Milagro Sala

Es opinable que Milagro Sala esté detenida; lo que no es opinable es que las políticas sociales estén en manos de personas como ella. ¿Por qué? Porque las políticas sociales deben ser implementadas y controladas por el Estado, todo lo demás es irregular, corrupto y a los primeros que perjudica es a los que pretende beneficiar.

Se ha dicho que es injusto que Sala esté presa cuando disfrutan de la libertad delincuentes políticos mucho más dañinos. Hay algo de verdad en esa consideración. Evidentemente es injusto que Sala esté en la cárcel, mientras Boudou, De Vido, Jaime, el “Morsa” Fernández o “la que te dije”, anden sueltos, opulentos y saciados como pájaros carroñeros.

Dejo a los jueces y a los entendidos el derecho a debatir acerca de las querellas judiciales, pero como ciudadano me reservo el derecho a formar mi propio juicio acerca de una mujer a la que le llueven las imputaciones. El Perro Santillán, por ejemplo, no se anda con chiquitas: Milagro Sala es la responsable de haber iniciado la narcopolítica en Jujuy. ¿Qué tal? Otro dirigente social reclama respuesta por el asesinato del militante de la Corriente Clasista y Combativa, Lucas Arias. El muchacho, según testigos, murió como consecuencia de dos culatazos que le propinó la señora Sala. En estos temas, la pedagogía nacional y popular es infalible.

Hace unos años, Luis Condori murió baleado en una trifulca librada en la Quebrada de Humahuaca entre militantes de la Túpac Amaru. Por algo parecido el señor José Pedraza está preso desde hace rato. Pero claro, Pedraza es un burócrata sindical de derecha y la señora Sala es una militante defensora de los humildes.

Tres meses atrás fue asesinado por la espalda el militante radical Ariel Velázquez. Todos los testigos aseguran que los responsables fueron los matones de Sala. Le corresponde decidir a la Justicia, pero está claro que en Jujuy, por lo menos hasta la fecha, no es saludable oponerse a las decisiones de la mujer que Leandro Despouy calificó con rigurosa precisión como “la faraona de los fondos públicos”. Impecable Despouy para adjetivar, pero una observación merece hacerse: la “faraona” propiamente dicha no vive en Jujuy, vive en una provincia del sur y según sus propias palabras es una abogada exitosa.

Milagro Sala viene de abajo. Conoció desde niña las humillaciones de la pobreza y la discriminación. Según se sabe, todas las asignaturas que se exigen para transitar por los bajos fondos las aprobó con muy buenas notas. Pudo haber sido una vulgar delincuente o algo peor, pero en algún momento -dicen sus biógrafos-, las prostitutas con las que compartía la cárcel le enseñaron los atributos de la rebeldía. Se abrió paso en la vida como pudo. Era colla, era negra, era pobre y, además, ya tenía un prontuario policial. Para bien o para mal se acercó al peronismo, y después inició su militancia social en ATE. Sala ingresaba a las luchas sociales cargando los estigmas del mundo de donde venía. Seguramente entendió mejor que muchos el drama lacerante de la pobreza, un entendimiento que no provenía de los libros o de los relatos sino de la propia vida.

No se transita por el infierno de la marginalidad y la miseria sin pagar costos. Las heridas quedan en el cuerpo y en el alma, y no cicatrizan. Los que sobreviven a ese infierno arrastran de por vida las llagas y los golpes recibidos. La manifestación de esa experiencia puede llamarse resentimiento o rebeldía, dos pasiones diferentes pero que en muchas personas se confunden hasta hacerse indivisibles.

Políticamente hay algo más grave que el resentimiento o el odio acumulado desde la infancia. Me refiero a la tendencia a identificarse con las apetencias y los vicios de las clases que se dice detestar. A la violencia forjada como una fatalidad o un destino, en este caso se le suma una suerte de deslizamiento, a veces imperceptible, a veces inmanejable, hacia el universo -no de las clases altas en general- sino de los vicios de algunas de sus fracciones.

