Luis Rubistein

Supe de Luis Rubistein (algunos dicen que la escritura correcta de su apellido es Rubinstein) gracias a la voz de Roberto Rufino y la orquesta de Carlos Di Sarli. Interpretaban en la ocasión el tango “Charlemos”, un poema de su autoría que incorpora el diálogo telefónico como escenario. “¿Belgrano 6011?/ Quisiera hablar con René/ No vive allí… no… no corte/ ¿Podría hablar con ustedes?/ No cuelgue… la tarde es triste./ Me siento sentimental/ René ya sé que no existe/ Charlemos… usted es igual…/. “A media luz” y “Charlemos” disponen de la virtud de ser tangos con direcciones: Corrientes 348 en uno; Belgrano 6011 en el otro.

“Charlemos” exhibe un desenlace digno de un cuento de Poe o Cortázar: recién en los últimos versos nos enteramos de que el protagonista es ciego. Julio Nudler, autor de un excelente libro titulado “Tango judío”, postula que en realidad lo que Rubistein quiere decir es “Soy judío perdóneme”. Es una opinión, tentadora, pero muy difícil de probar. “Charlemos” fue cantado por Ignacio Corsini, Miguel Montero y Alberto Gómez. No son malos auspicios para un tango.

El otro tango de Rubistein que disfruté mucho fue “Tu perro pekinés”, grabado por Edmundo Rivero y Aníbal Troilo en una versión única y exclusiva. Es un excelente poema. “Muriéndome de hambre y frío/ te vi pasar, corazón/ con el auto que fue mío/ y el tapado de visón./ Tus ojos vieron mis ojos/ pero no vi tu rubor…/ sentí temblar mis despojos/ y tu perro me ladró”.

Después hubo un fallido, como se dice en estos casos. Escuché “Así se baila el tango”, un hit de Juan D’Arienzo que se propagó como una peste. Supuse que su autor era Rubistein, lo cual era cierto, pero no Luis, sino su hermano Elías. La noticia me tranquilizó, porque a esa altura del partido tenía un concepto elevado del autor de “Charlemos” y “Tu perro pekinés”.

Alguna vez -estoy hablando de cuando era pibe- escuché “Tarde gris”, el único tema de Rubistein grabado por Carlos Gardel. “Pese al dolor vengo a verte/ lo supe ayer que te hallabas tan mal/ yo que juré odiarte hasta la muerte/ no pude más y vine al hospital”. El hombre abandonado que se entera de la enfermedad terminal de su novia y asiste al hospital para perdonarla y reiterarle su amor.

La situación se invierte en ese tango al que Oscar Ferrari quedó vinculado contra su voluntad para siempre: “Venganza”. Aquí es la mujer la que visita a su ex amante en el hospital, pero no para perdonarlo, sino para insultarlo, para desearle que muera como un perro. Impiadosa no cede ante la súplica de él: “No me dejes solo/ no te vayas mi alma./ Dame un beso grande/ de esos que das vos./ No te quedes muda/ ni mirés con rabia/ no ves que me muero/ sin perdón de Dios./ Vení, dame un beso/ ¡Pucha cómo sos!”. Imperdonable la reacción de la mujer, aunque Rubistein se cuida muy bien de decir qué fue lo que le hizo el hombre a ella para despertar un odio tan perdurable.

Luis Moisés Rubistein nació en Buenos Aires -en el barrio San Cristóbal, Catamarca 945- el 8 de julio de 1908. Sus padres, oriundos de Ucrania, habían llegado a la Argentina hacía dos años con seis hijos a cuestas y con el recuerdo de las persecuciones y los pogroms. Después llegarían otros hijos. Luis, Oscar, Elías y Mauricio se dedicaron al tango y su divulgación comercial. Familia humilde, trabajadora. Don Motl -como el personaje del tango de Gardel y el protagonista de Florencio Sánchez- trabajaba de zapatero; su esposa María Kaplan atendía la casa y cuidaba a los hijos.

Luis fue a la escuela hasta tercer grado. Dicen que lo expulsaron por tirarle con un tintero al maestro. Conclusión: no terminó la primaria, pero siempre trajinó con los libros y la música. Como los grandes autodidactas, se hizo en la calle, en los ambientes de la bohemia porteña, conversando con periodistas, poetas, músicos, empresarios de la noche, mujeres de la farándula.

No tenía aún veinte años y ya se ganaba los primeros pesos como periodista. Durante años, trajinó por la editorial de Julio Korn, y la revista “La canción moderna” -que luego se llamará Radiolandia- en “Sintonía” y en las páginas culturales de los diarios nacionales. Alguna vez se animó a cantar y lo hizo en la orquesta de Juan D’Arienzo. Conoció a Gardel y fue muy amigo de Agustín Magaldi, con quien compartían cierta tartamudez y el gusto por la música clásica.

A mediados de los años treinta creó Paadi, Primera Academia Argentina de Interpretación, institución que contó con la asesoría artística de músicos como Pugliese y Troilo. La sede del local fue una modesta casa de barrio, pero pronto se trasladaron a Callao 420. Es el momento en que Rubistein pasará de la condición de poeta a empresario de la noche, promotor de cantantes y músicos, organizador de espectáculos y planificador de giras artísticas. En el emprendimiento trabajaban él y sus hermanos.

Esta manera legítima de ganarse la vida le valió haber sido acusado de comerciante y otras calificaciones agresivas y racistas. Son los años en que su producción poética es más amplia, aunque de calidad despareja.

Buenos o malos, sus tangos fueron grabados por los mejores cantores de su tiempo. Temas, por ejemplo, como “Carnaval de mi barrio”, “Cuatro palabras” o “Decime”, fueron interpretados por Mercedes Simone. Charlo, Roberto Maida, Luis Díaz, Ernesto Famá, Roberto Goyeneche o Lágrima Ríos grabaron sus temas, porque a todos los dominaba la certeza de que las letras de Rubistein merecerían la aprobación del público.

Cuando en 1943 llegaron por la vía de un golpe de Estado los militares nacionalistas, la Paadi fue clausurada y muchos de los tangos de Rubistein fueron prohibidos por los celosos defensores de la moral y las buenas costumbres. Un año antes -para la furia de sus censores- había escrito “Yankele”, (palabra judía que quiere decir “Buen muchacho”). La letra pertenece a su hermano Elías. El tema fue grabado dos veces por la popularísima orquesta de Feliciano Brunelli. Siempre en sintonía con la tradición judía, Rubistein escribió en 1928 “El camino de Buenos Aires”, un tema testimonial contra la trata de blancas organizada en esos años por una singular banda integrada por rufianes judíos.

Sería una exageración decir que Rubistein integra la primera línea de poetas tangueros. Más interesado en la divulgación que en la calidad, sus poemas son poco sutiles o poco poéticos para ser más claro. Sin embargo, algunos de los citados merecen la estima del público. “Charlemos”, en primer lugar, “Tu perro pekinés”, “Carnaval de mi barrio” o “Tarde gris” no pueden ser desconocidos. Luis Rubistein murió en Buenos Aires el 10 de agosto de 1954.

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