Sexteto Mayor

Turistas, historiadores, viajeros, no se cansan de manifestar su asombro por la vigencia del tango y, muy en particular, por su universalidad. Incluso, no son pocos los argentinos que cuando viajan por el mundo se sorprenden por su popularidad en tierras remotas, sorpresa que se multiplica en más de un caso porque ese viajero en particular suele no darle importancia al tango o considerarlo una música decadente que sólo a los viejos entusiasma.

Por ignorancia, distracción o por suponer que todo lo que huele a antiguo es malo, muchos argentinos desconocen que el tango es la carta de credencial cultural más importante que podemos presentar en el mundo. Esta verdad, sin embargo no la ignoran las cancillerías y embajadas criollas, quienes han aprendido hace rato que el mejor agasajo que se le puede hacer a un extranjero es brindarle una sesión de tango en su variante instrumental o bailable.

El tango, por supuesto, ha hecho sus méritos para ganarse ese lugar en la consideración del gran público. Desde los tiempos de Eduardo Arolas y “La Morocha”, pasando por Gardel y Canaro, hasta llegar a Mosalini y Mederos, el tango ha sido un género musical abierto al mundo. Al respecto, no deja de llamar la atención que una música localista, cuyos adherentes tradicionales suelen practicar el nacionalismo más cerrado, sea al mismo tiempo tan cosmopolita. Asimismo, sorprende que esa universalidad no haga distinciones de regiones o razas. El tango ha triunfado en París como se sabe, pero también lo ha hecho en Londres, Barcelona, Nueva York, Berlín, Tokio, Moscú, Tel Aviv y todas las capitales de América Latina. Sin exageraciones puede decirse que en el mundo la palabra argentino se identifica con el tango. Y quienes hemos tenido la oportunidad de viajar sabemos que esto es así, que el tango es cultivado por amplias y diversas plateas, al punto que cualquier argentino que sepa tocar el bandoneón, bailar o cantar un tango, tiene asegurada una lucrativa fuente de trabajo.

Hechas estas consideraciones, corresponde decir que uno de los embajadores más virtuoso y exquisito que hemos tenido los argentinos en el mundo ha sido, a partir de la década del setenta, el Sexteto Mayor. Desde su fundación en abril de 1973 este grupo ha actuado en 96 ciudades, cumplió más de treinta giras y disfrutó del aplauso y la admiración de cinco continentes. Las giras han sido una constante exitosa y monótona. Años llegando a aeropuertos, durmiendo en hoteles que al final terminan siendo todos parecidos, ensayando en locales extraños e interpretando ante plateas cuyo rasgo común ha sido el respeto y el reconocimiento a la calidad musical del grupo, terminan cansando. Así se explica que un profesional exigente como Fernández Suárez Paz se haya dormido en el escenario tocando su solo de “Otoño porteño”.

Los compromisos internacionales no excluían los locales. Libertella siempre dijo que una de las preocupaciones de ellos era no perder contacto con el público argentino. O sea, que después de las extensas y agotadores giras por el mundo, los músicos se dedicaban luego a lucir su talento en esos verdaderos templos del tango que fueron Viejo Almacén, Caño 14, Café Nacional o Michelángelo.

Dos fechas son clave para reconstruir el itinerario musical del Sexteto Mayor. La primera es el 29 de abril de 1973, cuando en La Casa de Carlos Gardel, en pleno barrio del Abasto, el flamante sexteto es presentado por primera vez al público por ese otro personaje del tango que fue Julio Jorge Nelson.

La otra fecha hay que ubicarla ocho años después en París, es decir en 1981. Ese año el Sexteto Mayor inaugura ese baluarte del tango en París ubicado en la calle de Los Lombardos y que se llama Trottoirs. Allí el Sexteto Mayor adquirió credenciales definitivas de identidad tanguera en Europa. Esa noche estuvieron presentes entre el público Paloma Picasso, Ives Montand y un invitado de honor, Julio Cortázar, que se tomó la licencia de pedir a los gritos que interpretaran “El choclo”, pedido que fue inmediatamente consentido, por lo que una vez más la magia de la música pudo verificar que el pernod podía unir a París con Puente Alsina.

