Una brecha republicana

Toda política que se precie incluye objetivos. Los objetivos en este caso consisten en transitar desde un régimen populista y autoritario a otro republicano y democrático, desde una economía cerrada a una abierta, desde una inserción internacional con las orillas y los márgenes a una inserción con el centro. La sociedad argentina votó este tipo de cambio y Cambiemos se esforzó por expresarlo políticamente.

Una brecha republicana se ha abierto, una brecha con sus fortalezas y debilidades, con sus contradicciones y sus logros, con sus certezas e incertidumbres. A esa brecha habrá que ampliarla en un proceso que incluirá conflictos, tensiones, avances y retrocesos. Nunca está demás advertir que la brecha puede ampliarse, pero también cerrarse. A la política le corresponde decidir al respecto.

Por lo pronto, al gobierno de Mauricio Macri hay que darle tiempo, tiempo para que se consolide, termine de definir su orientación, salde sus diferencias con un pasado que lo agobia, lo acecha y le desea el peor de los destinos. Para el logro de estas metas ser optimista o pesimista no dice mucho. La política obedece a los imperativos del realismo y si algún lugar habilita a la subjetividad, esta se traduce con la palabra esperanza, esperanza de un país más justo y más libre; un país normal, como se ha dicho en su momento; un país con gobiernos previsibles que no se crean iluminados por los dioses ni pretenden eternizarse en el poder; un gobierno que respete la Constitución y, en primer lugar, respete a sus ciudadanos; un gobierno que se esfuerce por dar respuestas sensatas a los desafíos de su tiempo. Un gobierno con políticos que, al decir de Jacques Rueff, ministro de De Gaulle, “les pido que sean de derecha o de izquierda, pero que no roben”

Macri todavía no cumplió dos meses en la presidencia. Los ataques que recibe del pasado son despiadados y salvajes, más propio de operativos golpistas que de una oposición responsable. Es probable que la virulencia facciosa de ese oposición lo termine favoreciendo, porque la mayoría de la sociedad, incluso quienes votaron a Scioli, no comparte la profecía de una Argentina transformada en un campo de batalla y, mucho menos, está dispuesta a asociarse a lo que un escritor denominara el Club del Helicóptero, es decir, la banda de energúmenos cuya máxima estrategia política apunta a que Macri repita el itinerario de Fernando de la Rúa.

La herencia recibida es mala, y, en algunos puntos, pésima, pero no es necesario adjetivar más al respecto porque la realidad se encarga de hablar con su descarnada elocuencia. Todos los días se ventilan episodios relacionados con la corrupción, la ineficiencia y el despilfarro de la gestión K. La reciente noticia acerca de los remedios vendidos a los muertos en el Pami, tal vez sea la más “pintoresca”, la que revela en su verdadera dimensión el rostro de los abanderados de la causa nacional y popular, pero no es la más grave.

“Roban pero hacen”, es la consigna emblemática del populismo. Pues bien, los K se las ingeniaron para dar una vuelta de tuerca a su estandarte guerrero. Ahora no solo roban, sino que en lugar de hacer, despilfarran. Vicente Muleiro reclamando vía la justicia por una indemnización multimillonaria a Radio Nacional es la manifestación más clara de los reales motivos de la denominada militancia K. No es el único, ni siquiera el más importante, pero su gesto es tan genuino y previsible que conmueve.

En ese contexto, plantearse construir un estado de derecho, una economía que funcione y una sociedad que acompañe las consecuencias de los cambios, es una tarea ardua. Poner a funcionar el Estado, la política, la economía y la sociedad, no es fácil; reclama eficiencia, sensibilidad, talento político y, si se quiere, una dosis respetable de suerte. No es para menos. A una sociedad habituada a los anuncios faranduleros de la cadena nacional, a los usos y abusos de la demagogia, al culto obsecuente a la personalidad, al clientelismo desenfrenado y perverso, no le resultará sencillo transitar por un camino que exige responsabilidad, esfuerzos colectivos, cambios culturales.