Mansiones, autos caros, hoteles de lujo, la pasión de mandar y ser obedecida. No es difícil dejarse ganar por esas pulsiones, sobre todo cuando se viene de abajo y el universo posible se llama populismo. Milagro Sala no fue la excepción. “Callate puto, te vamos a mandar en cana marica”, le grita a un enemigo la mujer que dice pertenecer a la fuerza política que promovió el matrimonio igualitario, la mujer cuya libertad reclama el señor Zaffaroni. Pero bueno, el universo populista nunca prometió ser coherente con los valores que dice defender. La Señora de El Calafate es un excelente testimonio de lo que digo.

En ese amasijo de resentimientos, prácticas sociales y retazos de ideología, se forja la conciencia social de Milagro Sala, con su pasión militante y su despotismo; su sensibilidad con los más humildes y sus reacciones brutales con los que la contradicen; su testimonio social y su prepotencia; sus realizaciones y su inveterada corrupción.

Sé que dirigentes de este tipo inevitablemente chapalean en ese universo de miserias, violencia y atavismo. Pero está claro que estas tendencias se agravan cuando el maridaje con el poder se consolida y la impunidad impone sus fueros. A Milagro Sala se la podría justificar con ese argumento tan criollo y tan populista de “roba, pero hace”.

En efecto. Hay casas hechas, hay hospitales y escuelas, pero el precio pagado en términos sociales, políticos e institucionales ha sido muy alto. Es cierto que hubo un Estado ausente -una ausencia de la que el peronismo gobernante en Jujuy deberá hacerse cargo-, pero esa ausencia no se resuelve con hábitos mafiosos, corrupción escandalosa y despilfarro de recursos. Si a ello le sumamos las relaciones con el narcotráfico, la presencia de instructores que alguna vez militaron en Sendero Luminoso y el reclutamiento de matones y sicarios armados hasta los dientes, redondeamos un panorama tenebroso.

Milagro Sala es popular, pero la mayoría de los jujeños están de acuerdo con la decisión de un Morales que, a diferencia del timorato e impotente Fellner, fue capaz de ponerse firme ante la Túpac Amaru y probar que la autoridad política en un Estado de derecho es el gobernador y no una dirigente piquetera. ¿Criminalizar la protesta? No, judicializarla, con sus alcances y límites, como corresponde a un Estado de derecho.

La solidaridad con Sala proviene de los residuos K que sobreviven en el peronismo y de sectores de la izquierda, que desde hace tiempo juegan el rol de preservativos del populismo, alentando en muchos casos a quienes, si las circunstancias cambiaran, no tendrían escrúpulos en ser sus verdugos. Se trata de una solidaridad ruidosa, con llegada mediática justamente a ellos que viven hablando en contra de los medios, una solidaridad minoritaria sostenida con golpes bajos, con argumentos inmaduros e irresponsables y con esa variante de racismo al revés, consistente en sostener que el origen colla de Sala la libera de culpas y da luz verde a todos los excesos, incluido el crimen.

Que Sala se identifica con los pobres es algo que está fuera de discusión. No podría hacer política desde otro lugar. Ahora bien, identificarse con los pobres no es título virtuoso en sí mismo. Pablo Escobar, el patrón del mal de Colombia, lo hacía y lo hacía muy bien. También él entregaba casas a los pobres, fundaba barrios, extendía beneficios, al punto que algún sociólogo llegó a calificar a Escobar como el emergente del narcopopulismo.

La pobreza no es un dato dado, una información estadística, es, en primer lugar, una construcción social. Contra la versión demagoga del populismo, hay que decir que la pobreza es injusta, es inhumana y es trágica. Dicho de una manera más directa: la pobreza mata, pero antes humilla y discrimina. Hay que luchar contra la pobreza, pero el populismo no libra esa lucha; por el contrario, se sirve de ella para acumular fortuna y poder. Milagro Sala es una manifestación sórdida de esa realidad, pero no es la única, ni siquiera la más importante. Sala no es concebible sin el apoyo de Alicia y Cristina Kirchner.

 

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