“Tango pasión” y “Tango argentino”, dos excelentes espectáculos musicales que triunfaron en Broadway y París, tuvieron al sexteto como principal animador. Tan gravitante fue esta iniciativa musical, que algunos historiadores estiman que la universalidad el tango la ganó, no cuando triunfó en París, sino cuando se impuso en Broadway porque, como se dice en estos casos, “Cuando Estados Unidos estornuda, Europa saca el pañuelo”.

Los fundadores del Sexteto fueron Luis Stazo y José Libertella. Ellos nunca admitieron esta condición, porque siempre prefirieron resaltar el proyecto colectivo, pero sin desmerecer a nadie queda claro que los que sostuvieron el proyecto a lo largo de treinta años, fueros ellos.

Como suele ocurrir en estos casos, Libertella y Stazo ya eran bandoneonistas prestigiados al momento de fundar el sexteto. Libertella se había lucido en las orquestas de Osmar Maderna y Carlos Di Sarli. Y Stazo había integrado la línea de bandoneones de Argentino Galván y Alfredo de Angelis. No concluían allí sus laureles. Libertella integró la orquesta en la que cantó Miguel Montero y lo acompañó a Edmundo Rivero en su gira a Japón. Stazo, por su parte, estuvo con Angel Vargas.

A sus virtudes como ejecutantes, le sumaron su talento como creadores. A Libertella le pertenecen temas como “Universo” y “París otoñal”. Mientras que Stazo es el autor de “A la orden” y “Preludio a Francini”

Con semejantes credenciales, estos dos músicos que se conocían desde la adolescencia, llegaron a “La Casa de Carlos Gardel” conformando un sexteto que se suponía que con suerte y viento a favor iba a durar algunos meses.

Para la primera formación de abril de 1973 Libertella y Stazo convocaron a Armando Cupo en el piano, Reynaldo Nichele y Fernando Suárez Paz en violines y Juan Carlos Vallejos en contrabajo.

El sexteto retomaba la tradición fundada por Julio de Caro y se proponía ser un grupo exclusivamente instrumental, objetivo que lograron casi con plenitud, salvo algunas raras ocasiones producto de los compromisos con “Tango pasión” y “Tango argentino”.

El Sexteto Mayor se propuso desde los inicios hacer buena música. Los arreglos y la conducción estuvieron a cargo de Libertella y Stazo, pero la norma que impusieron al grupo fue la siguiente: “Nadie está obligado a tocar con quien no respeta; nadie está obligado a tocar lo que no quiere”. El principio adquirió actualidad cuando Nichelle se opuso al arreglo de “Contrabajeando”, motivo por el cual se retiró del grupo y en su lugar llegó Mario Abramovich, tan excelente y virtuoso como Nichelle. Abramovich para esa fecha ya había aprobado los exámenes más rigurosos con las orquestas de Héctor Varela y Osvaldo Fresedo.

Entre los integrantes cuyos nombres están incorporados definitivamente a la historia del tango, merecen destacarse al contrabajista Kicho Díaz, que en la década del cuarenta se lució en la orquesta de Aníbal Troilo y a quien Piazzolla le rindió un merecido homenaje con un tango que lleva su nombre.

La historia del Sexteto es también la historia de quienes se fueron e ingresaron. Si a Kicho lo reemplazó Aulicino, a Armando Cupo lo sustituyó Mazzadi.

En noviembre de 2004 falleció en Francia José Libertella. Y en febrero de 2005 Luis Stazo abandonó el grupo y se radicó en Berlín. Pero, como se dice en estos casos, cuando las raíces son profundas, perduran. El Sexteto Mayor pudo asimilar estas “deserciones” y continuó brindando buena música en la Argentina y el mundo con Mario Abramovich y Eduardo Walczak en violines; Oscar Palermo en piano; Osvaldo Aulicino en contrabajo, Horacio Romo en bandoneón y Walter Ríos en bandoneón y dirección orquestal.

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