Las elecciones en Francia

Socialistas y republicanos lograron impedir que el Frente Nacional, la formación política calificada de ultraderecha y liderada por la familia Le Pen, se imponga en las recientes elecciones regionales. La victoria de lo que se denominó “la barrera republicana” fue contundente. Las doce regiones -hay una más, no continental- quedaron en manos de los partidos liderados por Sarkozy y Hollande.

Esto quiere decir que el Frente Nacional no logró ganar ninguna región, un alivio para los republicanos porque en la primera vuelta esta formación política parecía imponerse en toda la línea. El balotaje y la generosidad, o la responsabilidad, de los socialistas, quienes retiraron sus candidatos de dos regiones para apoyar a los republicanos, permitió dar vuelta una realidad incómoda para quienes estiman, probablemente con buenos argumentos, que la victoria de la familia Le Pen significaría una regresión a los tiempos de la “república de Vichy”, el régimen que se destacó por su colaboracionismo a la ocupación de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

El susto pasó, pero el partido de Le Pen está lejos de haber depuesto su ambición de gobernar Francia. El domingo pasado, republicanos y socialistas hicieron más o menos lo mismo que en 2002, cuando el “Viejo” Jean Marie Le Pen le ganó en la primera vuelta al socialista Lionel Jospin. También en este caso, la derecha y la izquierda francesa se unieron detrás de la candidatura del conservador Jacques Chirac para impedir que el candidato que llegó a justificar, o a relativizar, a algunas de las atrocidades cometidas por los nazis, fuere presidente de Francia gracias al voto popular. Como nunca, el clásico poema de Borges: “No nos une el amor sino el espanto”, adquiría rigurosa actualidad.

Ahora el Frente Nacional no está liderado por Jean Marie Le Pen, sino por su hija Marine, acompañada en este caso por su nieta -y sobrina de Marie- Marión Marechal-Le Pen, una dirigente que llegó al Parlamento con apenas veintidós años de edad. Marión en la actualidad tiene veintiséis años y, según los observadores, expresa una posición política más dura e intransigente que su tía Marine.

Está claro que el crecimiento electoral del lepenismo se dio al calor de los acontecimientos ocurridos en París el pasado 13 de noviembre, ocasión en la que fueron asesinadas -ejecutadas sería la palabra más adecuada- más de cien personas por comandos suicidas del Isis, la organización terrorista islámica que controla territorios pertenecientes a Irak y Siria, organización que le declaró la guerra a Occidente.

Dos atentados terroristas en Francia en menos de un año, es más de lo que los franceses pueden aceptar o tolerar. Como se recodará en los primeros meses del año otro comando del terrorismo islámico asesinó a integrantes de la revista humorística Charlie Hebdo. Nueve meses después, la tragedia tuvo como centro el Teatro Bataclán y algunos de los bares de la zona.

En ese contexto, el lepenismo salió a agitar uno de sus reclamos clásicos: la lucha contra los inmigrantes, y en particular los de ascendencia musulmana. El racismo o la islamofobia se legitimaban gracias al miedo provocado por el terrorismo. El oportunismo más descarado y descarnado, la apelación a los sentimientos más atávicos y primarios hicieron su trabajo. El fascismo en estos temas se mueve con comodidad y sabe hacer su faena. Las enseñanzas de Hitler en ese sentido son aleccionadoras.

En Francia viven alrededor de seis millones de musulmanes, casi el doble de la población de Uruguay, por ejemplo. Se trata de un proceso histórico de sucesivas migraciones. Demás está decir que hay una mayoría significativa de musulmanes que no tienen nada que ver con el terrorismo y que en más de un caso son víctimas de él, pero faltaríamos a la verdad si desconociéramos la existencia de lo que podríamos denominar una minoría intensa comprometida por diferentes vías con el terrorismo.

En ese contexto se impone separar la paja del trigo. El terrorismo islámico está muy lejos de ser una anécdota menor y Francia está en su derecho a defenderse o en reconocer que le han declarado la guerra, como dijera en su momento el presidente Hollande. De allí a extender a todos los musulmanes la imputación de terroristas, hay una gran diferencia, la misma que existe entre el derecho a defenderse del terrorismo con el racismo.

Todos estos conflictos encontrarían una resolución más satisfactoria si, por su parte, la comunidad musulmana decidiera pronunciarse de manera más contundente en contra del terrorismo islámico. ¿No lo hace? Lo hacen, pero son sectores minoritarios los que hablan con claridad. El sentido común más elemental enseña que si la comunidad musulmana se movilizara repudiando a quienes asesinan y torturan en nombre de su religión, la situación cambiaría de manera significativa.

También en este caso opera el miedo y, por qué no decirlo, los prejuicios contra Occidente que por diferentes motivos anidan en este sector. Por un camino o por otro, estas vacilaciones o silencios contribuyen a justificar la prédica belicista y discriminatoria de los militantes lepenistas, en tanto para un sector significativo de las clases populares pareciera que resulta más cómodo imputar a una raza o a una religión todos los males que la afligen.

Gracias a esos silencios, vacilaciones o temores, el lepenismo logró ampliar su habitual platea. No obstante ello, la reacción de la ciudadanía logró a último momento impedir que la ultraderecha coronase su campaña con una victoria política. Una vez más la experiencia demuestra que llegado a una situación límite, los republicamos son más que los fascistas y las masas que ellos logran convocar en nombre de la lucha contra los inmigrantes y los inmigrantes de origen musulmán en particular.

De todos modos, como Sarkozy y Hollande se preocuparon por aclarar, no hay razones para festejar o estar tranquilos. El lepenismo ya es un protagonista genuino de la política francesa, con una representación social y política que no le alcanza para llegar a la presidencia de la Nación pero es significativa. Lo que más preocupa a socialistas y republicanos es lo que pasa por la cabeza o el corazón de esas masas que insisten en creer que el lepenismo es la solución para Francia. Y particularmente llama la atención que el Frente Nacional coseche adhesiones leales entre las clases populares y en barrios que en otros tiempos que ahora nos parecen tan lejanos sus habitantes votaban por el Partido Comunista.

Por lo pronto, el Frente Nacional, liderado por Marine Le Pen, se preocupó en los últimos años por moderar algunas de sus aristas. Temas como el antisemitismo, la prédica sobre la violencia o la reivindicación histórica de los nazis fueron apartados de la plataforma política. Las resoluciones no fueron inocentes o el producto de una pose oportunista. Jean Marie Le Pen, el padre de Marine, puso el grito en el cielo por las reformas políticas introducidas por su hija en el partido que él fundó en 1972. La disputa entre padre e hija fue como para alquilar balcones. Las acusaciones que se hicieron mutuamente, las amenazas que quedaron flotando en el aire, dan cuenta de dos cosas: que la política puede romper los habituales afectos entre padre e hija; y que una disputa de ese voltaje no deja lugar acerca de su sinceridad, dato que merece destacarse ya que para muchos observadores se trataba de un simulacro, de una premeditada impostura para engañar a incautos.

Como para contribuir a la confusión general, Marión Marechal Le Pen, la sobrina de Marine, gana espacios políticos dentro del lepenismo sosteniendo posiciones muy parecidas a las del abuelo. Lo curioso es que la popularidad de Marión se sostiene gracias a su intransigencia, a sus posiciones más extremistas, lo que demuestra que en el lepenismo el extremismo ideológico sigue siendo significativo, más allá de los maquillajes o las supuestas declaraciones de buena voluntad.

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