El aprendizaje republicano y democrático vale para la sociedad y para toda la clase dirigente. Estos procesos suelen ser lentos y matizados. El cambio no exige sacrificar generaciones, pero tampoco es razonable esperar los frutos de un día para el otro. De las taras del populismo no nos vamos a liberar enseguida; es más, muchas de ellas nos acompañarán durante un tiempo, y algunas de esas prácticas estarán presentes en el gobierno que dice venir a poner punto final al populismo.

Los cambios graduales se distinguen precisamente porque se deslizan en una suerte de plano inclinado y sus consecuencias y alcances solo pueden apreciarse en perspectiva. Mientras tanto, el gobierno deberá compatibilizar esfuerzos con compensaciones. Hacer funcionar el capitalismo en una sociedad de masas, exige sostener este delicado equilibrio. La Argentina es una sociedad democrática y ciertas soluciones económicas delineadas en los manuales no pueden imponerse por decreto porque no serían aceptadas. Sin ir más lejos, López Murphy llegó en su momento con su manual de primeros auxilios y no duró una semana. Que esa lección de supervivencia la tengan presente ciertos oráculos de un liberalismo más enamorado de las lecciones de los manuales que de las enseñanzas de la vida.

El flamante gobierno exhibe aciertos y errores. No podría ser de otra manera. Una oposición democrática y un periodismo independiente deben apoyar lo que está bien y criticar lo que está mal. No se sale de la unanimidad K para rendirse a la unanimidad macrista. Lo que en todos los casos no se puede perder de vista es el contexto político, el tiempo histórico en el que este gobierno se desempeña.

Decía al iniciar la nota, que después de años de abusos políticos se ha abierto una brecha republicana. Esto es lo nuevo, el horizonte que no hay que perder de vista. Con esfuerzo, tal vez con algo de desprolijidad, los argentinos nos hemos permitido darnos una nueva posibilidad. El desafío que se presenta tiene un toque dramático: o esto es el punto de partida de un nuevo tiempo histórico, de un nuevo ciclo político o, por el contrario, es el paréntesis entre un viejo y un nuevo populismo.

La transición hacia una sociedad en sintonía con las expectativas del siglo XXI está abierta, dependerá del gobierno y de la propia la sociedad transitar hacia el futuro. Innecesario advertir que el pasado se esforzará por impedirle que avance. El kirchnerismo le declaró la guerra al nuevo gobierno al día siguiente de las elecciones. Las escenas histéricas de “La que te dije” negándose a traspasar el mando, estaban incluidas en el libreto.

“Resistencia”, es la palabra empleada por los desestabilizadores, “Resistencia”, que en la jerga populista criolla se tradujo en el pasado con la convocatoria a la guerra popular prolongada. ¿Un disparate? Por supuesto, pero ése es el destino de quienes piensan a la política desde la pulsión, el instinto y la barbarie cultural. Los mails y twiters de los “resistentes” celebrando el incendio de las instalaciones de TN y Canal 13, me recordaban la salvajada de las juventudes hitleristas festejando la quema de libros ordenada por Hitler.

Tal como se presentan los hechos, hay motivos para pensar que el kirchnerismo degradará en una versión sectaria y algo delirante de la política, mientras que sus jefes santacruceños tratarán de eludir los reclamos de la justicia y disfrutar de las fortunas obtenidas en el poder. Por su parte, el peronismo expresado en los sectores renovadores de Massa, algunos gobernadores y dirigentes tradicionales, intentará adecuarse a los nuevos tiempos, una adecuación que en algunos casos responderá a las convicciones y, en otros, al más crudo oportunismo, algo que a nadie que conozca la corteza de los procesos históricos le debería llamar la atención.

Si el macrismo cumple con las expectativas abiertas, es probable que entre Cambiemos, el peronismo renovado y las expresiones políticas de centro izquierda, se constituya un nuevo tiempo político. Si esto es así también es probable que el pasado kirchnerista sea archivado en los sótanos de la historia o recordado como una pesadilla digna del olvido.

 

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