Ayer fue Nisman; ahora es Carlos Fayt

Ahora le tocó el turno a Carlos Fayt. En estos temas los muchachos son coherentes. Ayer fue Nisman, hoy es Fayt. Ayer un fiscal, hoy un juez. Mañana tal vez le toque el turno a Bonadío. Todos en el mismo año. En todos los casos y, más allá de los desenlaces, lo que molesta es la independencia y la inteligencia
Una nación que se respete cuenta con sus grandes viejos y no reniega de ellos. Son memoria, ejemplo y sabiduría. Inglaterra nunca renunció a Winston Churchill ni Alemania a Konrad Adenauer, ni Francia a Charles De Gaulle ni Italia a Alcides de Gasperi. El Reino Unido siempre se enorgulleció de contar con Bernard Shaw o Bertrand Russell, como Italia nunca renegó de Norberto Bobbio. Les guste o no a los kirchneristas, Fayt es uno de nuestros grandes viejos y no podemos permitir que sea arrojado por la ventana.
En una sociedad medianamente normal, en una sociedad menos crispada, menos polarizada deliberadamente, puede que sea razonable discutir si a los noventa y siete años se está en condiciones de ejercer como juez supremo.
Si Fayt fuera leal al kirchnerismo, si su moral fuera la de Oyarbide, a un hombre de la calaña de Aníbal Fernández no le fastidiaría demasiado que Drácula fuera juez de la Corte Suprema de Justicia.
Por supuesto que Fayt les molesta. Les molesta su estatura jurídica, su decencia personal, sus ideas políticas progresistas. Les molesta que alguna vez haya sido socialista en la línea de Juan B. Justo, Nicolás Repetto y Alfredo Palacios, ideales a los que por otra parte nunca renunció. Molestan los libros escritos. Molesta que sus libros se sigan leyendo en la universidad y estén presentes en la biblioteca de todos los hombres preocupados por la libertad y la justicia.
Claro que molesta. Molesta su vida modesta, su perfil bajo, su declarado agnosticismo, sus fallos judiciales, su conducta cívica, su austeridad republicana, virtudes ignoradas por quienes han recurrido a la política para hacerse millonarios. Pero sobre todo molesta que Fayt sea un hombre libre. Libre y decente.
Se trata de un hombre coherente y honrado, que a lo largo de una vida prolongada defendió los valores de una república democrática. Con su lucidez y sabiduría, Fayt prestigia a la Corte Suprema de Justicia y de alguna manera prestigia a las vapuleadas instituciones de nuestro estado de derecho.
Hace doce años un kirchnerismo recién llegado al poder y deseoso de ganarse rápido la simpatía de una sociedad que prácticamente lo desconocía, resolvió cambiar la Corte Suprema menemista y lo hizo de la mejor manera posible, con un toque decisionista inevitable, pero respetando los valores del pluralismo y afianzando el principio de la independencia de los poderes. Había que hacer buena letra y después beneficiarse con ella. Durante años, cada vez que los kirchneristas querían destacar el carácter progresista de su gobierno se referían a la Corte Suprema. Era el toque de distinción, la prueba de su voluntad progresista.
El problema se presentó cuando la Corte se tomó en serio su rol y empezó a cumplir con sus tareas institucionales. ¿Qué es eso de poner límites, controlar, investigar? No nos entendieron o entendieron mal. Los pusimos allí para hacer propaganda, para que se saquen fotos y se callen la boca, para que nos acompañen, no para que nos digan lo que hay que hacer. ¿Quién les dijo a ustedes que son independientes? No, no entendieron nada, pero si no aprendieron por las buenas aprenderán por las malas. Lorenzetti y Fayt son los primeros, pero no tienen por qué ser los últimos. Vamos por todo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *