Manuel Romero, patotero y sentimental

Una antología de poemas tangueros que excluyera su nombre estaría incompleta. Seguramente el primero que hubiera protestado habría sido Carlos Gardel, quien en su mejor momento le grabó 19 tangos, algunos considerados como los más importantes de su repertorio, como es el caso de “Tomo y obligo”, “Tiempos viejos” y ese notable tango al que en su momento Ernesto Sábato le dedicó algunas reflexiones, que se llama “Patotero sentimental”, escrito en 1922 y al que se le animaron los grandes cantores del género, desde Carlos Gardel a Héctor Pacheco, aunque existe un absoluto consenso en admitir que la mejor versión fue la que estrenó en su momento Ignacio Corsini, casualmente en 1922, en la obra de teatro “El bailarín de cabaret”, dirigida por César Ratti.

Manuel Romero fue poeta, músico, dramaturgo, director de cine, periodista y hombre de la noche a tiempo completo. Se inició escribiendo notas del mundo del espectáculo en la célebre revista de Fray Mocho. Después estuvo en “Crítica” y “Última hora”, hasta el momento en que decidió viajar a Europa acompañado por Luis Bayón Herrera, ocasión en la que se relacionó con los grandes personajes del tango que pululaban por París. En “La ciudad luz”, Romero aprendió todo lo que había que saber en materia de “music hall”, “revistas” y espectáculos nocturnos.

Romero no esperó regresar a Buenos Aires para iniciarse en los entreveros del espectáculo nocturno. Con Bayón Herrera actuaron en el “Palace” de París y la “Zarzuela” de Madrid. Para 1931 escribió para Carlos Gardel el argumento de la película “Luces de Buenos Aires”, que será dirigida luego por el chileno Adelqui Villar y que contará con la actuación de Gloria Guzmán, Sofía Bozán, Pedro Quartucci y el acompañamiento musical en algunos tramos de la orquesta de Julio de Caro.

Meses más tarde regresa a Buenos Aires y a partir de ese momento será uno de los promotores de la “revista” musical y el director de más de cincuenta películas en las que participarán los cantores, músicos, actrices y actores más representativos de su tiempo. Ya para entonces Romero es un personaje de la noche porteña. Se lo reconoce por su olfato para los negocios, pero también por su estilo de vida rumbosa. Como se decía entonces, “al hombre le gustaban todas”: los caballos, el escolaso, la ruleta, las mujeres, la mesa de amigos. Sus gustos eran caros y además era generoso, motivo por el cual andaba siempre asediado por los acreedores. La vorágine de películas y obras de teatro tienen algo que ver con esa necesidad casi compulsiva de juntar dinero para pagar las deudas de una vida disipada.

Con Luis César Amadori, autor entre otros grandes tangos de “Portero suba y diga”, “Rencor” y “Madreselva”, el señor Manuel Romero compartió la afición por el teatro, la revista musical, el cine y la noche con todos sus encantos y todos sus peligros. Empresario nocturno, su preocupación central fue en esos años hacer plata, y realmente demostró un gran talento para poner en escena obras que el gran público aprobó con entusiasmo una y otra vez.

Romero escribe a toda hora, en cualquier lugar y no corrige. Sus textos teatrales son olvidables, pero en su momento fueron taquilleros, muy taquilleros. Lo mismo pasa con sus películas, algunas de ellas las más famosas de su tiempo. El cine y el teatro de Romero carecen de valores estéticos. Sus tramas son previsibles, sentimentales y se repiten hasta el cansancio. Lo mismo en el teatro que en el cine. Sin embargo, el gran público lo acepta y siempre pide más, reclamo que Romero se encarga de satisfacer sin hacerse rogar demasiado.

Es en ese contexto en que deben entenderse sus poemas, actividad que como empresario nunca le dio demasiada importancia y siempre la consideró subordinada al teatro o al cine, pero que por esas ironías del destino, fue la que le dio más fama, al punto que hoy se lo recuerda por sus letras de tango y no por sus películas y sus obras de teatro.

“Tiempos viejos” es un tema emblemático, por varios motivos: porque allí está la nostalgia, la evocación de un pasado irrepetible y porque allí se habla de la mítica Mireya, un invento genuino de Romero porque no existe ninguna otra documentación sobre esta muchacha que luego diferentes glosas tangueras, incluida la de Julián Centeya, la recuerden. Mireya, la rubia cuya hermosura hacía que se formara rueda “pa verla bailar”, es un personaje de ficción y esto habla a favor de Romero, ya que sólo los grandes poetas son capaces de invenciones perdurables.

Su repertorio está integrado por “Patotero sentimental”, una letra que para más de uno es considerada algo así como una autobiografía o una confesión que muy bien hubiera querido escribir George Raft o James Cagney. Verdad o no, lo cierto es que aquellos versos que dicen “En mi vida tuve muchas, muchas minas, pero nunca una mujer”, se han convertido en un refrán o aforismo que se repite como si fuera una sentencia.

“Aquel tapado de armiño”, con música de Enrique Delfino, del cual hay dos versiones: una de Floreal Ruiz y otra de Edmundo Rivero, que son imperdibles. “Guapo y varón”, yo lo he escuchado por Julio Sosa y “Mi piba”, la disfruté con Alberto Castillo. Poemas como “La canción de Buenos Aires”, fue interpretado por Carlos Gardel y ocupa un lugar distinguido en la biblioteca de todo tanguero. “Buenos Aires”, también fue cantado por Gardel, pero hay una versión de Roberto Florio, con la orquesta de Carlos di Sarli, que es muy buena. Algo parecido puede decirse de “Nubes de humo” y del poema que a mi modesto criterio fue uno de los mejores de su obra. Me refiero a “Las vueltas de la vida”, interpretado como los dioses por Edmundo Rivero. En el repertorio de Romero también abundan los tangos picarescos que Gardel, entre otros, los resuelve con su habitual maestría. Me refiero a “Estampilla”,”Haragán” y “Qué querés con ese loro”, estrenado por la Negra Sofía Bozán, en 1930.

El cine de Romero es eminentemente tanguero. Es más, las películas, su trama, su fotografía, no son más que pretextos para divulgar los tangos y sus grandes cantores. Se trata de películas cursis, con desenlaces previsibles, limitaciones a las que el público no presta demasiada atención porque, en realidad, esas multitudes no van a ver obras de arte, sino otra cosa.

Entre las películas que merecen mencionarse está “Noches de Buenos Aires”, filmada en febrero de 1935 con la participación estelar de Tita Merello y Fernando Ochoa. Pertenece a esa época “El caballo del pueblo”, película que dio mucho que hablar porque iba a ser interpretada por Gardel si no hubiera marchado al silencio en Medellín. La película se hizo lo mismo y dio lugar a que el público porteño conociera a Juan Carlos Thorry.

El personaje preferido por Romero, el personaje que muchos creyeron en su momento que reemplazaría a Carlos Gardel, fue Hugo del Carril. Tenía pinta recia, voz y simpatía personal, pero el hombre prefirió ser él mismo, antes que encadenarse a la imitación del mito. De todos modos, “Los muchachos de antes no usaban gomina” fue pensada para promocionar al heredero de Gardel a través de Hugo del Carril, cantor al que recurrirá para películas como “La vuelta de Rocha”, acompañado de Mercedes Simone, “La vida es un tango” y “Tres anclados en París”.

El otro personaje de Romero fue Charlo, con quien filmó, “Los muchachos se divierten” y “La vida es un tango”. Con Alberto Castillo hizo “El tango vuelve a París” y con Alberto Vila, “Radio bar”. En 1951 filmó “El hincha” y el actor principal fue, nada más y nada menos, que Enrique Santos Discépolo. De todos modos, los críticos que nunca fueron complacientes con su obra, admiten que su mejor película fue “Yo quiero ser bataclana”, película que contó con la participación notable de Niní Marshall, Juan Carlos Thorry, Sabina Olmos y la orquesta de Juan D’Arienzo.

A Romero siempre lo criticaron por sus películas comerciales y sus recursos cursis. La misma crítica no se le hace a sus poemas. Él, no sólo que nunca respondía a esos ataques, sino que en más de un caso los tomaba a broma. La anécdota, sin embargo, cuenta que en una reunión de amigos él estaba contando el argumento de su próxima película y cuando se iba a referir al momento en que la dama es abandonada, uno de sus oyentes le dice: “Ya sé como termina… ella canta un tango”. Todos se rieron, menos Romero que se puso de pie y levantando algo la voz dijo: “Sí, canta un tango porque yo lo siento así y así lo siente el pueblo para quien escribo y dirijo”. Lo que se dice, todo un manifiesto estético. Manuel Romero nació en Buenos Aires el 21 de septiembre de 1891 y murió en la misma ciudad el 3 de octubre de 1954.

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