentas por una fortuna adquirida durante el ejercicio del poder, que sólo las palomitas mensajeras pueden creer que la forjó a través de su inexistente actividad de abogada exitosa.

Lo seguro es que en esas condiciones, la Señora está dispuesta a dar la batalla. No es la batalla por el socialismo o la patria liberada, es la batalla por su libertad. Su decisión de negarse a colaborar con la transición como correspondería a un mandatario democrático, merecería ser interpretada como una verdadera declaración de guerra al nuevo gobierno. La decisión dio lugar a que su conducta fuera calificada como vulgar, mal educada o grosera, pero más allá de las adjetivaciones que, a decir verdad, se corresponden con la personalidad de la Señora, lo que explica su iniciativa es no tanto el cálculo político acerca de una presunta resistencia al nuevo régimen “gorila”, como el afán de preservar su libertad. La suya y la de sus colaboradores inmediatos, la claque corrupta cuyo destino inmediato ya no será la Nación sino la ínsula helada e inclemente de Santa Cruz.

Mientras tanto, Cambiemos se prepara para asumir la responsabilidad del gobierno. La designación de ministros y secretarios de Estado apunta en esa dirección. Las expectativas por los nombres de los funcionarios son altas, pero será la gestión de gobierno la que dictará el veredicto final. Por lo pronto, lo que predomina son funcionarios, técnicos y dirigentes del PRO y sus aliados: la UCR y la Coalición Cívica. El perfil técnico de los funcionarios se presenta como un desafío. ¿Técnicos provenientes de la actividad privada o los famosos equipos del PRO disponen de conocimientos y habilidades necesarias para asumir la gestión pública? Difícil dar una respuesta concluyente a esta pregunta, pero no es aventurado sostener que en los tiempos que corren el saber técnico es un insumo necesario a la hora de resolver los dilemas de la gestión.

Desde el punto de vista político, el flamante gobierno deberá hacer realidad los hábitos de una democracia deliberativa y pluralista en reemplazo de la gestión decisionista y vertical ejercida por el régimen K. Esto significa un cambio de cultura política, algo fácil de decir, pero difícil de hacer pues se trata de erradicar dogmas y creencias internalizados acerca de la infalibilidad del decisionismo en clave populista.

En los tiempos que se inician, se impondrá el diálogo, el acuerdo, el consenso. Se impondrá como resultado de una decisión política, pero sobre todo por imposición de la propia realidad. El poder estará más repartido -como debe ser- y le corresponderá al gobierno unir lo diverso, una iniciativa que no excluye el conflicto y la disidencia.

La búsqueda de acuerdos no puede conspirar contra la eficiencia de la gestión. La deliberación no es retórica, charlatanería o postergación de decisiones. La observación es pertinente porque históricamente ha sido el fracaso de la deliberación lo que crea condiciones a favor del decisionismo autoritario.

Un orden político deliberativo no excluye la responsabilidad de un gobierno en ejercer el poder, proponer iniciativas y valerse de los instrumentos que brinda ese poder para lograr sus metas. Los ministros son quienes deben hacer realidad los objetivos del gobierno. Una afirmación novedosa luego de doce años de gestión populista. Recordar al respecto que en todo este tiempo no hubo reuniones de gabinete, los ministros recibían órdenes del Ejecutivo y los legisladores cumplían al pie de la letra la voluntad del poder oficial. Este escenario será reemplazado progresivamente por otro.

Se equivocan quienes suponen que la consulta y el diálogo debilitan a un gobierno. Su debilidad o fortaleza no deberían provenir del cumplimiento de las reglas de una democracia republicana, sino de la ausencia de ideas o el sometimiento a intereses de facción. Importa, entre otras cosas, la designación de funcionarios idóneos. Marcelo Torcuato de Alvear se jactaba de contar con ministros todos capacitados en caso de emergencia de hacerse cargo de las máximas responsabilidades del poder. Para dar ese paso, hacen falta méritos intelectuales, confianza en sí mismo y certeza de que la inteligencia siempre es beneficiosa. Sólo los déspotas exigen rodearse de mediocres celebridades para que nadie le haga sombra a su poder o a la imagen que él mismo se hace del poder.

Macri se preocupó en estos días en declarar que no habrá persecuciones o venganza. Muy bien. No habrá persecuciones y venganza pero habrá Justicia. La designación de Laura Alonso significa que los delitos de corrupción perpetrados “antes o después” serán sancionados. No habrá comisiones especiales, pero habrá jueces habilitados para investigar y condenar. No es lo único que tiene que hacer el nuevo gobierno, pero no hacerlo significaría una concesión a la impunidad. El presidente no condena pero su voluntad de sancionar la corrupción es importante que se manifieste. Macri lo hizo. Tal vez la resistencia empecinada de la Señora en colaborar con la transición tenga que ver con esa sospecha. Es razonable. Después de todo, a nadie se le puede reprochar que luche por su libertad.

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